Hay noticias que atraen imperativamente la atención. Guste o no, hay que publicarlas y comentarlas. Suelen ser noticias negativas, de escándalos o de tragedias. Y esto sucede tanto en lo que afecta a la Iglesia como a la sociedad civil. Sin embargo, con frecuencia, en la raíz de esas noticias llamativas hubo otras, que pasaron más o menos desapercibidas al menos para la mayoría.
Por ejemplo, lo de los sacerdotes pederastas en Estados Unidos dio la vuelta al mundo, pero durante años se había seguido en los seminarios una política de tolerancia hacia el homosexualismo, hasta el punto de que existían varios que eran denominados “seminarios rosas”, donde determinadas prácticas eran habituales y nadie las criticaba porque se asumían como algo propio de la cultura moderna que, más pronto o más tarde, la Iglesia iba a aceptar; por supuesto que eso era conocido no sólo por los respectivos formadores y obispos, sino también por otras instancias, al menos en Estados Unidos; todo esto no era noticia, y no lo era quién presidía la Conferencia Episcopal de ese país o quién estaba al frente de la Comisión Episcopal de Seminarios; pero ahí estaba la raíz del problema y la raíz dio, a su debido tiempo, los frutos que hoy todos lamentamos.
Me refiero a esto porque, afortunadamente, se están dando pasos para sanar las raíces. Siguiendo con la observación de los que sucede en Estados Unidos, para la práctica totalidad habrá pasado desapercibido el hecho de que esta semana los obispos de ese país hayan elegido a un nuevo presidente. Muchos laicos o no se han enterado o han pensado que esa es una cosa interna de la estructura jerárquica que no tiene nada que ver con ellos. Si es así, se habrán equivocado. La noticia es tan importante que supone una auténtica revolución no sólo para la Iglesia norteamericana, sino para el resto del mundo.
Hasta ahora, con una sola excepción –en 1960 y por motivos muy graves-, el presidente del Episcopado norteamericano era el obispo que, en el trienio anterior, había ocupado el cargo de vicepresidente. Por lo tanto, la verdadera batalla se libraba a la hora de votar al que debía ser el sucesor. Además, se solía actuar de modo que si el presidente era conservador su sucesor fuera progresista, y viceversa, garantizando una especie de equilibrio que, en realidad, suponía una cierta inercia institucionalizada. El presidente anterior, el cardenal George, era abiertamente conservador y fiel a Benedicto XVI, pero el vicepresidente, Kicanas, era todo lo contrario; tanto que estaba salpicado por un caso de complicidad con un sacerdote pederasta que está en la cárcel, aunque esto ya se sabía cuando fue elegido . La tradición “obligaba” a que Kicanas fuera el nuevo presidente. Pues bien, no ha sido así. En su lugar ha sido elegido Dolan, arzobispo de Nueva York. Dolan es ese obispo que tuvo el valor de defender a Benedicto XVI cuando el The New York Times le atacó este año y pidió su dimisión y que, en un memorable sermón en la catedral de San Patricio, dio la cara por el Papa, ganándose de paso un aplauso de 20 minutos por los feligreses puestos en pie al acabar la homilía. Dolan ha sido elegido por el Papa visitador para esclarecer los casos de pederastia en Irlanda y es, sin duda, el gran líder de la Iglesia norteamericana más próxima a Benedicto XVI. Por si este “terremoto” eclesial no fuera suficiente, los obispos norteamericanos han señalado ya qué línea quieren para el futuro, eligiendo a Kurtz, también conservador, aunque no tanto como Chaput, que era la alternativa.
Si el nombramiento de obispos se orienta en el sentido correcto –y la presencia del cardenal Ouellet en Roma, así lo garantiza- y los Episcopados deciden, por fin, identificarse plenamente con el Papa, la reforma querida por Juan Pablo II y proseguida por Benedicto XVI habrá entrado en su fase de consolidación. Por eso ésta es una gran noticia, Aunque la mayoría no se haya dado cuenta.