Rezando el Ángelus, como no podía ser de otra manera en Nazaret, nos ponemos en marcha hacia San Juan de Acre, Akko, ciudad al norte del país, a la orilla del Mediterráneo. Paseamos entre callejuelas medievales tratando de comprender la historia de las Cruzadas contemplando sus vestigios; entre otros, los de san Francisco de Asís, que estuvo aquí entre 1219 y 1220, y los de la familia franciscana cuya presencia ha sido importantísima: durante la invasión maleluca de 1291 arrasan la ciudad martirizando a más de sesenta clarisas y catorce frailes. Y varias veces más a lo largo de la historia. Lo mejor de todo ha sido encontrarnos con Fr. Quirico Calella, franciscano, en la iglesita dedicada a san Juan Bautista. Construida en 1737 especialmente para las mujeres sobre una iglesia cruzada, estaba preparada para celebrar la misa dominical pero el hermano menor nos atiende solícito. Nos cuenta que, con una población de unos cincuenta mil judíos y unos quince mil musulmanes, la ciudad sólo cuenta con un millar de cristianos, de los cuales la mitad son ortodoxos y la otra mitad, católicos de diferentes ritos. Actualmente los franciscanos de Acre gestionan, además de esta iglesia, el convento, una parroquia y una gran escuela para ochocientos cincuenta alumnos. Está solo y tiene dificultades graves. Le preocupa que deje de haber cristianos en Oriente Medio porque, si eso sucede, dice, el choque con Occidente estará servido. Nos enseña el piso inferior donde siguen encontrando ruinas cruzadas y donde se exhibe una magnífica exposición sobre la vida de san Pablo. Nos pide oraciones y nos deja con ganas de conocerle mejor y escucharle contar todo lo que le rodea.
Salimos hacia Haifa, al otro lado de la bahía. En la misa en el santuario Stella Maris, sobre el Monte Carmelo, escuchamos el Cántico de Colosenses, al que se podría dedicar una vida entera. Pablo (no el de Tarso, sino el que guía la peregrinación) dice que todo es de Cristo y para Cristo, aunque entreguemos el ser a otros dioses e ídolos y separemos la fe de la vida. La certeza de esta verdad nos hace descubrir que lo deseamos sobre todas la cosas, que estamos hechos para Cristo y le pertenecemos. Todo consiste en Él.
Rumbo al sur, por la carretera de la costa, llegamos a Cesarea, la gran ciudad y capital romana en tiempos de Jesús de la que quedan sus ruinas magníficas. Desde su puerto los primeros cristianos se embarcaban para llegar hasta los confines del mundo en nombre de Jesucristo. En plena orilla del mar visitamos el teatro, donde cantamos divertidos, el palacio real, la cárcel paulina... Recorremos la Cesarea romana, la bizantina y la cruzada. El paseo es absolutamente delicioso y nos quedamos hasta la puesta de sol.
Al volver a Nazaret, M., el chófer, nos invita a todos a su casa, donde conocemos a su mujer y a dos de sus hijos que, por supuesto, hacen gala de la mejor hospitalidad oriental. Tras la cena, volvemos a la Basílica de la Anunciación para despedirnos ya que mañana salimos temprano hacia Jerusalén. El franciscano encargado de cerrar nos insiste amablemente para que nos vayamos ya. Verbum caro HIC factum est.

4 día: 21/11 De Nazaret al mundo
Salida hacia San Juan de Acre. Visita a la ciudad cruzada.
Haifa: misa en el Santuario del Monte Carmelo Stella Maris. Comida.
Cesarea Marítima, ruinas romanas. Regreso a Nazaret.

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