Me gustaría comentar algo que me ha impactado y me ha hecho reflexionar mucho durante estos últimos días. Hace poco, nuestras hijas estuvieron en Valencia ayudando a las personas afectadas por la dana como lo han hecho y lo siguen haciendo miles de nuestros jóvenes. Es una alegría y un motivo de esperanza ver cómo se movilizan desde todos los rincones de España, incluso desde el extranjero, para ayudar y acompañar a tantas personas que han sufrido lo indecible.
Pues bien, nuestras hijas nos contaron que estuvieron hablando mucho tiempo con una mujer de unos cuarenta años que había perdido a su madre. Cuando les llegó el agua intentaron agarrarse a lo que pudieron, pero la corriente les empujaba cada vez con más fuerza. Unos vecinos les lanzaron una cuerda desde un segundo piso para que se agarraran a ella y así poder subirlas y ponerlas a salvo. Llegó un momento que la corriente era tan fuerte que los vecinos se vieron incapaces de tirar de madre e hija hacia arriba. La madre, viendo la situación, le dio un beso a su hija, le dijo que la quería mucho y se soltó de la cuerda para que su hija viviera.
El cadáver de la madre apareció más tarde a unos metros de distancia. Mis hijas estaban impactadas con esta historia y la verdad es que yo también. El caso es que esta madre actuó como debería hacerlo cualquier madre, dando la vida por sus hijos, en este caso, por su hija. Bendita madre. ¡Qué ejemplo para todas las madres! A mí me gustaría, llegado el momento, hacer lo mismo que esta madre, es decir, entregar mi vida por mis hijos, porque esto es lo que verdaderamente define a una madre: Una mujer que da la vida a sus hijos y entrega la suya por ellos.
Decía al principio que esta historia me ha hecho reflexionar mucho durante estos últimos días. A parte del deseo que anida en mi corazón de estar a la altura de esa madre, no he parado de darle vueltas a dos cuestiones.
La primera es que me ha venido a la mente tantas madres que entregan literalmente la vida por sus hijos y que no son portada de noticia. Dar la vida por los hijos es saber que tú ya no te perteneces, que tus prioridades han cambiado, que estás dispuesta a dar lo mejor de ti misma para hacer de ellos verdaderos hombres y mujeres de bien, que cualquier decisión que tomes debe ser un ejemplo para ellos… Si además eres una madre cristiana, debes saber que tu deber y tu alegría es llevarlos a Dios, porque los hijos no son tuyos sino de Él, y que en cualquier momento te puede pedir que te desprendas de ellos, bien porque es el mejor momento para llevárselos o bien porque los quiere “trabajando” para Él.
Cuántas madres dan su vida por sus hijos con tantos desvelos, con tanta oración, con tanto amor, con tanto ejemplo… Estas madres son las que cuando llega el momento de “soltarse de la cuerda para que su hija viva” lo tienen más fácil o, mejor dicho, más claro.
La segunda cuestión es que, si esta madre no dudó en dar la vida por su hija, cuánto más la Virgen María estará dispuesta a darlo todo por sus hijos. La verdad es que ya lo hizo, entregó a su Hijo en la cruz y se entregó a ella misma al aceptar ser madre de todos los hombres, incluso de aquellos soldados que maltrataban y vejaban a su querido Hijo. Ya lo hizo, pero también continúa haciéndolo día a día. Nuestra Madre la Virgen vela continuamente por todos nosotros. Quiere llevarnos a todos junto a su Hijo. Quiere que todos los hombres se salven y, como buena mujer, utiliza todos los medios imaginables e inimaginables y hace y deshace para que, sin que se note, cogernos y recogernos a todos de su mano para llevarnos al cielo.
Beatriz Ozores