Valernos por Nosotros Mismos
Conrad Black
National Post (Canadá)

Sin duda, es tiempo de que Occidente considere, sistemáticamente, si nuestra civilización tiene diferencias irreconciliables con el Islam. La beligerancia de muchos portavoces islámicos, la falta de asimilación de muchos inmigrantes musulmanes, así como las espectaculares provocaciones terroristas de grupos extremistas islámicos, hacen de esto una pregunta legítima.

Pero no es tan fácil de responder. Algunos pasajes del Corán, y algunos de los comentarios más decisivos atribuidos a Muhammad, ciertamente llevan a la conclusión de que un conflicto mortal es inevitable - una impresión reforzada por la obsesión neurótica de un gran número de musulmanes en relación con la cortina de humo de Israel. Es difícil para los occidentales saber qué hacer con el Islam: Cuando el mundo musulmán se extendió desde Marruecos hasta Indonesia, se hizo cada vez más fragmentado y como una hidra de varias cabezas. Habla a través de un infinito número de líderes religiosos y seculares, y con una variedad de vocabularios, desde fraternales hasta genocidamente hostiles.

Supuestamente, Muhammad fue instruido para fundar el Islam en 610, por el versátil Arcángel Gabriel. Doce años después, Muhammad aún tenía sólo 150 seguidores. Entonces levantó campamento en el oasis judío de Yathrib, tomó el control del mismo, lo rebautizó Medina, erigió la primera mezquita, y salió a la conquista de Arabia. A diferencia de Jesús, o del contemplativo y sedentario fundador del budismo, Gautama, Muhammad fue un líder militar que avanzó a fuego y espada y le dijo a sus seguidores que lo emularan. Establecieron la Shari´a, un sistema legal totalitario cuyos edictos van más allá de lo que el más piadoso y ferviente occidental, incluso, consideraría competencia de la religión.

El agresivo Islamismo árabe se expandió hacia el oeste de África y a España, y luego a Francia, antes de ser expulsados por Charles Martel (abuelo de Carlomagno) en Tours en 732. Para los de mentalidad histórica, incluyendo muchos árabes, el mundo árabe ha estado en retroceso durante los 13 siglos que siguieron (lo que puede explicar parte de la militancia de los extremistas árabes).

En el otro lado del Mediterráneo, los musulmanes turcos lograron arrebatarle Constantinopla a los griegos ortodoxos bizantinos en 1453; y luego se expandieron a Europa, siendo finalmente rechazados a las puertas de Viena - en dos ocasiones, en 1529 y en 1683. Desde entonces, también ellos disminuyeron gradualmente. Una armada conjunta, española e italiana, derrotó a los turcos en la batalla de Lepanto en 1571, tan grande e importante batalla como la de la Armada Española 17 años después; eso detuvo los esfuerzos anfibios de Turquía para conquistar Italia y el Mediterráneo occidental. 

En nuestra propia época, los musulmanes se hacen incomprensibles para todos, menos para los más asiduos estudiosos occidentales de esa cultura, por una combinación de antiguos prejuicios, del constante cambio de fluidez de las relaciones y las alianzas de los musulmanes, de la gran descentralización de la comunidad musulmana mundial, y de la extraña reacción de las sociedades musulmanas a acontecimientos aparentemente triviales. Para muchos occidentales, existe una arraigada caricatura del musulmán, un campesino moreno y delgado, tendiendo los brazos levantados hacia los cielos, cosa que le ha ordenado hacer una voz desde un altavoz de un minarete; las apretadas filas de hombres presionando la frente contra el suelo y elevando sus partes posteriores (un gesto que, en nuestra cultura, carece de seriedad); y la imagen de los musulmanes como nacionalidades dudosas y prolongadamente no exitosas, o de recientes colonias no demasiado dinámicas. Muchas poblaciones occidentales musulmanas son díscolas, y sus portavoces son, a menudo, inapropiadamente hostiles a los países que los acogen. Sus condiciones son inferiores, pero también lo son sus niveles de participación ciudadana.

Vastas regiones del mundo musulmán reaccionan como animales heridos ante cualquier desprecio. Cuando un caricaturista danés, completamente no oficial, produjo algunas relativamente inocuas interpretaciones de Muhammad, hace cinco años, las embajadas danesas fueron apedreadas y la nacionalidad toda fue anatematizada en muchos países musulmanes. También hubo un revuelo tremendo cuando el Papa Benedicto XVI, en un discurso en Ratisbona en 2006, se refirió con desaprobación (por ser demasiado claramente formulado) a una conversación entre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo y un eminente persa, en 1391, y citó al emperador diciendo "Muéstrame, simplemente, aquello que Muhammad ha traído de nuevo, y encontrarás allí cosas malas e inhumanas, como su directiva de difundir, por medio de la espada, la fe que predicaba". Es importante recordar que el Papa continuó citando al emperador diciendo que la violencia era "irrazonable e incompatible con la naturaleza de Dios y del alma". También se había referido a la familiaridad del emperador con la afirmación coránica que "La coacción no cabe en la religión". El Papa planteó una cuestión que está en la mente de miles de millones de no musulmanes, el Islam debe corresponder a la conciliación occidental de alguna manera, o se corre el riesgo de que sean considerados como enemigos incorregibles.

Algunos musulmanes orientales, especialmente en Indonesia, están avanzando con determinación como una sociedad política sofisticada, disfrutando de un prolongadamente alto crecimiento económico. Indonesia debería ser tratada como una gran potencia en el mundo (a pesar de tener un presidente muy talentoso que se regocija en el nombre de Bambang). Turquía, también, si no se enamora demasiado cortejando a regímenes de dudosa reputación, como Irán, es un país importante y potencialmente exitoso. Algunos de los países musulmanes, ricos en petróleo, son más o menos prometedores, incluyendo a Irak, y los países más seculares son, generalmente, ejemplos más convincentes de la forma de avanzar, que las teocracias atrasadas. Debería ponerse en marcha algún esfuerzo para coordinar las políticas de Estados Unidos, la UE, Rusia, China, India y Japón hacia, por lo menos, los regímenes musulmanes más radicales. Teniendo en cuenta el fiasco con el plan de sanciones contra Irán, no será fácil. Pero el islamismo militante no es, de hecho, un rival muy poderoso en comparación con el Eje de la Segunda Guerra Mundial o con el comunismo internacional.

Los líderes no musulmanes deben dejar en claro que no estamos dispuestos a ser designados como infieles, y que las tradiciones judeo-cristianas de Occidente son anteriores a las del Islam (todos somos Abrahamistas, pero Gabriel visitó a nuestros profetas primero).

El maltrato generalizado de las minorías cristianas en algunos países musulmanes, debería producir una represalia proporcional, aunque no a expensas de los derechos civiles de nuestras propias minorías musulmanas. (La masacre musulmana de hasta un millón de negros cristianos en Sudán, por ejemplo, debería haber recibido una respuesta mucho más enérgica y justa de la que ha tenido). La loca idea de una gran mezquita casi adyacente al sitio del World Trade Center, nunca debería haber tenido ninguna adhesión, en absoluto. Toda esa cuestión hace que toda nuestra sociedad sea vista como idiotas, con Michael Bloomberg, Maureen Dowd, Katie Couric y otros tendiendo amablemente las manos a los islamistas, como proverbiales "idiotas útiles". La indulgencia exagerada hacia las minorías musulmanas nacionales occidentales es degradante y absurda, desde el juicio a Geert Wilders en Holanda, que participa en un gobierno de coalición para gobernar ese país, hasta la tolerancia, en Ontario, hacia una mujer musulmana testificando en un juicio con sus facciones totalmente cubiertas por su vestimenta. En estos asuntos, los franceses, que son menos delicados cuando se trata de conservar el derecho a disfrutar de su magnífico país y estilo de vida, encabezarán a Occidente.

El Islam militante debe ser reconocido como un antagonista. Los musulmanes moderados deben ser cortejados, mucho más sistemáticamente de lo que lo han sido hasta ahora; El debate no debería ser entre nosotros mismos acerca de cómo tratar con los musulmanes, debería ser entre los musulmanes acerca de la imprudencia de provocar a todo el resto del mundo.

Canadá debe responder a la ruinosa oferta del Consejo de Seguridad de la ONU la semana pasada. Debe retirarse de lo que se ha convertido en el fraude del mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, ampliar nuestras fuerzas armadas, reducir nuestra contribución a las Naciones Unidas, y enfocarse, como lo escribí la semana pasada, en la unión con otros países serios, tratando de limpiar el hormiguero de la corrupción de la ONU. Los países en desarrollo, acostumbrados a estar desprovistos, que han reducido a muchas de sus agencias a una burla, deben ser mandados a guardar. Hemos sido Boy Scouts en el mundo, embriagados en el delirio del poder blando. Ahora tenemos poder económico real y deberíamos utilizarlo para la búsqueda de nuestros intereses constructivos. Y aquellos que sostienen que deberíamos abandonar a Israel para apaciguar a los árabes, deberían estar obligados a llevar sombreros puntiagudos y carteles autocríticos en público, hasta que sean redimidos por la gracia de la reforma del pensamiento.

 

Conrad Black                                                                                                                               National Post (Canadá). Sábado, 16 de octubre de 2010

NOTAS

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Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld