De mañana: La Justicia en casa
Este raro privilegio, propio de altos funcionarios del Estado lo gozan también obispos y dignatarios eclesiásticos: negarse a asistir a Sede Judicial para prestar declaración testimonial. Hombre acostumbrado a allanarse a la simpleza del ciudadano corriente, se amparó, sin embargo, en este caso en la concesión estatal antedicha, la cual demuestra hasta qué punto el ordenamiento constitucional argentino mantiene a la Iglesia Católica el rango de religión oficial. En buen hora.
En efecto, el tribunal se trasladó en pleno a la sede arzobispal para la declaración. Allí, en terreno propio y alejado de los fotógrafos y los entrevistadores, el Cardenal pudo contestar a las preguntas a sus anchas, con el estilo evasivo que se le conoce.
El abogado de la querella, Luis Zamora, un dirigente político de rara factura, porque cree religiosamente en su ateísmo y descree de la partidocracia, llevó el interrogatorio adelante tratando de obtener datos y precisiones, quizás sin saber que enfrentaba a un maestro de las artes elusivas. Así lo testimonia el propio Zamora, según la web de un colectivo marxista dedicado a los presos de la dictadura militar.
"Zamora, quien convocó a Bergoglio como testigo, inició la rueda de preguntas. Le preguntó en qué año y circunstancias conoció a Yorio y Jalics. “A Yorio lo habré conocido en el ’61 o ’62 en el Colegio Máximo, después él fue profesor mío de teología”, respondió. Señaló que el Colegio Máximo era la casa de estudio de los jesuitas. Y que a Jalics lo conoció en el ’61, en ese mismo lugar. Fue profesor de filosofía de Bergoglio. “Durante mis dos primeros años lo tuve de consejero espiritual”, dijo.
“¿Había acusaciones de algún sector, especialmente dentro de la Compañía de Jesús, sobre la forma en que cumplían sus tareas?”, preguntó Zamora. “Nada en particular”, indicó, escueto, el arzobispo. “En aquella época, todo sacerdote que trabajaba en el sector más pobre era blanco de acusaciones de parte de algunos sectores. En junio de 1973 viajé a La Rioja con el anterior provincial para intervenir con los jesuitas que trabajaban con los pobres. Era muy común que alguien que iba a trabajar con los pobres fuera considerado zurdo. Eso no se acabó en esa época”, indicó. Eran “acusaciones de tipo ideológico por pertenecer a una organización subversiva por parte de gente sensata”.
“Cuando dice acusación de diversos sectores, ¿de quiénes habla?”, le preguntaron. “Gente que no estaba de acuerdo con esta opción pastoral. No sectores, gentes”, indicó. Zamora le pidió precisiones, nombre y apellido de quienes impulsaban ese cuestionamiento. “Era un cuestionamiento general, a todos los sacerdotes que tenían esa vocación”, generalizó. “De sectores diversos. En las comunidades hablaban, en los sectores, en algunas parroquias. Sectores de la Iglesia. Y también de afuera, uno le resta importancia, porque dice: ‘eso no es verdad’, pero ya está instalado”. Le volvieron a preguntar y agregó: “Estaba instalado eso: que los curas que trabajaban con los pobres eran zurdos. Antes del golpe militar también”.
Habrá comprobado así, el dirigente izquierdista, lo que padecen los católicos cuando tratan de obtener una respuesta del Cardenal Primado, lo cual, por una curiosa empatía, tal vez en el futuro, quizás en la hora de la muerte, mueva a Zamora a pedir confesión. Se predica de muchas maneras, no solo con la exhortación.
El primer difusor de la teoría de la “entrega de curas” al gobierno militar durante su gestión como provincial de los jesuitas fue el gran enemigo personal de Bergoglio, Horacio Verbitski, de Página/12, un medio del Grupo Clarín para consumo de la izquierda burguesa. El cardenal trató de defenderse de estas acusaciones por medio de una biografía autorizada, “El Jesuita”, en la que se nota demasiado la benevolencia de los entrevistadores.
¿Hay pruebas contundentes de la “entrega”, o sea, denuncia o trabajo de inteligencia interna sobre los alborotadores filomarxistas (en algunos casos elementos armados o estructura logística de Montoneros)? NInguna que sepamos. La misma acusación de que “les retiró su protección” a los arriba secuestrados, quienes recuperaron su libertad seis meses después y bajo pleno auge del gobierno militar, es bastante vaga. Más vale me inclinaría a pensar que al menos "los jesuitas" no les retiraron el apoyo a los sacerdotes antedichos.
Lo cierto, sí, es que en aquellos tiempos el P. Bergoglio cultivaba la amistad de grupos peronistas de derechas, no nada amigos de los que bajo gobierno militar se llamó “subversivos”. Recordemos también que en ese entonces el P. provincial estaba entre dos fuegos: la izquierda católica revolucionaria y armada con gran indulgencia de la jerarquía eclesiástica (y del General de los Jesuitas) y como contraparte, la Junta Militar argentina, de orientación clerical pero con muchos elementos operativos "independientes" y poco amigos de hacer favores a los guerrilleros y sus amigos.
Estos dos padrecitos villeros la sacaron barata. Peor suerte les cupo a seminatistas palotinos de San Patricio o a dos monjas francesas: en un caso aparecieron muertos a balazos en la propia casa religiosa, en otro desaparecieron realmente (no como otros "desaparecidos" que hoy gozan de suculentos sueldos estatales.
A aquellos el Cardenal Primado les ha consagrado un “santuario” en la Parroquia de la Santa Cruz, en su diócesis, promoviéndolos como los “mártires palotinos”, y en el caso de la monjas francesas, cuya base operativa era esa misma parroquia, las ha elevado también a la categoría de “muertas por la fe”.
Todos ellos estaban involucrados en la guerra revolucionaria cristiano-marxista con sustento doctrinal en la "Teología de la Liberación", de la que nacieron los Montoneros, hijos en su mayoría de parroquias y colegios católicos...
Lo que nos lleva a deducir que el Cardenal, hombre pragmático, para lavar la culpa (real o atribuida) de los jesuitas secuestrados, cultivó una faceta filomarxista y demagógica, entre tantas que tiene su compleja personalidad, sin tener en cuenta, o tal vez asumiendo el riesgo de ser luego sospechoso a derecha e izquierda. Precisamente, la izquierda anticatólica no se conforma con unos tributos de ensalzamiento porque su odio se dirige a la Iglesia de un modo radical. Y a la gente de "derechas" estos enzalzamientos les han resultado demasiado difíciles de digerir.
Por la tarde: Homilia sobre el escándalo y el “verdugueo”
Ante la magna audiencia de los obispos argentinos reunidos en pleno, y en la homilía de la misa de apertura, el Cardenal leyó un sermón de tono poco frecuente en él, bien nutrido de citas bíblicas y patrísticas.
El tema de fondo, parece, es el “escándalo”. Y no habiendo sabido de ningún escándalo inusual en los últimos meses en el seno de la Iglesia argentina, salvo el asordinado tema Sucunza-García que hemos tratado largamente en este blog, me parece es posible establecer alguna relación entre lo que se ventiló allí y la pieza oratoria cardenalicia.
Me abstendré de hacer un análisis pormenorizado de la homilía, la cual puede ser leída por los interesados aquí, sino que apenas señalaré un par de párrafos sorprendentes.
El escándalo de “aquellos pequeños que creen en Mi” sería el “verdugueo”, vulgarismo por “destrato” o “abuso de autoridad”. Su Eminencia redefine el escándalo con asombrosa habilidad dialéctica -salteándose quizás un par de requisitos hermenéuticos- como la falta de actitud de servicio de parte del clero.No se si estoy de acuerdo en que ese sea el sentido evangélico del escándalo, pero de alguna manera toca un punto cierto.
En el hilo argumentativo de su homilía, el Cardenal llega a citar la frase que le costó el cargo a Mons. Antonio Baseotto, en su momento obispo castrense, cuando con más exactitud teológica la aplicó a aquellos alejaren de la fe a los inocentes a causa de sus inconductas morales. Dirigía su invectiva el entonces obispo castrense al también entonces Ministro de Salud de Kirchner, apologista del profiláctico: “más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar” (Lc. 17:2)”.
Cita políticamente incorrectísima en la Argentina desde aquel episodio que el gobierno de Kirchner consideró como una justificación de los “vuelos de la muerte” atribuidos al gobierno militar, en particular al muerto ilustre más fresco que tenemos, el Almirante Massera.
Fue la muerte civil y eclesiástica de Mons. Baseotto. Desde entonces, prácticamente ningún obispo se refirió a él sino con tono de reproche, y la prensa le aplicó el método del clisé: cada vez que se lo mencionó de ahí en más, con homérica regularidad, se agregó la frase “el obispo que pidió arrojar al Ministro de Salud al mar”.
La homilía deriva luego hacia el tema de la “mansedumbre pastoral" y la asocia directamente con el Corazón de Cristo, cuya fuente única es -ya que no se trata de una mera disposición psicológica- aclara el Cardenal, con bella y precisa formulación doctrinal.
“... la mansedumbre que, como hija de la caridad, es paciente, es servicial… no es envidiosa, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, sino que se regocija con la verdad; todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cfr. 1Cor.13:4-7). Pedirle la mansedumbre de María al pie de la Cruz; la de los ojos de Jesús cuando miraron a Pedro la noche del jueves (cfr. Lc.22:61) o cuando invitaron a Tomás, el incrédulo, a meter su mano cerca del Corazón (cfr. Ju.20:27). Allí, en ese Corazón está la fuente de la mansedumbre pastoral (cfr. Mt.11:29)”.
Es un perfecto resumen de lo que NO sucede en la Argentina, y muy en especial en la Diócesis cardenalicia.
Tan feliz cita nos deja perplejos y esperanzados: ora el Cardenal está en pleno proceso de conversión (no desesperemos de la Gracia) ora está exhortando a sus auxiliares e inclusive a muchos residenciales a cesar en la persecución de los pobres buenos sacerdotes, religiosos y fieles. Lo cual no sería menos indicación de la primera hipótesis, sino más bien una confirmación.
Cuando el Cardenal hace buena letra es porque está por dar examen. Parece que además de la audiencia de la Justicia, deberá dar explicaciones a sus pares.