Para las madres y los padres, la relación con nuestros hijos es un espejo de cómo estamos.
Cuando estamos bien, alineados interiormente, con un buen control, regulación y aceptación de nuestras emociones y pensamientos, entonces la proactividad nos sale de forma natural. Ante el reto de educar día a día, estar bien es sinónimo de querer encontrar recursos, y encontrarlos.
Motivados por llevar a cabo la tarea más importante de nuestra existencia, y teniendo presente esta motivación, arrinconamos, habiéndolas aceptado, nuestras limitaciones, y construimos sobre nuestras fortalezas y las de ellos, nuestros hijos. Nuestra mirada se amplía y en lugar de ver defectos, vemos posibilidades de crecimiento.
Al trabajarnos interiormente, experimentamos en primera persona que nuestra limitación (pues, ¿quién no se sabe limitado?) - aunque en un primer momento nos haga sufrir- es una palanca de proyección y de crecimiento. Todo lo que te trabajes interiormente revierte en bien de los que te rodean, y si eres madre, o padre, en bien de tus hijos que, nos guste o no, van a ser reflejo de nuestras grandezas y nuestras pequeñeces. Sí, claro, con su propia originalidad.
A mi modo de ver vale la pena ocuparse en que lo pequeño, lo limitado, lo que oscurece nuestra mejor parte, no cobre protagonismo en nuestras relaciones, haciéndolas dramáticas, tristes, eufóricas... Cuando veamos que esto sucede, trabajémonos. Sin duda, la oración, la gracia son una gran ayuda. Pero caen en saco roto si, además, nosotros, con nuestras posibilidades humanas, no ponemos de nuestra parte. Si pensamos que todo el trabajo lo hace Dios, nos equivocamos. Dios hace su trabajo, el que le es propio, y si nosotros hacemos el nuestro, entonces él puede brillar a través de nosotros. Él nos da la luz para conocernos mejor, para orientarnos al mejor fin, para ir descubriendo poco a poco nuestra vocación; a nosotros nos toca organizar nuestra vida, actuar en base a lo que él nos permite conocer, y permitir que la bondad que forma parte de nuestro ser esencial se transforme en actos concretos, y de este modo, ser actuando lo que creemos.
Cuando estamos mal, pasa todo lo contrario, en nuestros hijos sólo vemos limitaciones, defectos, carga, y tomando el todo por la parte, nos dejamos llevar por arrebatos emocionales en los que descargamos nuestro cansancio y nuestra propia limitación. Y ellos, a cargar. Porque, mientras que nosotros sí podemos gestionarnos, ellos todavía no tienen herramientas para hacerlo. Cuando proyectamos nuestra propia limitación en nuestros hijos, unos preciados tesoros cuyo desarrollo está en nuestras manos, ya sea en forma de grito, sobreprotección, indiferencia o frialdad, les privamos del amor que necesitan de forma absoluta para un desarrollo armónico.

Animémonos pues a conocernos cada día mejor a nosotros mismos, para de ese modo, gestionarnos adecuadamente, y educar cada día mejor.