Es posible que tengamos la sensación de que si no es imposible, es algo muy parecido. El ambiente social y el estilo de vida que se lleva parecen ser una dificultad insalvable. Pero ¿confiamos o no, en el poder del Espíritu? Y no es que esperemos que haga algún milagro sonado, pero sí esperamos que si ponemos algo de nuestra parte, va a ser posible.
Para ello, ofrezco algunas sugerencias muy sencillas y nada complicadas por si pueden servir a la hora de la celebración, para vivir la misa en un clima de oración; de lo contrario, nada o muy poco vamos a conseguir. Con ello quiero ayudar a los fieles a que comprendan la Eucaristía y a que no se conformen con el mero hecho de asistir. Y es que para vivir la misa, aparte de celebrarla con dignidad, hay que comprenderla,
Mi reflexión versa sobre dos apartados básicos y complementarios: 1) Recuperar unos espacios de silencio y 2) explicar la misa.
Sobre el silencio ha dicho el Papa en la carta Apostólica sobre el 401 aniversario de la Sacrosanctum Concilium nº 13: "Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia" (Institutio generalis Liturgiae Horarum, nº 202).
En una sociedad que vive de manera cada vez más agitada, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es elemental redescubrir el valor del silencio.
Los sacerdotes hemos de tener presente que la celebración debe ser digna y realizada sin prisas, de manera que facilite la oración de los fieles, ya que el sentido del cumplimiento dominical es que los fieles "oren". Si no fomentamos la oración y los fieles se limitan a cumplir, ¿qué fruto podemos esperar de una celebración en la que no se ora? De ahí que en las celebraciones, aunque todo en ellas es oración, hayan de cuidarse momentos de silencio litúrgico, creando un clima que favorezca la oración personal de todos.
Con frecuencia decimos que se debe preparar la homilía, pero ¿no deberíamos decir, más bien, que lo que debemos preparar es la celebración, de la que la homilía es una parte? Si preparamos cualquier acto medianamente serio, ¿por qué no hemos de preparar a conciencia la celebración de la Eucaristía que es lo más importante ministerialmente que hacemos durante la semana?
Sería muy conveniente introducir algunos momentos de silencio, por ejemplo, antes de que empiece la celebración, después de las lecturas, en las preces, en el memento de difuntos, después de la comunión, o cuando se crea conveniente siempre que no se interrumpa con moniciones la plegaria eucarística.
No creo que esto resulte difícil si se pone un mínimo de interés. Aunque la celebración se alargue unos minutos, no importa; creo que merece la pena; claro que también sería contraproducente hacerse pesados y largos, con comentarios interminables y aburriendo al pueblo.
Es claro que los sacerdotes tenemos un papel muy importante en la recuperación del silencio ante el Señor
En la explicación habría que insistir en que el momento de la consagración es el centro de toda la celebración, ya que es el instante en que Jesús se hace realmente presente entre nosotros, renovando su muerte y resurrección. Por ello, debiera también ser el momento privilegiado para la contemplación. Hemos de ayudar a nuestros fieles a contemplar lo que se está realizando en el altar; en la medida en que lo hagan, estarán empezando a caminar por el auténtico camino del amor y de la contemplación.
En cuanto a la escucha y meditación de la Palabra de Dios, es muy importante tenerlo en cuenta ya que, aparte de ser elemento fundamental de la celebración, es ocasión única para ayudar al pueblo a orar de verdad y en serio.
Por eso,además de oírla, hay que lograr que se proclame correctamente para que presten atención. Una de las maneras de lograrlo podría ser enunciar antes de cada lectura, el tema de la misma e indicar, con pocas palabras, el mensaje que nos transmiten. Esto no es difícil; bastaría leer las brevísimas moniciones de la epacta, animando a los fieles a atender al mensaje de la lectura que van a escuchar.
Leído el Evangelio, y después de un momento de reflexión, habría que procurar que la homilía, estuviese dentro de la línea que nos indican las lecturas de cada domingo. Si la celebración del domingo es lo más importante de la semana, es lógico que hagamos un esfuerzo para que la Palabra de Dios proclamada, sea recibida y meditada para que produzca el mayor fruto.
Al final de la misa, también puede ser conveniente alguna monición antes de despedir a los fieles con el "podéis ir en paz"; podría ser invitar a que durante la semana, vivan el mensaje de la Palabra proclamada, que pueda ser como resumen del mensaje recibido en las lecturas y en la homilía. También puede tomarse del misal, pero quizá pueda salir más espontánea la invitación si se hace de manera personal.
En el próximo artículo pienso hablar sobre unas posibles líneas concretas de acción que podrían ayudar a vivir con más interiorización la celebración eucarística. Ya verán que con un poquito de calma se puede hacer.
José Gea