“Ayuda a la Iglesia necesitada”, asociación internacional dependiente de la Santa Sede destinada a ayudar a la Iglesia que sufre necesidad o persecución en cualquier parte del mundo, acaba de publicar el “Informe 2010 sobre libertad religiosa en el mundo”.
Religión, lo dice la etimología simple, es re-ligar. Volver a encontrarse y amarrarse con esa secreta presencia que es Dios, en donde es posible escuchar la respuesta que nadie más nos podría ofrecer: “¿Por qué el dolor? ¿De dónde viene la alegría? ¿Tienen la misericordia y la ternura la última palabra?”. Los modos, como acaba de decir el presidente de “Ayuda a la Iglesia necesitada”, son diferentes, las raíces se hunden en culturas distintas, con mayor o menor profundidad, pero todos los intentos en todas las tradiciones religiosas comparten este mismo oxígeno: el hombre insatisfecho con lo que sucede; un corazón que intuye que el sentido último de todo proviene de un Ser que trasciende lo meramente físico y fugaz.
Imagen: Tourist Maker.
Este sentimiento, esta seguridad, esta certeza escrita en el corazón humano con la suave pluma del Creador de todo lo que existe es pisoteada en numerosos países del mundo entero. Millones de cristianos salen todos los días de sus casas sin saber si un fanático o un funcionario los matará, los detendrá o los encarcelará. Hoy se dan todavía, en relación con la Iglesia y las comunidades cristianas, así como en relación con otras comunidades religiosas y sus respectivos miembros, leyes intolerantes e incluso discriminatorias, y se constatan decisiones y comportamientos, tanto activos como de omisión, que niegan esa libertad. Baste recordar el caso de la pakistaní Asia Bibi, que en estos momentos se debate (y no por voluntad propia) entre la vida y la muerte por la única razón de profesar la fe en Cristo Jesús.
En general, si se echa una rápida mirada al informe, se observa que la violencia sobre la libertad religiosa se hace en países lejanos, mayoritariamente en aquellos gobernados por terroríficas dictaduras comunistas (que pretenden borrar toda huella de Dios en la vida, incluso privada, de los individuos) o en países donde el Islam es la religión de la mayoría de sus habitantes (confesión según la cual todo creyente tiene la obligación de extender el islamismo y de impedir la apostasía); así, encontramos en el Informe nombres como Arabia Saudí, Bangladesh, Egipto, India, China, Uzbekistán, Eritrea, Nigeria, Vietnam, Yemen y Corea del Norte.
Corea del Norte, gobernada por un régimen comunista deshumanizado y deshumanizador, niega la libertad religiosa por principio. El régimen actual es la puesta en práctica de la ideología política del Partido de los Trabajadores de Corea que se basa en el principio de la autarquía o juche. Juche, según afirma el Informe, es una ideología sincretista que combina el neoconfucionismo, el maoísmo nacional y el estalinismo. Desde que el régimen llegó al poder, los cristianos han tenido que soportar su despiadada represión. En esta nación comunista, plasmación concreta y real de lo que el comunismo auténtico es, ser descubierto en una Misa celebrada en un lugar no autorizado significa la cárcel o, aún peor, la tortura e incluso la muerte, y la simple posesión de una Biblia puede acarrear la pena capital.
No corren mejor suerte los cristianos que intentan vivir su fe en el otrora -para algunos, incluso clérigos- paraíso comunista de la isla de Cuba donde, a pesar de algunas señales positivas, el panorama de la libertad religiosa en el país sigue siendo muy negativo; o los de Yemen, que al profesar la fe en el Dios cristiano se arriesgan a perder su vida, como establece el artículo 21 del Código Penal de 1994 entre los crímenes coránicos.
Si la mirada se dirige hacia la situación en España el Informe parte de la realidad recogida en la Constitución pues se trata de un país en el que la libertad religiosa está garantizada. Sin embargo, en los últimos meses se han producido algunos hechos concretos que merecen la atención del Informe: la presencia de símbolos religiosos en edificios y lugares públicos, la asignatura de Educación para la Ciudadanía y la Ley de Cultos aprobada en el Parlamento de Cataluña, así como el ejercicio de la objeción de conciencia, entre otros. En el Informe de “Ayuda a la Iglesia necesitada” también se señalan algunas situaciones sobre las que habrá que prestar especial atención en el futuro, entre las que destaca la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa. Como bien señala el Papa Benedicto XVI en su libro recientemente publicado “Luz del mundo” en España, y en otros lugares del viejo continente, “se está extendiendo una nueva intolerancia. Por ejemplo, cuando se dice que, en virtud de la tolerancia negativa, no debe haber cruz alguna en los edificios públicos. Eso es la supresión de la tolerancia, pues significa que la fe cristiana, la religión, no puede manifestarse ya de forma visible”.
Benedicto XVI, en su viaje a Inglaterra, dijo a los políticos: “La religión no es un problema, sino una contribución al debate nacional”. La religión, la auténtica religión, no la adulterada por los deseos humanos ni la manipulada para tristes fines inhumanos, nunca es un problema. Al contrario, si es profesada y vivida auténticamente es fuente de paz y de fortaleza que lanza al creyente a la fraternidad. Ningún gobernante debería temer el hecho religioso. Sólo puede ser germen de bondad.
Por desgracia, como informa “Ayuda a la Iglesia necesitada”, esto no es así. Muchos gobernantes, temerosos de la gran fuerza del hombre armado con las armas de la fe, especialmente de la fe en Cristo Jesús, que no son sino la Unidad, la Bondad, la Verdad y la Belleza pisotean lo más íntimo de la conciencia humana al prohibir la confesión y la expresión de la fe. Prohibición que llega a la máxima crueldad cuando el creyente es privado, incluso, de la vida simplemente por creer.
En Occidente quizá no haya que pagar con el precio del derramamiento de la sangre por la confesión de la fe. Pero en Hyde Park, cuando el Papa visitó hace un par de meses la ciudad de Londres, afirmó que “a menudo (…) el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio (…) ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado. Quienes proclaman la fe en los tiempos actuales no pocas veces deben pagar otro precio: ser excluido, ridiculizado o parodiado”.