Dios anuncia la paz a su pueblo, y a sus amigos; y a los que se convierten de corazón (Sal 85(84),9).
Para los que están en la paz de Dios, el memorial del misterio pascual es anuncio de paz. Mas si ya están en ella, ¿por qué un nuevo anuncio? Quien está en gracia está en la paz de Dios, quien estaba en enemistad con el Señor ha sido reconciliado con Él, en virtud del sacrificio que se actualiza en la misa. Pero estamos llamados a una mayor unión. La Eucaristía es una continua llamada a que lo que ha empezado llegue a su culminación.

Pero no es solamente una atracción de quien quiere que nos entreguemos a Él totalmente en esta vida, una invitación, que quede ceñida al momento presente. Por perfecta que sea nuestra unión en la tierra, aun llegando, por fidelidad a la gracia, al matrimonio místico, no es suficiente para saciar el apetito de divinidad que tenemos los hombres; y no solamente por la limitación que el mundo presente imprime a todo, sino porque hasta eso podríamos perder, también podríamos decir no a Dios, como Adán en el Paraíso. La Eucaristía es una llamada a la esperanza en una paz mayor, a la paz celestial de la unión definitiva y eterna con Dios.

¿Y cómo tener paz, cómo vivir sin inquietud, cuando tantos aún no viven en la paz de Dios? La comunión que nace de la Cruz de Cristo, el amor mutuo entre los hermanos, la asamblea en torno al altar,... todo ello es una invitación a los que están lejos para que estén cerca. La paz que se refleja en el amor a los enemigos, en el anuncio delEvangelio, en las obras de misericordia o en la vida fraterna, que hace perceptible la gloria del Resucitado, es voz que les dice: «¡Reconciliaos con Dios!» (2Cor 5,20).