La historia de la salvación y la experiencia de la fe están llenas de puertas abiertas y puertas cerradas. A veces podemos pensar que es Dios quien abre una puerta y el diablo quien la cierra, o bien las circunstancias o cualquier otro agente externo. Sin embargo, es importante saber lo que nos dicen las Escrituras:
“Esto dice el Santo y el Verdadero, el que tiene la llave de David, de forma que si Él abre, nadie cierra, y si Él cierra, nadie abre.” (Ap 3,7)
Es el Señor quien puede abrir y cerrar puertas, porque es Él quien tiene la llave para poder hacerlo. El mismo Jesús se encontró con una puerta cerrada en Getsemaní, cuando le pidió al Padre que apartara de Él aquel cáliz. Aquella puerta cerrada para Jesús significó la puerta del cielo abierta para ti y para mí. La puerta cerrada de Asia para el apóstol Pablo en su segundo viaje misionero, significó una puerta abierta para llevar el Evangelio a Europa.
El texto bíblico nos dice que el Espíritu Santo fue quien les impidió anunciar la Palabra en Asia (Hch 16,6); sin embargo, esto tenía el propósito de llegar a Europa en los planes de Dios. Fue en Filipos, primera ciudad de la región de Macedonia y colonia romana, donde el Evangelio se abría camino en el mundo occidental. Además, fue a través de una mujer, Lidia, que la Buena Noticia de Jesucristo arraigaba en tierras europeas.
Tal y como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, la aventura apostólica de Pablo en Filipos le llevó a ser encarcelado con Silas por haber expulsado un espíritu adivino de una joven esclava. Cuando parece que habían olvidado la puerta que Dios les cerró en Asia para descubrir esta puerta abierta para evangelizar en Europa, las puertas cerradas de la cárcel cobran ahora el protagonismo. Sin embargo, también esta puerta cerrada tenía su propósito: la puerta abierta de la salvación para el carcelero y su familia.
El texto bíblico nos indica que les habían sujetado los pies con cepos; es decir, podían sentirse derrotados y totalmente inmovilizados en aquellas circunstancias. Sin embargo, aunque tenían los pies aprisionados, no pudieron taparles la boca. “A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas” (Hch 16,25-26).
Aunque el enemigo te quiera detener, no será capaz de hacerlo porque tú tienes boca y labios para proclamar que eres libre en Cristo. Nada ni nadie podrá detener tu alabanza si eres capaz de levantar tu clamor en las peores circunstancias de la vida. Además, esa alabanza y ese canto que elevas siempre tiene su eco en el cielo; hace temblar los cimientos injustos y abre todas las puertas necesarias para anunciar la libertad verdadera que es Cristo.
Como bien sabemos, en Filipos es donde san Pablo funda una comunidad a la que dirigirá una de sus cartas. El apóstol mantuvo siempre con aquellos cristianos filipenses una entrañable amistad, rebosante de alegría y afecto. El Dios de las puertas es quien lleva adelante su plan de salvación y su propósito de amor. Aunque te encuentres con puertas cerradas en tu camino, no tengas ninguna duda de que es el Señor quien está disponiendo las cosas y el que prepara nuevas puertas abiertas para ti.
Cuando mi esposa y yo nos encontramos al poco tiempo de casarnos con la puerta cerrada de los hijos naturales, no entendíamos aún que más adelante descubriríamos la puerta abierta de los hijos espirituales. Cuando tropezamos en varias ocasiones con puertas cerradas en el terreno laboral, no podíamos ni siquiera soñar con la puerta abierta de dedicar nuestra vida entera a servir al Señor en su Iglesia. Cuando estuve a punto de bajar los brazos por una puerta cerrada para ir a Madrid, no imaginé que la misericordia de Dios me estaba guiando a una nueva etapa en San Sebastián como la última gran puerta abierta que nos encontramos atravesando en estos momentos.
Si hay en tu vida puertas que se cierran, sigue caminando con la mirada puesta en el Señor y agradeciendo su gran amor, ya que el Espíritu Santo es quien está obrando y preparando el camino para abrir otras puertas aún mejores. Cuando Dios cierra una puerta, no te empeñes en seguir por ahí ya que te expones a caminar por tu cuenta sin contar con su bendición, y acabarías por perder el favor y la bendición al otro lado de la puerta que sí desea abrir para ti.
Recuerda siempre que, cuando Dios abre, nadie puede cerrar; cuando Dios cierra, nadie puede abrir: “Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá” (Is 22,22).
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es