El sábado llega a España Benedicto XVI. Lo hace con motivo de la Visita apostólica, de carácter pastoral, que durante dos intensísimas jornadas va a realizar a nuestra Nación visitando Santiago de Compostela y Barcelona. Pedro, su sucesor, viene a realizar una de las tareas más importantes de su ministerio, como queda plasmado en los versículos del Evangelio según San Lucas: confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 31-32).
Si leemos el mencionado pasaje en su totalidad observamos algo increíble: Jesús ora por Pedro, reza por él. De ahí que la fe de Pedro no venga de sus propias fuerzas sino que está basada en la oración de Jesús, el Hijo de Dios: “He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca” leemos. Esta oración de Jesús es el fundamento seguro de la función de Pedro por todos los siglos.
Es, pues, esta maravillosa función la que Benedicto XVI viene a desplegar en España: confirmar en la fe a los católicos españoles, golpeados también por la fuerza de las olas del relativismo, de los nacionalismos exacerbados, de una secularización y un laicismo agresivos y mal entendidos, de la vigencia de leyes injustas e inhumanas.
Santidad, los españoles le recibimos como al que viene en el nombre del Señor. Los católicos, y todas aquellas personas de buena voluntad que vivimos en esta patria de hondísimas raíces cristianas, queremos manifestarle nuestro amor y nuestra más fiel y sincera comunión con usted.
No han faltado, amado Santo Padre, aquellos que ya han intentando instrumentalizar su visita. Gente de miras cortas, incapaces de levantar la mirada y mirar más allá de sus corsés ideológicos retrógrados y viejos. Así, los nacionalistas han querido aprovecharse de su Visita, Santidad, ayudados por las palabras poco claras y confusas de su cardenal, el Arzobispo de Barcelona, Luis Martínez Sistach.
Tampoco han faltado aquellos que, situándose a diario a la cabeza de la persecución silenciosa contra la Iglesia o callando ante la misma, corren ahora a fotografiarse con usted, Santo Padre; éste ha sido el caso del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, y de su Vicepresidente primero, Pérez Rubalcaba; o del presidente del principal partido de la oposición, Rajoy Brey.
Amado Santo Padre: viene a una España, tierra de mártires; tierra regada con la sangre de aquellos que han luchado contra los totalitarismos que han querido en otros tiempos (algunos no lejanos) apagar la voz de Dios y anular su presencia. Muchos hoy, desde la atalaya del poder, vuelven a intentar imponer una visión de la sociedad en la que Dios no cabe, preocupados más de sus intereses personales o partidistas que del bien común del pueblo español.
Incluso se han levantado algunas voces farisaicas que han reclamado que el Vaticano pague su Visita (cuyos gastos se han cifrado en unos cuatro millones de euros) argumentando que, con ese dinero, el de todos los españoles, se podría haber ayudado a personas que ahora lo están necesitando. Recuerdo aquí, Santidad, aquel pasaje del Evangelio en el que los fariseos, falsos e hipócritas, se escandalizaron porque una mujer ungió los pies de Jesús con un perfume carísimo (“que se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata” Mc 14, 3) mientras el Señor comía en la casa de Simón, el leproso, donde había sido invitado. ¡Cuánta hipocresía! Nadie más que la Iglesia, con el Papa a la cabeza, hace tanto por los pobres y los que sufren. Nadie entrega más recursos (dinero, tiempo y personas) para ayudar al prójimo, sin esperar nada a cambio, que la Iglesia. Y usted, amado Santo Padre, bien merece que todo se prepare a la perfección para recibirle. ¡Qué cortos de miras se muestran, una vez más! Cuatro millones gastados en organizar una Visita con sobriedad que va a reportar a la economía española cerca de treinta millones en beneficios (según los expertos) y que es un fuerte espaldarazo, incluso a nivel turístico, para las ciudades de Santiago y Barcelona.
En este maremagnum, querido Papa, llega hoy a una España que le recibe con todo el corazón. Somos muchísimos más los millones de españoles que le esperamos ardientemente que la minoría radical que enarbola banderas ofensivas contra usted, Santidad. Pero no importa pues “las puertas del Infierno no prevalecerán” (Mt 16, 18).
Amadísimo Santo Padre: sea bienvenido. Su palabra lúcida y atinada, suave y penetrante, nos confirmará a todos en la fe, incluso a tantas personas que viven alejadas de la Iglesia o no son creyentes. Sí, España necesita escuchar su discurso, una constante propuesta de verdad y de belleza para el hombre de hoy.
España le abre el corazón y pide por usted. Pide por Pedro que corre a abrazarse con Santiago en el campus stellae. Pide por Pedro que, consagrando la Sagrada Familia de Barcelona, manifiesta una vez más su papel como clave de unión con la única Iglesia de Cristo. Pide por Pedro que viene a gritar una vez más: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida” (Homilía en el inicio de Pontificado de Benedicto XVI, 24 de abril de 2005)