He participado ayer en un interesante programa, Tiempo de tertulia, dedicado a presentar y glosar el libro escrito por el Doctor en psiquiatría Raymond Moody y por Paul Perry titulado Destellos de eternidad, editado por EDAF. Un libro que recomiendo vivamente a quienes de Vds. estén interesados en lo que Moody llama experiencias de muerte compartidas (EMC), es decir, las experiencias de tipo sobre- o para-natural –pongan Vds. el calificativo que estimen oportuno- que tienen personas que acompañan o son cercanas a otras que están en trance de muerte. El libro viene a complementar o completar el que ya escribiera en su día el mismo autor, titulado Vida después de la vida, en el que lo que se relataba eran las experiencias cercanas a la muerte (ECM), a saber, las de aquéllos que, por circunstancias las que fuesen, habían conocido lo que es traspasar el umbral de la muerte, aunque finalmente retornaban a la vida con tiempo para relatar lo experimentado.
Como es natural y de esperar, el Doctor Moody se expresa en términos científicos, y hasta viene a reclamar el tratamiento más científico de la cuestión, una especie de ciencia nueva que podría llamarse, -lo digo yo, no él-, tanatología o, en término ya acuñado, por qué no, escatología, el tratado de las últimas cosas. Porque en esto como en tantas cosas, se demuestra que los seres humanos, aunque efectivamente vayamos avanzando, qué duda cabe, abundamos una y otra vez sobre los mismos temas, y redundamos una y otra vez sobre las mismas ideas.
Tanto así que, de hecho, aunque de forma mucho más naif y con pretensiones, desde luego, menos científicas, el tema de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), y las experiencias de muerte compartidas (EMC), se halla presente ya en los más antiguos textos cristianos, ora canónicos, ora no canónicos. Y si no, veamos. En los mismos Hechos de los Apóstoles escritos por San Lucas, el escritor narra lo que ocurre cuando se produce la lapidación del que es el primer mártir cristiano, San Esteban:
“Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios.»”. (Hch. 7, 55)
En lo que no deja de ser una experiencia cercana a la muerte muy similar a tantas de las que narra Moody.
Más interesante todavía se me presenta un texto cristiano del s. III, el Acta martirial de las Santas Perpetua y Felicidad. Las actas martiriales, como muchos de Vds. sabrán y otros se barruntarán, son actas que levantaban los cristianos sobre el martirio de sus correligionarios, muchas de las cuales han llegado a nuestros días, existiendo, de hecho, una magnífica edición ya agotada de varias de ellas denida a Daniel Ruiz Bueno y publicada por la Biblioteca de autores cristianos (BAC). Pues bien, resumido para no aburrir a Vds., en el acta martirial de la que hablamos, nos encontramos el siguiente relato:
“Mas también el bendito Sáturo publicó la siguiente visión suya, que él escribió de su mano:
Habíamos sufrido ya el martirio y habíamos salido de la carne, y cuatro ángeles nos transportaban sin que sus manos nos tocaran. Ibamos como quien sube una suave colina. Y pasado el primer mundo vimos una luz inmensa, y yo le dije a Perpetua (pues venía a mi lado):
Habíamos sufrido ya el martirio y habíamos salido de la carne, y cuatro ángeles nos transportaban sin que sus manos nos tocaran. Ibamos como quien sube una suave colina. Y pasado el primer mundo vimos una luz inmensa, y yo le dije a Perpetua (pues venía a mi lado):
- Esto es lo que el señor nos prometía.
Y mientras éramos llevados por los cuatro ángeles dichos, se abrió ante nosotros un espacio grande, que era como un vergel. Allí en el vergel había otros cuatro ángeles más gloriosos que los demás, los cuales, así que nos vieron, nos rindieron honores y dijeron a los otros ángeles con admiración: “Son ellos, son ellos”. Y llenos de pavor, los cuatro ángeles nos dejaron en el suelo. Allí encontramos a Jocundo, a Saturnino y Artaxio, que habían sido quemados vivos en la misma persecución. Les preguntamos donde estaban los demás. Pero los ángeles nos dijeron: “Venid antes y saludad al Señor”. Y llegamos a un lugar cuyas paredes eran tales que parecían edificadas de pura luz. Y entramos y oímos una voz que decía “Santo, santo, santo”. Y empezamos a reconocer allí a muchos hermanos, señaladamente a los mártires. Todos nos sentíamos congraciados con una fragancia inenarrable que nos saciaba” (op.cit. pág 430).
Visión, ésta de Sáturo, de sumo interés, diría, para el Doctor Moody, pues en ella vemos convivir una experiencia cercana a la muerte, la que Sáturo tiene de la suya propia, con una experiencia de muerte compartida, la que Sáturo tiene de la de su compañera de martirio Perpetua. A Moody, sin duda, no le costaría nada defender que las especiales circunstancias de violencia y excepcionalidad de ambas muertes, habría hecho posible un evento tan extraordinario como la convivencia y contemporaneidad de ambos fenómenos.
Según Moody, en una experiencia cercana a la muerte o en una experiencia de muerte compartida según las ha observado él, acostumbran a estar presentes, aunque nunca todos juntos, siete elementos:
- Una experiencia extracorpórea.
- La presentación del alma como especie de nube o humo.
- Una transformación del lugar en el que los videntes se encuentran.
- Luces destellantes y luminosísimas aunque no molestas.
- Música angelical.
- Paisajes celestiales.
- Un repaso sumario y rápido a la trayectoria vital del finado.
Pues bien, en el relato que presento a Vds. pueden observar que están presentes cinco de los siete, a saber, todos menos la presentación del alma como especie de nube, y el repaso a la trayectoria vital.
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