Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan (Lc 24,35).
Aquellos dos discípulos de Emaús, pese a la familiaridad que habían tenido con Él, no lo conocieron por lo pronto. Fue Jesús quien les fue haciendo conocer. Como en la celebración eucarística, primero les fue exponiendo todo lo que se refería a Él en las Escrituras. Y su corazón ardía. Es un comenzar a conocer. Pero fue en la fracción del pan cuando lo reconocieron. Más allá de lo que puede conocerse humanamente, conocieron al glorificado en la resurrección.
Lo conocieron en la fracción del pan. Y nosotros en la Eucaristía tenemos también el lugar de máximo conocimiento del Señor. Muchos con premura acuden a cualquier sitio donde dicen que hay alguna aparición. ¿Puede haber mayor certeza de que es el Señor que la que tenemos en la Eucaristía?
 
En ella está presente sustancialmente su Cuerpo. Y la celebración es el memorial de su misterio pascual, es decir, de la mayor teofanía que haya tenido lugar a lo largo de la historia. Nunca se ha revelado a los hombres la intimidad divina con más nitidez que en la Cruz gloriosa del Señor. Es, por eso, que cuando el nos parte el pan se nos da a conocer y nos capacita para que lo conozcamos por fe, para que podamos decir "amén" a las palabras del ministro: «El cuerpo de Cristo».
 
Y aquellos discípulos fueron a contar que había resucitado. Y nosotros, en la medida que ese "amén" es verdadero, así nos vemos movidos a dar a todos la Buena Nueva de la Resurección del Señor.