Traigo al Blog una clara exposición de Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
que aclara muy bien las cosas que hacen referencia al tema que nos ocupa:
I
Jesucristo nos ofrece amorosamente llevarnos a la vida eterna, y ora al Padre por esto, con el premio de que podamos conocerlo, es decir estar cara a cara con Dios. El Evangelio según san Juan, menciona en diversos capítulos este deseo del Señor de llevarnos a la vida eterna. Para muchos de los que profesamos nuestra fe, o no nos resulta fácil creer de una forma tan simple en la vida eterna o no comprendemos bien que significa, sin embargo es parte fundamental en nuestra profesión de fe, rezamos en el credo: Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
EL FIN DE LA VIDA TERRENAL, LA MUERTE
Como sabemos, desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, al final de nuestra vida terrenal, todos moriremos, es decir ninguno de nosotros se liberara de la muerte, es algo incuestionable, somos mortales. ¿Y qué es la muerte?. La muerte es el fin de la vida terrenal, e independiente de cualquier otra definición válida, este final nos produce un cierto horror, en especial si la vida nos parece muy bella.
Oramos por vivir, por nuestra salud, nuestro instinto de conservación nos domina, a tal caso que defendemos la vida, es un regalo de Dios. Es tal así, que no nos gusta pensar en la muerte, en especial si esta es repentina o trágica, ahí cesan todos nuestros proyectos, nuestras esperanzas e ilusiones. Lo peor es, si el proceso que nos lleva a la muerte es a través de un paso de dolorosa enfermedad. Entonces, vivimos luchando por vivir aquí en la tierra, consideramos la vida como don maravilloso y buscamos prolongarla, no queremos morir y estamos dispuestos a pasar por diversos padecimientos e incluso a desprendernos de todo lo que tenemos con tal de curar una enfermedad mortal.
EL DOLOR DE LA MUERTE TERRENAL
La muerte de cualquier se querido, nos provoca un gran dolor, y nos hacemos muchos cuestionamientos sobre el sentido de la vida. La separación del aquel ser que amamos y que tantos recuerdos hemos grabado en nosotros, nos parece algo terrible, sin embargo esto es muy normal y parte de nuestra vida.
Jesús, siendo Dios, llora como cualquier ser humano. En el Evangelio de san Juan, (11: 32-35), vemos que al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: Señor, ven a ver. Y Jesús lloró.
Jesús, al verla llorar a ella y a ellos, sin duda de emoción sincera, lloró. Y ante esta emoción traducida en lágrimas, los judíos presentes decían: “¡Cómo le amaba!”. Esta emoción y lágrimas de Jesús, es una emoción profunda, legítima y bondadosa del Señor ante la muerte de Lázaro, su amigo, a quien Jesús amaba. En esas lágrimas de Jesús, quedaron santificadas todas las lágrimas que nacen del amor y del dolor de cada cristiano.
NUESTRA ACTITUD CRISTIANA ANTE LA MUERTE
Hemos aprendido en nuestra fe, que la muerte no es nuestro fin, y que es el comienzo de una vida verdadera, la “Vida Eterna”, nuestra fe, nos ilumina y vemos la muerte desde un ángulo distinto. Cristo Luz del Mundo nos hace ver la muerte con ojos muy distintos a como se ve normalmente, de tal forma que si comprendemos lo que nos espera una vez traspasado el umbral de la muerte, esta puede ésta llegar a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col.3,4).
Fuente: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant