Hay que admitir que no es fácil vivir la fe en el mundo de hoy. Existen muchas presiones sociales, económicas, políticas y, en algunos casos, incluso legales que pretenden diluir la opción del pensamiento cristiano. Ante esto, muchos católicos, con justa razón, buscan alternativas y saber cuál de todas ellas es la mejor. Por ejemplo, algunos, desde la llamada “opción benedictina”, opinan que la solución es construir un prototipo de zonas residenciales en torno a un convento, parroquia o abadía como, de hecho, ya está sucediendo en algunas partes de Norteamérica y Europa.

Dicha postura busca abordar creativamente el problema y está muy bien; sin embargo, para que funcione, hay que tener cuidado de no caer en el error de encerrarse al punto de evitar convivir con los que piensan diferente, pues de ser así, ¿quién les hablaría de Jesús? Sería egoísta pensar solamente en los que ya lo conocen. ¿Pero esto no es justo lo que hacen los monasterios? No. La vida contemplativa busca recogerse, sí, pero no por la decepción frente a ciertas leyes o costumbres, sino para ser el motor espiritual de los que tienen la tarea de dar a conocer la fe en medio de la sociedad. Un laico, a diferencia del monje, puede vivir en el lugar que le parezca mejor, pero no debe quedarse fuera de los grandes temas sociales, políticos o económicos, porque la esencia de la evangelización es contemplar y, como decía Tomás de Aquino, dar a otros lo contemplado.

Lo que necesitamos es que, ya sea dentro o fuera del conglomerado de familias católicas, exista una comunidad que sirva de soporte, pero como trampolín hacia afuera; es decir, “lanzados” a evangelizar justo en medio de la zona cero. Toca construir comunidades parroquiales, escolares, universitarias, etcétera, pero no para quedarse cómodamente en ellas, sino para contar con las herramientas necesarias y entrar en la realidad común de la sociedad con sus luces y sombras. Las eco aldeas católicas no deben confundirse con grandes concentraciones desvinculadas del entorno, sino dispersarse estratégicamente para dar testimonio porque, como decía Santo Domingo de Guzmán, “el grano de trigo amontonado se pudre, pero si se esparce produce mucho fruto”.

La opción benedictina es viable. Debe ser un soporte. Vivir cerca de una abadía, para tomar fuerza y salir al encuentro de los demás; nunca como un búnker pues el Espíritu Santo, en Pentecostés, hizo salir a los discípulos del cenáculo. El punto es compartir lo que se recibe en torno a la fe, liturgia y valores culturales de los monasterios. Hacerlo, tanto en los lugares propiamente católicos como en otros ámbitos. No debe asustarnos la sociedad actual. Antes bien, si está herida, con mayor razón debemos trabajar en ella.

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Les propongo dos libros electrónicos que he escrito y que pueden ser de su interés. 

"El proceso de Dios", es un pequeño libro que reflexiona sobre puntos importantes de la fe desde una perspectiva teológica y filosófica. Es concreto y, al mismo tiempo, profundo, capaz de responder las preguntas propias de aquellos que se cuestionan en su relación con Dios.

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¿Cómo abordar la emergencia educativa? ¿Cuál es el futuro de los colegios católicos? ¿Qué cambios tienen que darse? Éstas y otras preguntas son las que se abordan en el libro. Lo interesante es que el autor trabaja como maestro y, por lo tanto, los puntos que ha escrito parten de su experiencia en la realidad, en la "cancha de juego". Una interesante reflexión de todos los que de una u otra manera saben lo complejo que es educar en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, lo necesario que resulta seguirlo haciendo.

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Nota:

Al comprar alguno de los dos libros contribuyes al apostolado que llevo a cabo en favor de la fe y la cultura. ¡Gracias!