Cuando empecé la aventura de este blog en Religión en Libertad, tenía mis dudas sobre cómo llenaría los espacios y si tendría suficiente material para ir escribiendo periódicamente cada semana. Bueno, medio año después puedo deciros que es al contrario, que la actualidad te va ofreciendo muchas más historias de las que te da tiempo a explicar.
Así, mientras acabo de recabar la información para el tercer y último artículo de la serie “El Papa y nosotros”, no puedo dejar pasar más tiempo –quince días han transcurrido ya desde que se disputó- para hablaros de la última edición de la Maratón de Nueva York.
Sin lugar a dudas, la Maratón de Nueva York es la carrera más popular del mundo. Desde que el ya desaparecido Fred Lebow la inventara, esta prueba no sólo se convirtió en referente en todo el planeta, sino marcó todo un estilo de promoción y marketing para eventos deportivos de un día: desde la venta de camisetas y merchandise hasta el diseño de logotipos y la instauración de la foto en la línea de meta para inmortalizar la llegada de todos los participantes. Otras maratones han alcanzado gran popularidad, como Chicago y Boston, en Estados Unidos, o Londres y Berlín, en Europa, pero ninguna está ni siquiera cerca de la celebrada en la Gran Manzana.
Lebow, nacido en Arad, Rumania, corrió por primera vez los 42,2 kilómetros de la maratón neoyorquina en 1970, terminando en la posición 45 de 55 competidores con un tiempo de 4 horas, 12 minutos y 9 segundos. Treinta y nueve años más tarde, 43.660 personas concluyeron la Maratón de Nueva York. A pesar de que le diagnosticaron un tumor cerebral cancerígeno en 1990, Lebow celebró su 60 cumpleaños corriendo su última maratón neoyorquina en 1992, firmando un registro de 5:32:35.
Curiosamente, este año, la Maratón de Nueva York ha sido muy especial. De hecho, buceando en las noticias que relataban la prueba, tres historias acaparaban la atención de periodistas y lectores muy por encima del mero resultado del evento. De las tres, una era únicamente deportiva; la otra, de carácter puramente humano y la última mezclaba ambos.
La primera tuvo como protagonista al gran corredor etíope, Haile Gebreselassie, plusmarquista mundial de la prueba. Como hiciera Miguel Indurain en Asturias durante la Vuelta a España de 1996, cuando se bajó de la bicicleta para no volver a competir, Gebreselassie, de 37 años, se detuvo a la altura del kilómetro 25, aquejado de grandes molestias en la rodilla. El etíope anunció, tras la prueba, que no correría más, aunque hace unos días se desdijo, pues su país está enormemente interesado en que pueda participar en los Juegos Olímpicos de Londres.
La historia humana, por supuesto, corresponde al minero chileno, Edison Peña, quien prometió que, si era rescatado, completaría la Maratón de Nueva York aunque le tomara todo un día. A pesar de no haber disfrutado de la preparación que hubiera querido, Peña volvió a darnos una lección de pundonor y espíritu de sacrificio completando la prueba en un tiempo de 5 horas, 40 minutos y 51 segundos, promediando un poco más de 8 minutos por kilómetro.
“Lloré dos veces por el dolor de las rodillas”, dijo Edison mientas mostraba orgulloso su medalla en la meta. “Pero no viajé tantos kilómetros para abandonar”.
La última historia fue cubierta primordialmente por la prensa estadounidense. El personaje, Amani Toomer, un ex jugador de fútbol americano, campeón del mundo hace dos años con los New York Giants, quiso demostrar que atletas como él, que trabajan más la explosividad, también puede recorrer largas distancias.
A los escépticos, Toomer, de acuerdo con la organización, lanzó una apuesta: comenzaría el último y por cada corredor que pasara, siempre y cuando terminara la prueba, la empresa patrocinadora de relojes, Timex, donaría un dólar a una organización de caridad neoyorquina. Toomer concluyó la Maratón de Nueva York ligeramente por encima de las 4 horas, estableciendo un récord para ex jugadores de fútbol americano profesional. Los jueces estimaron que el atleta rebasó aproximadamente a 25.000 corredores, con lo que Timex donó gustosamente esta cantidad a la organización benéfica en cuestión.
La Maratón de Nueva York nos brindó en 2010 tres enfoques muy diferentes de seguir esta gran carrera. ¿Con cuál os quedáis vosotros?
Por cierto, la prueba fue ganada por un compatriota de Gebreselassie, Gebre Gebrmariam, pero eso, en realidad, fue lo de menos.