El ser humano, por más que se olvide de su dimensión espiritual, la lleva en sí mismo y, por ende, forma parte de lo que es. Esto explica el que las personas; especialmente, muchos jóvenes, no obstante la baja de asistencia a Misa, continúen buscando, con sinceridad, maneras de conectarse con lo trascedente. A veces, en formas esotéricas porque no se les ha propuesto el valor de la filosofía cristiana y quedan envueltos en muchos discursos piadosos que carecen de fondo o contenido que invite a la superación y al diálogo con Dios. Lo interesante y lo que verdaderamente representa un reto para nosotros es cómo proponerles a Jesús en medio de tantos signos esotéricos que se han puesto de moda y les resultan más cercanos. En concreto, hacerles la propuesta de que no busquen un “algo” equivalente a la energía o al cosmos, sino a un “alguien” que les recibe, acompaña e impulsa: Cristo.
Es decir, detrás de tantos signos se esconde un deseo inconsciente de Dios y toca ayudar a que se vuelva consciente y entonces descubran que la fe; es decir, la relación con Jesús será lo que pueda, no solamente responder a su búsqueda profunda de lo trascendente, sino que superará cualquier expectativa. Entrarán de lleno en el misterio de Dios y no de un enfoque ritualista de porte agnóstico que, además de desvincularlos de la fe, los desconecta también de la ciencia; es decir, de la razón, dejándolos envueltos en una confusión antropológica y espiritual. Se trata de aprovechar su apertura a lo trascendente para compartirles nuestra fe de forma asertiva. Realmente, en la inmensa mayoría de los casos, son esotéricos porque no han encontrado quien les ayude a descubrir o redescubrir a un Jesús amigo. Es lo que tienen más cerca y es tiempo de acercarles otra opción. Nunca imponiendo, sino proponiendo.
Ahora bien, ¿qué pasa si nos topamos con jóvenes que están dentro del esoterismo que, como es obvio, resulta incompatible con nuestra fe? Evidentemente, no negaremos que eso no es nuestra camino, pero tampoco reaccionaremos de forma despectiva. Antes bien, resignificar, si la persona se abre a esa posibilidad y solamente se abrirá en la medida en que sepamos llegar con claridad, dando espacio y, al mismo tiempo, sin denostar. En efecto, Dios llega y todo cambia, pero nos toca hacerlo en clave de evangelización; es decir, de propuesta o de contagio por el propio testimonio que demos más con acciones que con palabras.