Yo os aseguro que todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis (Mc 11,23.24).
Si no es Dios quien me pone en poder creer, no puedo creer. Puedo rechazar el creer solamente con mis fuerzas, pero creer sobrenaturalmente no puedo, si no es Dios el que me da el poder. De modo que creer, lo que se dice creer, solamente puedo aquello para lo cual Dios me da el poder creer.
Una de las tentaciones que Jesús padeció en el desierto fue manipular el poder de Dios por medio de sus promesas (cf.
Mt 4,6). También lo sería para nosotros intentar imponerle a Dios, por la oración, lo que desde nosotros mismos se nos pueda antojar. ¿Cómo creer haberlo recibido de Él, si no creemos en su omnipotencia, es decir, que cuanto quiere lo hace?
La oración, si es tal, es esperanzada; y, en la medida que lo es, es oración. Esperamos aquello de lo que se nos ha dado ya un anticipo. Si nuestra oración es movida por lo que hemos pregustado del querer de Dios para nosotros, entonces nuestra oración "tanto alcanza cuanto espera" (S. Juan de la +).
En nuestro bautismo, se nos ha dado el anticipo de la vida eterna, vivimos pregustando la divinización. Si antes de comulgar, pedimos, movidos por sus promesas, recibir al Hijo de Dios, creamos en la fidelidad de Dios a sus promesas y en su omnipotencia, que no solamente está Jesús presente, sino que también se me quiere dar en totalidad. Entonces lo recibiremos y, al comulgar, también crecida esperanza en el cielo.