Agradecida por esta breve e intensa visita del Papa a España, unas líneas para recordar (en el sentido etimológico de "volver a pasar por el corazón") las palabras que ha pronunciado en la Plaza del Obradoiro. Escojo sólo algunas de éstas, todas ellas profundas y llenas de luz, que demuestran un corazón lleno de Aquel que todo lo llena.
Así ha hablado de los peregrinos:
"El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención.
Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo. Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios."
Palabras así me invitan a guardar silencio y meditar y, ¿por qué no? a hacer una peregrinación espiritual a Santiago, y propiciar ese encuentro.
Luego resume así la aportación de la Iglesia a Europa:
que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida.
Parece básico, pero escuchado de su boca, cobra una contundencia y una profundidad inusuales. La aportación de la Iglesia a Europa es la mayor, abrirle a la posibilidad de una vida plena al descubrirle su origen en Dios. No parece poco...
Aquí sus palabras:
Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta".
También nos ha recordado el amor celoso de Dios por cada uno de nosotros, haciéndose algunas preguntas:
"¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? "
Y concluyendo con estas palabras, a mi modo de ver, también objeto de meditación:
"Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?"
Para finalmente, pasar a lo concreto:
"Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo."
dándonos una orientación final, aludiendo a la cruz que acoge y orienta en las encrucijadas de los caminos:
(...)Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia (..)
Gracias, Papa Benedicto XVI, por estas valientes y vibrantes palabras.