Al hilo del debate generado en mi último post sobre el “Desconcierto pastoral de la Iglesia” quisiera introducir una reflexión que llevo rumiando desde hace mucho tiempo.

Muchos de los comentarios decían que el análisis que presentaba en el post estaba incompleto, porque no presentaba soluciones y constato como, en la mente de muchos, a la hora de plantear soluciones al problema de la re-evangelización de Europa, los movimientos aparecen como la respuesta.


Comenzaba este año en Roma, asistiendo a un congreso organizado por la Comunidad de l’Emmanuelle, titulado   Sacerdotes y laicos en misión”. Monseñor Stanislaw Rylko, a la sazón presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, hizo un discurso de lo más laudatorio y lleno de complacencia hacia los movimientos de la Iglesia. Nos vino a decir que los mismos eran la tabla de salvación de la Iglesia en estos tiempos presentes.

Aún reconociendo a los movimientos el protagonismo que han tenido en la Iglesia postconciliar, el discurso de Monseñor Rilko me pareció un poco triunfalista y ajeno a los síntomas de agotamiento que percibo en los mismos.

Si enumeráramos los grandes movimientos de la Iglesia, empezando por España, tendríamos el Opus Dei (si se le puede calificar de tal, pues es una prelatura), Cursillos de cristiandad, los Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Focolares y Renovación Carismática. Seguro que me dejo algunos, y soy consciente de que dentro de los movimientos de pueden incluir también, en un sentido más amplio, los brazos seculares de grandes órdenes, estilo Schonstatt y Regnum Christi por citar algunos.

En mi experiencia personal en España me he asomado en alguna ocasión a todos los que nombro  excepto los Focolares, además de participar activamente en la Renovación Carismática la cual he conocido también fuera de España, en Italia, Francia (a través de las grandes comunidades tipo Emmanuelle y Beatitudes), Inglaterra y República Dominicana.

Mi constatación es que a lo largo de los más de dieciocho años que llevo en la Iglesia, la tendencia en casi todos esos movimientos ha sido el estancamiento, por lo menos en cuanto a número de miembros y conversiones.

En general los movimientos están llenos de gente como mínimo treintañera, siendo marginal el número de jóvenes que ingresan (o por lo menos siendo muy diferente del que ingresaba hace veinte o treinta años, cuando esos movimientos estaban recién salidos del horno).

Creo que ya es hora de hacer una reflexión valiente y una autocrítica, para darnos cuenta de que no es normal que movimientos e instituciones de la iglesia que por su propia dinámica carismática y misionera tendrían que bullir con nueva gente, estén viviendo de las rentas y también se estén envejeciendo manifiestamente, por más que aún conserven un caudal de gente relativamente joven.

Yo me he dado cuenta de todo esto trabajando para el Curso Alpha en Londres, en una parroquia de siete mil personas donde la media de edad es de veintisiete años, y donde si tienes más de treinta años no puedes trabajar en las actividades de los más jóvenes, porque te consideran demasiado viejo para ello.

Me criticaban en el post anterior por no aportar soluciones, tras haber postulado que en la Iglesia se da un desconcierto pastoral, y lo cierto es que trabajo promoviendo un curso de iniciación al cristianismo, que sin ser “la solución”, sí que contiene el elemento que a mi juicio está faltando a la hora de plantear una renovación en la Iglesia.

Cómo han apuntado algunos en sus comentarios, se trata de de recuperar la centralidad del Kerigma, algo que saben muy bien los Neocatecumenales y que se vive en sitios como Alpha, la Renovación Carismática y los Cursillos de cristiandad.

Pero, por bien que les vaya a los kikos, la realidad es que no todo el mundo que predica el kerigma tiene resultados pastorales suficientes, porque se puede predicar el kerigma maravillosamente en un idioma que la gente no conoce, o incluso en su propio idioma como San Pablo en el  Aerópago, y aún así no conseguir “resultados”.

Como bien dice mi amigo Miserere, el kerigma se ha de lanzar y la semilla no siempre germinará, hay que confiar, y saber que el kerigma no lo es todo. A lo cual añado que ciertamente, el cristianismo es el Alpha y el Omega; en efecto, kerigma, catecumenado, sacramentos y vida cristiana en la Iglesia, hacen ese Cristo total, y hacen posible la evangelización enriqueciéndose mutuamente.

Con todo y con eso el kerigma nos da una pista de por dónde tendría que venir la renovación de las “estructuras pastorales caducas de la Iglesia” (expresión del documento La Misión Continental de Aparecida, del CELAM).

Pero ojo, no cualquier kerigma; estoy convencido de que algunos de los que predican el kerigma van a tener problemas, si no los están teniendo ya, si no son capaces de adaptarse al tremendo cambio cultural que nos ha sumergido en la posmodernidad de pleno en los últimos diez años.

Con este panorama, hay que poner soluciones, que por supuesto están en nuestra tradición, y estar muy atentos a los signos de los tiempos. Como últimamente me dicen que me enrollo mucho, voy a dejar el tema aquí, invitando a todos a aportar soluciones, para abordar el tema nuevamente en el siguiente post, ya desde el punto de vista práctico, concretando los caminos que pueden traer la tan ansiada renovación.