Tras el breve paréntesis del artículo anterior vamos a examinar someramente las circunstancias que acompañaron a la muerte de las víctimas de nuestra persecución religiosa.
MARTIRIO
Cuando los milicianos encargados de las ejecuciones se presentaban en busca de la víctima, se pretextaba siempre, para acallar las naturales protestas de los familiares, que le llevaban a declarar. Probablemente esta fórmula sangrienta no hubiera podido ser sustituida por otra, objetivamente más exacta. De hecho se les conducía al lugar de la muerte y allí se les fusilaba sin más proceso. Y sin embargo, “iban a declarar”, iban a miniar con la propia sangre el testimonio de su vida. Los seglares que pertenecían a Acción Católica o a la Adoración Nocturna, por ejemplo; las religiosas de clausura o de vida apostólica, así como los sacerdotes o religiosos fusilados por ser ministros del Señor, escribían con su sangre la declaración de su fe.
Así sentencia don Juan Francisco Rivera: “Ir a declarar es la frase justa. Declarar su fe, muriendo por Cristo, no es nada más que traducir fielmente la palabra griega “martirio”.
LA PROFESIÓN DE FE
Dado el carácter que especifica la persecución española contra la religión cristiana, cuyo fin –como se puede comprobar- es entre una de sus prioridades acabar con el clero… la vida sacerdotal o religiosa constituía ya de por sí el delito, cuya sanción era la pena capital. Y, sin embargo, no se conocen casos de apostasía. El gran Paul Claudel escribió un largo poema, cargado de admiración a los mártires, donde afirma “…miles de sacerdotes masacrados, y ¡ni una sola apostasía!”
Para acabar con la vida de cualquier sacerdote o religioso, bastaba delatarle como tal. La cédula personal fue para muchos su sentencia de muerte. Cuando se descubría a alguno sin documentación y se sospechaba de él, se le inspeccionaba atentamente la cabeza, para ver si se le notaba la tonsura. Si el examen daba un resultado positivo, el fusilamiento era seguro.
Pero a veces se puso también a prueba la firmeza de las víctimas. Al párroco de San Nicolás de Bari de Toledo, el Siervo de Dios Pascual Martín de Mora, en el momento de adueñarse los milicianos de la ciudad, en la tarde del 22 de julio, se le intimó a que gritase “¡Viva el comunismo!”. Su respuesta fue gritar tres veces “¡Viva Cristo Rey!”. El último de ellos ya no se oyó en la tierra, porque una descarga nutrida dio con el sacerdote en el suelo.
Al regente de Los Navalmorales (beatificado en 2007) pretendieron obligarle a blasfemar: “Antes que Liberio González Nombela soy sacerdote, y los sacerdotes no blasfeman, solo bendicen a Dios”.
El Beato Domingo Sánchez Lázaro, párroco y arcipreste de Puente del Arzobispo, afirma: “Con mis hábitos sacerdotales o sin ellos soy sacerdote, y si es preciso morir, moriré en defensa de mi estado sacerdotal”
Al Siervo de Dios José Antonio Sierra, que era el Padre Guardián del Convento de Puebla de Montalbán, pendiente de una soga le amenazaban con sumergirle en el pozo que había en el lugar donde se encontraba detenido si se negaba a blasfemar; y claro que no blasfemó, sino que sus palabras constantemente fueron: “Perdón, Señor, perdón. Misericordia, Señor, misericordia”.
Exponente elevado de responsabilidad y afirmación cristianas son cada una de estas palabras. Como éstas se pronunciaron otras, y muchas más que nunca serán conocidas por los hombres, ya que los únicos testigos de ellas, los verdugos, no quisieron revelarlas jamás.
LA MUERTE
Y así se suceden tormento físicos, morales y psicológicos: desterrados de la propia feligresía, perseguidos a muerte por doquier, detenidos en cárceles, a veces con el trato más indigno; esperando que cada momento fuera el último. Golpeados sacrílegamente.
El último acto siempre, el fusilamiento. El Paseo del Tránsito de Toledo y las murallas de la parte suroeste de la ciudad son lugares empapados en sangre. Aunque para lugar de ejecución eran aptos todos los sitios: en el interior del Convento de San Pablo de las Madres Jerónimas muere el capellán, el Siervo de Dios José López Cañada; en la casa parroquial de Lucillos, y a vista de sus padres, es asesinado el Siervo de Dios Jacinto García-Asenjo, sacerdote de la localidad; junto a su fosa es rematado el Siervo de Dios Martín González, coadjutor de Santa Cruz de Retamar; en presencia del alcalde y del comité local es fusilado, en el mismo Ayuntamiento, el Siervo de Dios Francisco Ramírez, párroco de Olías.
MUERTE VOLUNTARIA
El mártir ha hecho carne de su carne el Evangelio. El Evangelio presenta, sin disfraces ni eufemismos, como posibles, situaciones extremas a los que aceptan la doctrina en él contenida. “No ha de ser el discípulo de mejor condición que su Maestro. Si a Mí me han perseguido también os perseguirán a vosotros”. “Vosotros vendréis a ser odiados por mi nombre, pero quien fuere fiel hasta el fin, se salvará”. “N0 temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed antes al que puede arrojar alma y cuerpo en los infiernos”.
El sacerdote en el momento de recibir su ordenación, el religiosos al emitir sus votos no pueden desterrar como imposible estas promesas del Maestro; es más, en la razón formal de su libertad que acepta voluntariamente la profesión religiosa o el estado sacerdotal, va virtualmente incluida la aceptación de una hipótesis de martirio. Lo mismo vale para los seglares. La vida es el gran don de Dios, y como pesa sobre cada uno la obligación estricta de conservarla, todos los demás medios humanos pueden utilizarse a este fin: dinero, influencias, recomendaciones, fugas, todo menos lo que suponga postergación del propio deber o conculcación de los derechos de Dios.
Mas quiero glosar esto que pudiera aparecer como puras teorías con algunos testimonios explícitos de las víctimas:
- “Si por ser sacerdote me perseguís, de buena gana muero” (Siervo de Dios Pascual Lancha).
- “Madre, me has criado para el cielo, ahora llega la ocasión de poseerle” (Beato Ricardo Plá).
- “He ofrecido mi vida y mi sangre por la Religión y por la Patria” (Beato Domingo Sánchez Lázaro).
- “Si la salvación de España se ha de conseguir con la efusión de sangre sacerdotal, venga cuanto antes” (Siervo de Dios Teógenes Díaz-Corralejo).
- “No lloradme; sabéis la fe que he tenido siempre a Dios, si muero mártir iré al cielo” (Siervo de Dios Calixto Paniagua).
En esto se cifra la muerte voluntaria. Es el digno remate, no de lógica, de una conducta rectilínea, consecuente, sin contradicciones.