El ejecutivo socialista comandado por José Luis Rodríguez Zapatero anunció el pasado viernes tras el semanal Consejo de Ministros que, en torno a marzo del año próximo, tendrá redactada una Ley de cuidados paliativos y muerte digna.
No parece bueno ponerse la venda antes que la herida, nunca mejor dicho que aplicado a este campo, ni parece lógico criticar una Ley que todavía no está sino en la mente del legislador. Sí es, sin embargo, sospechoso que se haga esta Ley por parte de un Gobierno que tiene en su haber el hecho de haber celebrado efusivamente la actuación del tristemente famoso doctor Montes en la localidad madrileña de Leganés. Una actuación que se basó en unas sedaciones terminales con graves irregularidades, que fueron establecidas por peritos del Colegio de Médicos, con dosis excesivas en pacientes que no las necesitaban o que dudosamente estaban en estado terminal y sin consentimiento de los familiares.
Por esta y otras actuaciones anteriores, sin embargo, parecería lógico mostrar una cierta sospecha sobre la intención del Ejecutivo socialista y temer que la futura Ley, que habrá que ver cómo se redacta y en qué términos, no sea sino un intento de “colar” la eutanasia por la puerta de atrás. Hoy, en España, nadie que lo desee muere con dolor. Los cuidados paliativos son aplicados correctamente y sin lo que se denomina “ensañamiento terapéutico”. Como afirma la Iglesia “se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa” de la vida cuando la muerte se prevé inminente e inevitable. Cuando se compruebe que el tratamiento aplicado al enfermo es del todo ineficaz e inútil; que éste sólo sufriría de más física o moralmente; y se intervenga con medios que no son proporcionados, entonces, sólo entonces, podemos hablar de ensañamiento terapéutico y, desde el punto de vista moral, podríamos -e incluso deberíamos- renunciar a proseguir con este tratamiento. Así las cosas, como se ha dicho, en España hoy nadie muere ni con dolor ni sometido a encarnizamiento terapéutico.
Parece claro que cualquier persona quiere una muerte digna. Creados a imagen y semejanza del Dios de la vida, todos -creyentes o no- tenemos derecho a una vida y a una muerte dignas. Pero ¿qué significa, en realidad, morir con dignidad? Parece claro que la muerte digna, en su sentido más esencial, ha de significar una actitud digna y una conducta virtuosa ante el momento supremo y final de la vida. En efecto. En el mundo actual se trata de volver a dar sentido al sufrir y al morir, volver a dar sentido y valor al sufrimiento y a la muerte.
Pero, a la par, se trata de no abandonar a quien sufre, especialmente a quien muere. Es urgente que escuchemos la llamada a ser solidarios con cuantos sufren y mueren. Frente al sufrimiento del otro sentimos un doble impulso interior: a ayudarle y a huir de su sufrimiento porque -¡tantas veces!- termina haciéndose nuestro. Se trata, pues, de acompañar no sólo con la solidaridad de la presencia -que se expresa con la palabra- sino, sobre todo, con la compañía que se expresa con el silencio. Sí. La medicina podrá eliminar el miedo al dolor y el dolor mismo pero la solidaridad de la presencia puede llegar a eliminar el miedo.
Como bien afirmó Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae “el deseo que brota del corazón del ser humano ante el supremo encuentro con el sufrimiento y con la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo. Es petición de ayuda de seguir esperando cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen” (Evangelium vitae 67)
Sí. Es lógico que el ser humano, porque no sólo es materia, se rebele contra la muerte, como afirmó el Concilio Vaticano II (cfr. Gaudium et spes 18). Es lógico porque el sufrimiento y la muerte, en sí mismos, son un mal (cfr. Evangelium vitae 67) que, sin embargo, pueden llegar a ser fuente de bien si se viven con amor y por amor. El sufrimiento y la muerte pueden alcanzar significado y valor si se llega a responder a la pregunta del “para qué”.
Nadie desea sufrir y morir. La naturaleza humana, ante estas dos crudas realidades, se rebela. Pero todos deseamos sufrir y morir, llegado el caso, con dignidad. La vida siempre será digna de ser vivida, independientemente del momento por el que se pase, pues la dignidad humana radica en el “ser” de la persona y no en lo que pueda o no “hacer”. La persona nunca es “algo”, sea cual sea su situación de desarrollo o salud, sino que para siempre es “alguien” único, irrepetible e insustituible.
La Iglesia manifiesta siempre el valor incomparable de cada persona humana y se siente llamada a anunciar a la humanidad de todos los tiempos el Evangelio de la vida, fuente de esperanza inquebrantable, que no es otra cosa sino el Evangelio del amor de Dios a la humanidad y el Evangelio de la dignidad de la persona. Sí. Gracias a Cristo, centro de este Evangelio, incluso el sufrimiento y la muerte tienen un sentido y, aún permaneciendo en el misterio que los envuelve, pueden llegar a ser fuente de amor y salvación.
La Iglesia manifiesta siempre el valor incomparable de cada persona humana y se siente llamada a anunciar a la humanidad de todos los tiempos el Evangelio de la vida, fuente de esperanza inquebrantable, que no es otra cosa sino el Evangelio del amor de Dios a la humanidad y el Evangelio de la dignidad de la persona. Sí. Gracias a Cristo, centro de este Evangelio, incluso el sufrimiento y la muerte tienen un sentido y, aún permaneciendo en el misterio que los envuelve, pueden llegar a ser fuente de amor y salvación.