Después de que el pasado día 9 se anunciara que Sakineh Ashtiani, la mujer iraní condenada a morir lapidada por haber cometido adulterio, había sido liberada, ayer tarde, en cambio, Press TV, canal público de televisión iraní, emitía, bien al contrario, un reportaje en el que se observa a Sakineh Ashtiani (pinche aquí para verlo), o a quien parece serlo –muchos hablan ya de un montaje, y la verdad es que resulta poco creíble que nadie en su sano juicio pueda hacer un testimonio autoinculpatorio televisado como el que realiza la supuesta Ashtiani-, haciendo un prolijo relato de cómo realizó el asesinato de su marido. En dicho reportaje, una Sakineh que a pesar de hablar en su propia lengua y por lo tanto inentendible para uno, transmite una más que sospechosa serenidad casi teatral, reconoce haber administrado a su marido, aprovechando sus conocimientos de enfermería, algún sedante para que, así sedado, su amante pudiera proceder tranquilamente a electrocutarlo.
La verdad es que todo lo que rodea el caso Ashtiani es de una fría y casi diría calculada repugnancia.
Se trata, para empezar, de la ejecución de una pena, la lapidación, que, más allá de implicar la muerte de una persona, lo que ya la convierte en repugnante, se realiza de una manera brutal, sin que nadie pueda entender cómo en algún país del mundo pueda formar parte de la legislación y hasta llevarse a la práctica. Una pena que se aplica a un comportamiento, el adulterio, que en la gran mayoría de los países no sólo no es condenado con la muerte, sino que ni siquiera es punible.
Por si ello fuera poco, hemos oído decir que Ashtiani se iba a salvar de la salvaje lapidación gracias a haber tenido “el buen tino” de, además de haber cometido adulterio, haber matado a su marido, con lo que al ser este delito más grave, se aplicaría la pena correspondiente a él, la horca, curiosamente más benévola que la que se hubiera debido aplicar al menos grave, el adulterio, castigado, en cambio, con la lapidación. Y eso que, según otras fuentes, la pena a la que Sakineh habría sido condenada por dicho asesinato, no habría sido de horca, sino de diez años de reclusión, incluso reducidos a cinco por haberlo ejecutado en grado de complicidad y no de autoría.
Luego, la noticia de la detención de su abogado, insólito incluso en Irán. Luego, la del reportaje en el que ella misma relataba el crimen cometido. Luego, la de su supuesta liberación, tan inesperada como repentina. Luego, la del desmentido de su liberación, acompañada en esta ocasión de una nueva emisión del sospechoso reportaje autoinculpatorio...
A estas alturas, me pregunto qué es lo que hay detrás de todo el asunto... algo que, en todo caso, deja mal, pero que muy mal, a un país, Irán, que no se halla entre los más atrasados de la Tierra, y en el que, mucho me temo, conviven junto a una sociedad feudal aferrada a leyes atávicas, brutales e inhumanas, otra de la que hasta cabe atender esperanzadores logros, y que podría incluso convertirse en la llama de la democracia del atribulado mundo islámico.
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