Pues aquí lo tienen, especialmente dedicado a los sacerdotes.
No se trata de nada del otro mundo. Se trata de tomar en serio la celebración. Sólo quiero exponer algunas sugerencias muy sencillas y que he vivido en mis tiempos de párroco. Unas son muy fáciles de realizar y otras, no. Pero recordemos que en la misa venimos no a cumplir con el precepto, son a orar. La eucaristía es el mejor momento para ello. Vamos allá.
El sacerdote, ya en el altar, no debería empezar inmediatamente la celebración, sino que debería ambientarla y situarla dentro del tiempo litúrgico, bien lo haga él mismo o un monitor, preparando así a la comunidad para la celebración.
¿Cómo hacerlo? Explicando las particularidades del domingo concreto que se celebra. Es decir, situando a los fieles en el clima de la liturgia propia del día. Sería conveniente, si es el caso, ensayar brevemente, muy brevemente, antes de la misa, algún canto apropiado para la misa invitando a la gente a cantar; esto, siempre que haya un grupo apto para ello.
Pedir perdón, sin fijarnos sólo en el mal que hayamos podido hacer, sino en el bien que no hemos hecho.
En el momento de la oración, tanto en la colecta como en la postcomunión, sería bueno invitar a los fieles a orar, indicando lo que se pide en la oración litúrgica para que oren en sintonía con la oración del misal. Si, después de apuntar la intención de la oración del día, se guarda un momento de silencio, los fieles siguen con más atención la oración que reza el sacerdote, con lo que se favorece la unión entre la oración comunitaria y la personal, ambas en una misma dirección.
Antes de cada lectura, el sacerdote o un lector que anuncien brevemente el tema de la misma, invitando a escuchar al Señor. Escuchemos la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios, en la primera lectura que vamos a escuchar nos habla de...
Después de la lectura, invitarles a un momento de silencio pensando en lo que les dice el Señor.
Antes del Evangelio, recordarles que es Jesús mismo quien nos va a hablar ahora, como hablaba a quienes le escuchaban mientras vivió en este mundo, y nos dice las mismas cosas que les decía a ellos. Hoy nos dice que…
Después del Evangelio, un momento de silencio escuchando a Jesús.
A continuación, la homilía, insistiendo en lo que nos dice Jesús en el Evangelio.
Otro momento de silencio tratando de ver cómo nos aplicamos el Evangelio y la homilía.
Y después de la homilía habría que hacer una pausa, un silencio, y no pasar inmediatamente al credo si es domingo, o a las preces.
Si después de cada lectura, se guarda un minuto de silencio, sólo un minuto, invitándoles a que escuchen en su interior lo que el Señor les dice a cada uno a través de la Palabra proclamada, e indicando, si acaso, el punto fundamental de la lectura, es indudable que el fruto de la escucha sería mucho más abundante, entre otras razones, porque los fieles atenderían más a las lecturas y podrían aplicarse mejor a sus vidas el mensaje de las mismas.
Enseñados por Jesús por medio de su Palabra y por medio de su Iglesia, sabemos las cosas que debemos creer y las proclamamos ahora recitando el Credo, el mismo Credo que recitaba la Iglesia de Roma ya en los primeros siglos.
Como hijos de Dios y hermanos de todos, le pedimos a Dios por las necesidades de la Iglesia, del mundo y por nuestras propias necesidades. En las peticiones no podemos centrarlo todo en lo material sino en lo espiritual, tanto personal como comunitario y eclesial.
Habría que advertir antes del ofertorio, en que empieza la segunda parte de la misa, que junto con el pan y el vino, hemos de ofrecerle también algo nuestro, y cuanto más nos cueste, más agradable al Señor.
Antes del Orad hermanos para que este… habría que preparar a la comunidad advirtiéndoles que vamos a la gran oración de la Iglesia en la que se realizará la consagración, momento en que hemos de estar todos de rodillas la postura de adoración.
Advertirles también que al final de la misma, Se contesta AMÉN con voz fuerte, como rúbrica de la alabanza al Padre, dándole todo honor y gloria por Cristo, con Él y en Él en la unidad del Espíritu Santo. Con el amén nos unimos a la alabanza y glorificación del Padre.
A la hora de la comunión, animarles a comulgar; y si no están en gracia de Dios, que se confiesen cuanto antes, porque Dios los busca y los espera; además de que no es lógico que un cristiano viva constantemente en pecado, estando en gracia sólo ocasionalmente.
Estoy convencido de que si se celebrasen así las misas, tanto jóvenes como adultos y niños ni las encontrarían aburridas ni abandonarían la misa con facilidad. Y no es tan difícil celebrarlas así. Y si hubiese un coro, seguro que las eucaristías serían VIVAS. Caso de haberlo, no se olvide que debe estar al servicio del canto del pueblo; lo mejor sería alternar coro y pueblo, pues debe ser el pueblo quien cante, ya que es la asamblea reunida la que celebra el gran acontecimiento de nuestra fe.
José Gea