Teresa de Ávila (1515-1582) es una fuente inagotable de libros, conferencias, ensayos, películas y un largo etcétera. ¿La razón? Su rica personalidad y, por supuesto, todo el itinerario espiritual que recorrió al punto de convertirse en una gran maestra de la mística y de la literatura en el marco del Siglo de Oro Español (1492-1659). Tan grande, que el paso de los siglos no ha sido capaz de restarle actualidad a sus escritos.
Ahora bien ¿por qué nuestro ensayo se titula “Una santa que jugaba ajedrez”? Surgen, al menos, tres razones que lo explican. En primer lugar, porque hace falta humanizar a los santos, pues todavía pesa la idea de encasillarlos en cuadros narrativos que los hacen parecer distantes, desconectados y hasta malhumorados. En segundo lugar, se debe a que la fe ayuda a vivir todas las facetas de la propia vida y cuando hablamos de un todo es porque estamos incluyendo los momentos libres; es decir, aquellos que son propicios para descansar y divertirse sanamente. Y por último, porque la estatura mística de Teresa fue directamente proporcional a su buen sentido del humor y, por ende, al humanismo que siempre la caracterizó. Justo por eso les decía a las monjas de su orden: “Mientras más santas, más conversables” (C 41, 7); es decir, más humanas, orientadas a una fe que no caiga en los extremos ideológicos del conservadurismo o del progresismo, sino de la experiencia de Dios que, aunque exigente, siempre se da en un marco de libertad. Y es que el catolicismo, a diferencia de ciertas corrientes del protestantismo, está abierto al diálogo con el mundo. Por ejemplo, a veces leemos que algunos critican que los jóvenes católicos vayan a las discotecas; sin embargo, mientras sean espacios en los que no se denigre a las personas, usándolas como si fueran objetos, porque hay de discotecas a discotecas, no hay nada de malo, pues les toca ser coherentes justo en esos ambientes. Pretender que se queden en casa y le tengan miedo al mundo, será todo menos algo cristiano, porque el cristianismo es vivir la realidad sin perder por ello la identidad del bautismo. Si bien es cierto que Teresa vivió la clausura, nunca la entendió como aislamiento o intimismo, sino como espacio de oración que se pone al servicio de todos los que la buscaban en el locutorio para pedirle algún consejo.
Teresa jugaba ajedrez y eso nos recuerda que nuestra fe debe ser sólida, profunda y que la mejor manera de examinarla es observando qué tan humanos nos hemos vuelto. ¿Reímos más o estamos distantes? Claro que no se trata de fingir o de tener una sonrisa chocante, ¡nada de eso! Pero sí ubicar qué tan cercanos a la realidad nos hemos vuelto. Teresa es toda una maestra de una fe bien aterrizada en el día a día. Tomemos su ejemplo.