La Iglesia siríaca o siriana rompe la comunión con Roma tras el Concilio de Calcedonia del año 451, en el que se condena el monofisismo. Partidaria, pues, del monofisismo, es duramente perseguida desde Bizancio, abonada, como se sabe, a la ortodoxia. En el s. VI conoce un primer período de esplendor debido al Obispo Jacobo Baradai, de quien acaban tomando el nombre de jacobitas con el que los conoce por ejemplo Marco Polo, que se refiere a ellos en su Libro de las Maravillas escrito hacia el 1300:
“Y también hay otra raza de gentes que siguen la ley cristiana, pero no como lo manda la Iglesia de Roma, porque se equivocan en muchas cosas. Se llaman nestorianos [se refiere a los caldeos] y jacobitas [éstos sí, los siríacos]” (op. cit. 1, 24).
Las invasiones primero persas y luego árabes, representan para la Iglesia siríaca, con la liberación de la opresión bizantina, la oportunidad de alcanzar unos grados de expansión desconocidos, extendiendo su presencia hasta Afganistán, Turquestán e incluso Sinnkiang en China.
El camino de la Iglesia siríaca hacia la comunión con Roma, una comunión que afecta en todo caso a una parte minoritaria de la comunidad, nunca a la totalidad, es un camino jalonado de dificultades, que no comienza a andarse sino hasta 1444, cuando en el Concilio de Florencia se llega a producir un decreto de unificación, el Multa et admirabilia, que, sin embargo, no entra en vigor.
La labor de los misioneros jesuitas y capuchinos y la muerte del patriarca en 1662 seguida del nombramiento de un patriarca procatólico, Ignacio Andrés Akhidjan, produce el primer acercamiento. Pero la muerte de éste produce la división de la comunidad, que elige dos patriarcas, uno de ellos pro-católico, Ignacio Pedro VI Khaahbadine, y otro anti-católico. A la muerte de Ignacio Pedro VI, el patriarcado católico es abolido, y la comunidad es perseguida por el poder otomano que apoya a la rama ortodoxa.
El nombramiento de Ignacio Miguel Jarweh de Alepo en 1782 como Patriarca de los ortodoxos sirios, lleva a la construcción del Monasterio de Sharfeh, centro neurálgico del sirianismo, y sobre todo a un nuevo acercamiento de la comunidad a Roma, pero su muerte vuelve a sumir a al comunidad en la persecución y el aislamiento. No es hasta 1829 que el Sultanato turco reconoce la Iglesia Católica Siríaca y ésta empieza su normal desenvolvimiento. La Primera Guerra Mundial menos de un siglo después, vuelve a resultar atroz para los católicos siríacos, que ven masacrada su comunidad.
Hoy día, la Iglesia católica siríaca es una pequeña comunidad de poco más de cien mil fieles, ínfima frente a su homónima ortodoxa. Se extiende básicamente por el Líbano, pero también por Irak, donde se ha producido el terrible atentado que lamentamos hoy, y Siria, así como por América, adonde los siríacos han buscado refugio, encontrándolo, sobre todo, en Estados Unidos y Venezuela. Se expresa en árabe y también en siríaco o arameo, la lengua de Jesús. Sigue el rito antioqueno muy adornado de ornamentos propios sumamente originales.
En cuanto a su jefe, éste toma el título de Patriarca de Antioquia y todo el oriente de los sirios, y se denomina siempre Ignacio seguido del nombre adoptado. Tiene su sede desde 1920 en Beirut (Líbano), si bien anteriormente y desde 1850 la tenía en Mardín, y antes en Alepo. Es el patriarca actual y desde el 20 de enero de 2009 Ignacio José III Younan.
En cuanto a la Iglesia siríaca de Antioquia de la que se separa la siro-católica, la que desde el año 2000 se hace llamar Iglesia ortodoxa siriana de Antioquia, sin que ello deba llevarnos al error de pensar que está vinculada a las iglesias ortodoxas orientales, está formada por un millón y medio de fieles, medio millón en la Iglesia madre con sede en Damasco, y otro millón en la India, los llamados siro-malankares.
Dicho todo lo cual, quiero expresar mi pesadumbre por la situación de la castigada Iglesia siríaca y mi incondicional solidaridad para con ella, así como mi más enérgica condena para con un atentado execrable e injustificable, como todos. Los cristianos y todos los hombres de bien, hemos de tomar conciencia de la penosa situación en la que viven las iglesias que son minoritarias en suelo musulmán.
Dicho todo lo cual, quiero expresar mi pesadumbre por la situación de la castigada Iglesia siríaca y mi incondicional solidaridad para con ella, así como mi más enérgica condena para con un atentado execrable e injustificable, como todos. Los cristianos y todos los hombres de bien, hemos de tomar conciencia de la penosa situación en la que viven las iglesias que son minoritarias en suelo musulmán.