Ha sido una experiencia fuerte. Impactante, con una cantidad tal de ‘inputs’ que mi cerebro se atasca a la hora de procesar.
He podido conocer en América a esos hijos de la Gospa que esperaban con ansiedad la llegada de alguien, lo de menos es el quien, que les hablase de las andanzas de la Gospa y de esos hijos cojos que buscan sus brazos como un niño cansado o herido busca los de su madre.
En Latinoamérica me he dado cuenta de una diferencia en la forma de ser de las personas con las de aquí. En Europa, si tú escribes un libro, o haces un trabajo, un edificio, una peli, una composición musical o una operación quirúrgica, es más importante que quien eres tú. Allí, sin embargo, les importa bastante poco lo que hayas hecho en comparación con quien eres. Tiene, por tanto, mucho más valor el testimonio que los conocimientos y las habilidades. Si tu testimonio es auténtico, si les llega, to comprarán el libro, contratarán tu obra y acudirán a ti en caso de necesitar un médico. Si no… ya puedes ser el crack Number One que no te llamarán ni para dar sombra al botijo.
Ha sido una experiencia humana, de humanizar el trabajo, de rebajarlo de tecnicismos, envoltorios, de quitarse las caretas y hablarles poco con la cabeza y mucho de corazón. Ha sido Suso quien ha estado allí con ellos, que Jesús García se quedó en el segundo aeropuerto. El testimonio es lo que nos hace auténticos. Con obras y con palabras, como san Pablo.
Un regalo que me he traído de América ha sido un libro de Ignacio Larrañaga. Se titula El silencio de María, y este silencio ha sido el mejor compañero en los aviones y aeropuertos.
Larrañaga te interpreta los silencios con que María acoge casi todas sus apariciones en los Evangelios, hasta hacerte cercana como una amiga o hermana a aquella chiquilla de Nazaret que se quedó embarazada estando prometida en un contexto en el que la esperaba la muerte; que dio a luz en una cuadra; que con un bebé recién nacido huyó de noche como forajido, porque iban a matar al fruto de sus entrañas; y todo esto… sin quitarle ni un ápice de grandeza, de elegancia, de saber estar.