Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas (Is 61,10).
El texto de Isaías habla de la nueva Jerusalén. El contexto celebrativo, como si de un clima apropiado fuera, hace que, de este versículo, se desprenda una riqueza de significados, como un capullo que en flor se abriera regalando, en la hermosura de colores y perfumes, gran belleza.
En la visión de una ciudad reconstruida y llena de gozo por el resplandor recobrado, se vehicula la promesa de un futuro aún más grandioso. Una virgen, toda pureza, revestida de santidad, es ciudad en que se encuentra el templo de su seno, en el que está presente la gloria de Dios, el Hijo eterno del Padre que se ha hecho hombre.
La Iglesia es ciudad, en cuyas piedras doradas por el Sol de justicia, que es Cristo, refleja a todo el mundo la Luz divina. Desbordada del gozo de la victoria de su Señor, de la que viven sus hijos, en plenitud en el cielo, en vía de purgación o en el combate de los peregrinos, la Iglesia la celebra en la Eucaristía y anuncia a los hombres el triunfo de la resurrección, para que ellos también participen de la vida eterna. Ciudad que es lugar de encuentro con Dios.
Y la asamblea reunida, para celebrar el triunfo del sacrificio de la Cruz, está con la Virgen y con toda la Iglesia llena de gozo. Sobre el traje de la humildad y el manto de la vida divina, sus hijos son también adornados con las joyas de las más preciosas virtudes. Quienes están vestidos con el traje de fiesta pueden sentarse a la mesa. Los que no, encuentran la pulcritud en la penitencia sacramental.
[Un comentario a la antífona de comunión de esta solemnidad lo encontráis
aquí. En un piso de la torre de la izquierda hay una capilla, en la capilla hay un sagrario y junto al sagrario una luz verde día y noche encendida]