Suscitada la cuestión de la desnudez de Cristo sobre la cruz en la iconografía cristiana, corresponde conocer su aval histórico-literario. Y para ello, nada mejor que comenzar nuestro análisis por los propios textos evangélicos. Pues bien, entre los evangelistas, Marcos y Lucas soslayan la cuestión. No lo hace, en cambio, Mateo, quien primero aclara lo que ocurre después de sufrir la flagelación:
“Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura” (Mt. 27, 28).
Luego aclara lo que ocurre una vez que las burlas terminan:
“Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle” (Mt. 27, 31).
Y luego, por último, nos dice lo que ocurre cuando fue colgado en la cruz:
“Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes” (Mt. 27, 35).
Juan también se refiere a la cuestión:
“Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos con los que hicieron cuatro lotes, uno para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron: “no la rompamos, sino echemos a suertes a ver a quien le toca”” (Jn. 19, 23).
Los testimonios clásicos sobre la crucifixión en general son muchos. Esto nos dice Cicerón sobre el tormento:
“Aguardaban todos a dónde llegaría por fin o qué haría, cuando, de repente, manda que se aprese al hombre y que se le desnude y se le ate en medio del foro y que se saquen las varas [...] Mientras imploraba con más insistencia [...] se le preparaba una cruz” (Contra Verres V, 161 y 162).
Tal desnudez era común a muchas otras penas (flagelación, fieras). Esto es lo que nos relata Suetonio en su obra Nerón integrante de Los doce césares, sobre un tormento que sin ser una crucifixión, sí pertenece a la familia:
“El criminal era desnudado, atado por el cuello a una estaca y entonces golpeado hasta la muerte con una cuerda” (op. cit. 49, 2).
Entrando ya en los textos cristianos, el apócrifo cristiano Hechos de Pablo y Tecla relata el martirio de ésta última:
“Los jóvenes y las muchachas trajeron leña y paja para quemar a Tecla. Cuando la trajeron desnuda, el gobernador prorrumpió en lágrimas y quedó admirado de la fortaleza que había en ella” (Hechos de Pablo y Tecla 22).
Eusebio de Cesarea, hablando de los mártires cristianos de Tebaida, relata la siguiente tortura en la que la desnudez representaba uno de los principales alicientes:
“Ataban a las mujeres por un pie y las suspendían en el aire mediante unas máquinas, con la cabeza para abajo y el cuerpo enteramente desnudo y al descubierto, ofreciendo a todos los mirones el espectáculo más vergonzoso, el más cruel e inhumano de todos” (HistEc. 8, 9, 1)
Y entrando por fin de lleno en el caso de Jesús, entre los autores de la Patrística, la de la desnudez completa parece ser la postura de San Ambrosio, obispo de Milán:
“Interesa considerar cual sube a la Cruz, desnudo le veo”.
Melitón de Sardes en su Homilía de la Pasión, pronuncia estas palabras:
“El Maestro ha sido tratado de manera indigna, su cuerpo desnudo, sin ni siquiera ser considerado digno de ser cubierta esa [desnudez] que no debería ser vista”.
San Jerónimo en su Comentario a Mateo se adhiere a la teoría de que Jesús es flagelado en estado de desnudez, pero está vestido cuando es crucificado:
“Cuando Jesús es azotado y escupido y burlado, no tiene sus propios vestidos, sino aquéllos que había asumido por causa de nuestros pecados; pero cuando es crucificado y ha quedado atrás la pompa de la burla y la irrisión, entonces recupera las antiguas vestiduras y asume ornato propio” (op. cit. 269).
De forma diferente parece pronunciarse el apócrifo Evangelio de Nicodemo, en la primera de sus partes llamada Actas de Pilato, donde afirma sobre el tema:
“Y en llegando al lugar convenido, le despojaron de su vestiduras, le ciñeron un lienzo” (op. cit. 10, 1).
Pasaje que da ocasión a Aurelio de Santos Otero, en nota a pie de página de su obra Los evangelios apócrifos, edición crítica y bilingüe que recoge el texto citado, para comentar sobre el mismo:
“Quizá tenga aquí su origen la costumbre, corriente en nuestra iconografía, de representar a Jesús crucificado con un lienzo ceñido a la cintura” (op.cit. p. 415, nota 34).
Se ha solido argumentar que la desnudez del crucificado podía ser la tónica general entre los romanos, sin que ello implicara que hubiera de ser así en las provincias colonizadas, donde la práctica podía chocar con la costumbre local. No está de más, pues, conocer, el planteamiento de la cuestión entre los judíos. Esto es lo que al respecto encontramos en el Talmud -y más concretamente en su Tratado del sanedrín- obra magna, como se sabe, de la literatura judía, Biblia aparte, elaborado hacia los siglos IV y V.
“Los sabios dijeron: “A los hombres los apedrean desnudos; a las mujeres no”. “¿En qué se fundan los rabíes?”. “En que dice la Escritura: ‘y apedréelo a él’”. “¿Por qué a él? ¿Diremos que a él y no a ella? Pero el versículo dice: ‘Entonces sacarás a tus puertas al hombre o a la mujer’. A él significa mas bien que sólo él [es apedreado] sin ropa, pero ella [es apedreada] con ropa”. “Dijo el rabí Jehudá: a él significa sin ropa sea hombre o mujer”” (op. cit. 44b guemará).
Alguien podría aducir que lo presentado hasta aquí se refiere única y exclusivamente al castigo de la lapidación, ora masculina, ora femenina. Pues bien, por si todo lo dicho no fuera suficiente, especifica todavía el Talmud refiriéndose, ahora sí concretamente, al castigo del colgamiento, que hemos de considerar el equivalente judío de la crucifixión romana:
“¿En qué se fundan los rabíes? En que dice lo escrito “lo colgaréis y no la colgaréis” ¿Y el rabí Eliezer? Lo colgaréis significa “sin la ropa”” (op. cit. 46a guemará).