A punto ya de enviar este artículo, voy a celebrar la eucaristía y asistía un grupo escolar de niños de dos y tres años. A la hora de la homilía los llamo junto a las gradas del altar, como les decía que hacía Jesús con los niños que iban junto a Él; se fueron acercando y formaron un grupito junto a mí. Les pregunté cómo se llamaban y fueron diciendo sus nombres casi a la vez. A continuación les pregunto si sabían cómo me llamaba yo; no lo sabían, pero uno dijo: Jesús.
La verdad es que me emocioné, sobre todo, por el tema que estaba terminando en casa. Efectivamente, podemos decir que el sacerdote es Jesús, es decir, como presencia de Jesús en medio del mundo, ya que es Jesús quien actúa cuando el sacerdote actúa ministerialmente.
Desgraciadamente, de vez en cuando aparece algún escándalo por parte de algunos miembros del clero. En la actualidad tenemos en Perú, donde resido, un hecho que nos ha asombrado a todos; el de un sacerdote sorprendido cuando estaba en la cama con una mujer cuyo marido entró en la habitación y grabó lo que estaban haciendo. Supongo que este hecho habrá sido ya noticia a escala universal. Éste es el motivo del presente artículo.
Todos sabemos que actos sexuales de eclesiásticos los ha habido en la Iglesia por parte de Papas, obispos y sacerdotes. Sí, también Papas. Sin referirme al caso concreto que nos ocupa del sacerdote en cuestión, tanto por no tener datos fidedignos, como por no ser yo quién para juzgar a nadie, voy a escribir pensando en voz alta.
En primer lugar, siempre que se da un caso de estos, me siento muy triste y lo primero que le digo al Señor es que tenga misericordia del sacerdote –es un hermano que ha tenido una debilidad- y que cuide de mí y de todos los sacerdotes. También invito a rezar por ellos.
Sin embargo, a pesar de este caso y de otros muchos, ni me defrauda la Iglesia ni dejo de reconocer que sigue siendo tan santa como siempre lo ha sido y lo será, porque a la Iglesia no le viene la santidad porque lo seamos quienes pertenecemos a ella, ya que todos somos pecadores, ni aunque a ella perteneciesen sólo los mayores pecadores del mundo; es algo así como llamar a un hospital, casa de salud, aunque esté lleno de enfermos.
Pero quiero añadir que con ello no intento hacer una presentación triunfalista de la Iglesia. Sencillamente quiero decir que en la Iglesia, llena de pecadores, hay extraordinarios y abundantes frutos de santidad que manifiestan la presencia del Espíritu en ella.
Cuando vemos esos casos, no caigamos en la actitud del fariseo: "No soy como ésos". ¿No sería mejor centrar nuestro empeño en hacer nosotros personalmente el bien que queremos que hagan los demás? ¿No sería mejor imitar a tantos modelos de vida limpia y entregada al bien de los demás y a la defensa de los más pobres, como han hecho y están haciendo tantos santos, canonizados o no, que han entregado sus vidas y han soportado la violencia y han hecho y están haciendo muchísimo bien en el mundo? Sí, señores. Estoy orgulloso de pertenecer a la Iglesia; a esta Iglesia. ¿Ustedes también?
Escuchemos algunas frases de Jesús condenatorias al respecto, tanto para los que pecan como para los que acusan. Lo mismo podemos aportar la frase «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra »" (Jn. 8, 7), que aquella otra "Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños" (Lc. 17, 2).
Recordemos también aquella otra del padrenuestro: "y perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos han ofendido;" (Mt. 6, 12). Y la siguiente: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: « No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. »" (Mt. 18, 21-22).
Como cristiano que habla a los hermanos en la fe, quiero sugerir unas ideas por si nos pueden ayudar a actuar como hermanos en casos como éste:
1) Reconocer que estos hechos son condenables tanto en sacerdotes como en laicos.
2) Que en el sacerdote tienen una especial gravedad, tanto por su formación como por su consagración, por la que está llamado a dar ejemplo.
3) Que todos somos débiles y podemos pecar; recordemos aquella frase sabia que rezuma humildad: homo sum et nihil humanum a me alienum puto. (Soy hombre y nada humano pienso que me pueda ser extraño).
4) Que el sacerdote es un hermano que ha optado por entregarse totalmente al Señor y al bien de los hombres y que en un momento dado ha fallado, pero que no por ello deja de ser nuestro hermano.
5) Que le acojamos siempre en nuestro interior, y cuando tengamos ocasión de tratarle.
6) Y por último, que una vez más, recemos por él y por todos los sacerdotes.
Dicho esto, unas palabras también sobre aquellos que quieren hacer leña del árbol caído. Piensen si, casados o solteros, han sido fieles o han tenido algunas aventuras indebidas a pesar de estar casados. ¿Cabrían en un periódico los escándalos que cometen los políticos, o abogados o periodistas de todo el mundo? ¿Se atrevería alguien a hacer una encuesta?
Hay como una constante en las críticas. Cuando hay un sacerdote que da un escándalo, suelen decir "todos son así, pero lo ocultan"; cuando hay un sacerdote ejemplar, dicen "si todos fueran así...", es decir, que tanto si somos buenos como si no, para mucha gente somos unos indeseables. ¿Es justo decir, como se ha dicho, que la Iglesia es la gran prostituta?
Hay quienes parecen hienas o buitres cuando se da algún caso de sacerdotes caídos. Y acusan a la Iglesia como si los sacerdotes fuésemos una plaga con la que hay que acabar.
No todos somos así, gracias a Dios, aunque todos podamos llegar a ser así. He dicho gracias a Dios, porque es el Señor quien nos quiere con locura por haberle dedicado en exclusiva nuestras vidas; lo realmente raro es que no seamos así. Y ahí están cantidad de gente que cree y trabaja con fe e ilusión aunque haya otra clase de gente que, como buitres y hienas, atacan sin compasión a quienes tienen la debilidad de haber caído, por unas causas u otras, en la tentación. Antes de criticar tan duramente los fallos de los sacerdotes, piensen si podrían arrojar la primera piedra.
Por último, si me lee algún sacerdote que esté en dificultades, que renueve la ilusión de los primeros días de sacerdocio y que acuda sinceramente al perdón de Dios, porque Dios le está esperando para perdonarle, y que acuda a la ternura de la intercesión de la Virgen que le acogerá como madre y le llevará a Jesús.
José Gea