A toro pasado resulta gracioso e inteligente ver cómo "dialogó" el obispo polaco con las autoridades comunistas. Fue, en cierto modo, una negociación. Pero si pudo negociar era porque había católicos dispuestos a conquistar su libertad, no sólo social, sino principalmente religiosa, y por tanto dispuestos a jugarse la vida por su fe. Es más, se estaban jugando la vida, y el futuro papa sólo evidenciaba que nada les iba a detener.
Pasaron bastantes años y el entonces Papa no podía por menos recordar con añoranza y cierto enojo, cómo la cobardía se había adueñado del pueblo cristiano. La dejadez, el servilismo y la tibieza, había entrado en las actitudes cristianas hasta el punto de convivir tan alegremente con lo que él llamó la cultura de la muerte como si aquí no pasara nada. Todo ello lo expresó sin titubeos en sus libros autobiográficos. Y todo ello es replicable a nuestro tiempo.
El escándalo del vergonzante cierre al culto en la Basílica del Valle de los Caídos es hoy una piedra de toque para los católicos. No deja indiferente a nadie. Y posiciona en bandos diferenciados a muchos católicos. Una muestra: “Cuando pase todo esto, quizá la Comunidad Benedictina deba pensar si merece la pena seguir ahí, en ese lugar. Hoy deben seguir. ¿Mañana? No lo sé. Lo esencial para los monjes es Dios y, si la primacía de Dios se oscurece, quizá toque sacudirse el polvo de las sandalias – no ahora, sino cuando sea - .” Quien esto dice es un sacerdote, Guillermo Juan Morado, canónigo a la sazón.
En contra, “Evitemos el odio que pueda surgir en nuestro corazón hacia quienes persiguen la fe. Oremos por ellos y que el amor de Cristo venza el muro del odio. Pero, sin dejar de amarles, sepamos también mostrar nuestra firmeza, porque el Señor está con nosotros y tenemos que defender su heredad, de la que forman parte las iglesias y los lugares de culto. Que podamos decir con convencimiento las mismas palabras que el abad benedictino Santo Domingo de Silos dijera a un rey de Navarra en el siglo XI: “La vida podéis quitarme, pero no más”. Palabras, en este caso, de fray Santiago Cantera, monje benedictino que está soportando, junto con su comunidad, la presión del Gobierno para que abandonen la Abadía del Valle.
Llama la atención tal contraste. De entrada podría desconcertar ver cómo los que claman por “el diálogo” -hasta el punto del abandono de la casa del Señor- lo hacen desde la lejanía del problema –a ellos no les ha pasado- mientras que cuántos luchan por defender los lugares de culto son las víctimas del atropello. ¿Porqué pasa esto? Sería una primera pregunta válida que exigiría valorar, en primer lugar, el mismo significado del Valle de los Caídos. Por su vinculación al régimen franquista son muchos los católicos que han creído entender el problema en clave política antes que religiosa.
Los monjes del Valle son más sencillos: recibieron la Basílica para rezar, especialmente, por los caídos de la guerra, convirtiendo las entrañas de la montaña en lugar de culto. Es, por tanto, una heredad que han recibido para servir al Señor y deben defender Sus derechos. Ellos no lo dudan, se persigue la fe, no ideologías históricas.
Y aquí está la clave.
Cuántos ven sólo atavismos históricos pierden de vista lo que realmente se está jugando hoy en España. No haría falta quizá más que esto para entender dónde está el Gobierno, cuáles son sus pretensiones, pero desgraciadamente hay más, y aún así hay quien no quiere verlo. He aquí lo qué ha precedido el asalto del Valle:
1º Pretensión manifiesta de formar moralmente a los niños en la ideología de género: EpC.
2º Persecución a la libertad moral de los padres al impedir la objeción de conciencia y al ligar tanto los conciertos económicos como el curriculum docente a la aprobación de tal asignatura. Se puede suspender eternamente Lengua y Matemáticas, pero se amenaza con exigir obligatoriamente el cursar y aprobar EpC para poder avanzar académicamente.
3º Obligatoriedad en el adoctrinamiento sexual desde los 3 años, impartido por “profesores” habilitados por el Gobierno, ni siquiera del Colegio. Ni que decir tiene que tal adoctrinamiento es sobre la perversión más rancia: homosexualidad, masturbación, técnicas sexuales…
4º Leyes des-educativas, con pretensiones mecanicistas y ateas.
5º Desaparición de crucifijos de la escena pública.
6º Desaparición de lo religioso en los protocolos oficiales. Evidentemente ese hecho religioso protocolizado lo era católico.
7º Protección jurídica de la homosexualidad como derecho. Con su contrapartida de penalizar su crítica y su no fomento.
8º Protección de la cultura de la muerte, que ya no es mal menor, sino derecho fundamental.
9º Campañas de institucionalización y socialización de metas aún no logradas en la carrera de la cultura de la muerte: eutanasia y eugenesia…
10º Fomento y protección del Islam en España.
El asalto al Valle de los Caídos se enmarca en estos precedentes, y no debe ser olvidado a la hora de enjuiciar y entender qué está pasando y porqué.
Y si el Papa alertó sin cortapisas del laicismo agresivo, no se preocupen, sólo han hecho falta unos días para diluir, como en agua, la gravedad de su denuncia. ¿Quién está detrás? Pues sí, no malísimos perseguidores de la fe, sino “fidelísimos hijos de la Iglesia”.
Sinceramente, llama la atención. Y sobre esto habrá que volver.
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