Mucho han llamado la atención las declaraciones realizadas por la candidata republicana a un sillón en el senado, -sillón que, por cierto, no ha conseguido-, Christina O’Donnell, cuando en la cadena MTV afirmó lo siguiente sobre la fidelidad conyugal:

 

            “No basta abstenerse con otras personas, hay que abstenerse de uno mismo. La Biblia dice que tener lujuria en tu corazón es cometer adulterio, así que uno no se puede masturbar sin lujuria”.

 

            Unas declaraciones que referidas indiscutiblemente a la masturbación, lo primero que delatan es la inexistencia de referencia concreta alguna a hábito tal en toda la Biblia, ora el Antiguo Testamento, ora el Nuevo, a no ser la que recoge el Levítico cuando dice:

 

            “Cuando una mujer se acueste con un hombre y se haya producido eyaculación, se bañarán ambos y quedarán impuros hasta la tarde” (Lv. 15, 18).

 

            La cual, más que a la masturbación, parece ha de entenderse referida o relaciones sexuales completas -improbable- o más bien a las poluciones nocturnas espontáneas tan frecuentes en la juventud.

 

            Razón por la cual, invoca la candidata el pasaje más estrecha y frecuentemente referido cuando del tema se trata, a saber, el que pone Mateo en boca de Jesús como parte del episodio de las Bienaventuranzas:

 

            “Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5, 27-28)

 

            A la masturbación se le da en llamar onanismo, un “onanismo” cuyo nombre deriva del de un personaje bíblico, Onán, quien, según todo indica al ser quien da nombre al hábito, debería ser un refinado especialista en él. Pues bien, no. Si alguna especialidad cultivaba Onán en lo relativo a las artes sexuales, no era precisamente la del placer autoprocurado, sino la del comúnmente conocido como coitus interruptus. Y si no, juzgue el lector a partir de lo que sobre Onán dice el libro del Génesis en el pasaje que a él dedica:

 

            “Judá tomó para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Er, el primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, que le hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán: «Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano.» Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando así dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvé lo que hacía y le hizo morir también a él” (Gn. 38, 610).

 

            Lo que Judá (por cierto, uno de los doce hijos de Jacob y padre de los judíos, del que reciben el nombre) requiere de su hijo Onán, es que cumpla con la práctica judía del levirato, por virtud del cual, si un judío muere sin descendencia, su hermano está obligado a yacer con la viuda para procurarle un descendiente, descendiente que no se imputa a su padre natural, sino al hermano fallecido. Pues bien, de cara a evitar las consecuencias de la orden recibida, explica el Génesis a lo que recurre el impío Onán, que no es a precisamente a masturbarse, sino a “derramar fuera” (el celebérrimo coitus interruptus).

 

            Se preguntará el lector, el porqué de tan extraño comportamiento por parte de Onán. Y aunque lo cierto es que el texto no da respuesta alguna a la cuestión, racionalmente cabe alegar motivos sucesorios, pues proporcionar a su hermano un heredero iría, como es fácil de entender, en detrimento de los derechos del propio Onán sobre la herencia. Como quiera que sea, todo será en falso, pues Dios condena a Onán a morir por impío exactamente igual que unos días antes lo había hecho con su hermano Er.

 

            Todo esto dicho, paso al fondo de la cuestión, el patatal en el que se mete la joven e impulsiva candidata a senadora cuando decide impartir lecciones sobre temas tan estrechamente relacionados con la moral íntima y personal. Algo que, según entiendo, ni es ni debe ser el cometido de los políticos, menos aún los de un partido que, como el Republicano en los Estados Unidos, lo que siempre ha defendido, y más que nunca –y con tanta oportunidad- ahora, es la no intromisión del estado en la sociedad.

 

            Los políticos deben hacer leyes. Están obligados, además, -y más aún en una democracia- a impedir que las mismas traspasen los límites que marcan el bien común y la moral. Pero de ahí a impartir lecciones televisivas sobre cuestiones tan íntimas y sobre todo, con tan nula trascendencia legal -a no ser que lo que pretenda O´Donnell sea convertir la masturbación intramatrimonial en delito o en causa de divorcio-, media un trecho a mi entender.

            Que de instruir a la sociedad desde las bancadas del poder, sabemos algo ya en España. Y en honor a la verdad, me gusta poco, o por mejor decir, no me gusta nada, absolutamente nada. Que para educar están padres, escuelas y educadores en general, pero no los políticos, que lo más que pueden –y deben- hacer, es predicar con el ejemplo.

 
 
 
 
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