A estas horas no tengo nada reseñable que contar.
Apenas un poco de cansancio, un zumo de naranja
y unas cuantas páginas de otra novela.
Lo demás dejémoslo estar, pues he andado perdido
en divagaciones vacías, y con la mirada desvaída
en cualquier lugar. Sin más.
Sólo cabría destacar un hecho. A media mañana
he entrado en una iglesia. Estaba llena de música.
Y he ido a sentarme justo al lado de Dios.
Era Él, estoy seguro. Creo que esperaba a alguien.
Y ese alguien era yo.
Hemos escuchado el órgano juntos, y después su eco,
y al fin el silencio... En un momento dado
mi alma se ha puesto de rodillas.
Y he escondido el rostro entre las manos. “-¡Hijo mío!”.
Y de nuevo el sonido de la música y el sentido de mi vida.