Después de conocer las desviaciones de la fiesta de HALLOW EEN, el paganismo y los ritos ocultos que se realizan al amparo de ella y que forman parte de la ola esotérica y ocultista que invade al mundo, concluimos que todo eso no obedece únicamente a factores meramente humanos como pueden ser la fascinación por lo oculto o una moda pasajera. Resulta evidente que detrás de todo eso está Satanás — el enemigo del hombre desde el principio. La pérdida de los valores humanos y cristianos que el hombre de hoy vive está siendo aprovechada por el príncipe de las tinieblas.
El problema es que no hemos tomado en serio su actividad. Puede ser que sólo pensar en ello nos resulte chocante y prefiramos desechar la idea, aún después de saber de la existencia real de seguidores suyos en todas partes del mundo. En nuestra sociedad secularizada, la sola mención del Demonio es suficiente para causar revuelo. Y esto, lamentablemente, no por temor, sino porque la presunta “madurez” que el hombre ha alcanzado en medio de los avances tecnológicos y científicos, ha provocado que la idea de la existencia de este ser perverso y pervertidor se considere como algo folklórico o bien una mera superstición de beatas rezanderas. Y es que la primera y mayor argucia del Diablo consiste en negarse a sí mismo; la forma más fácil para que él logre sus objetivos es poner en duda o negar su existencia.
Conviene recordar lo que la Sagrada Escritura nos dice al respecto. Desde un principio y de manera progresiva la Palabra de Dios señala expresamente la existencia de espíritus malignos. Es en el libro de Job donde por primera vez se habla del diablo como un ser personal y al que se le da el nombre de “Satanás”. En el libro de Job, Satanás aparece como un ser personal, diferente a los ángeles buenos, lleno de odio contra los hombres a quienes puede causarles muchos males con el permiso de Dios, bajo cuyo poder está y estará siempre. El libro de la Sabiduría nos amplía esta doctrina:
“Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen” (Sab 2, 23 y 23)
El libro del Génesis da cuenta de la presencia tentadora del demonio en el paraíso, donde, en forma de serpiente, engaña a nuestros primeros padres y logra separarlos de la amistad con Dios por el pecado.
En el Nuevo Testamento, los evangelistas hablan a menudo del diablo y ciertamente no lo hacen en sentido figurado. Al igual que Jesús, quien lo llama tres veces “príncipe de este mundo”, los evangelistas estaban convencidos –y así quisieron enseñarlo también– de que se trata de una potencia concreta y no de una abstracción.
El Demonio es mencionado en siete libros del Antiguo Tes tamento y en diecinueve del Nuevo Testamento. Los términos utilizados para designar a Satanás son varios. El término “demonios” aparece cincuenta y cinco veces en la Escritura. Espíritu inmundo, veintidós. Espíritu malo, catorce. Los demonios son descritos en los textos sagrados como seres personales e inteligentes. Pueden hablar y oír. Incluso contestan a las preguntas de Jesús y a veces le hablan. Estos innumerables espíritus malos tienen un jefe: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo. Conocen a los hombres y reconocen entre ellos a los verdaderos creyentes y se rinden ante la autoridad de Jesús y de Su Iglesia.
El Papa Paulo VI afirmó en su catequesis del 15 de noviembre de 1972:
“El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Quien rehusa reconocer su existencia, se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica; como se sale también quien hace de ella un principio autónomo, algo que no tiene su origen, como toda criatura en Dios; o quien la explica como una seudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias.”
El 15 de noviembre de ese mismo año, el Pontífice declaró: “El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia sofisticadamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas relaciones sociales, para introducir en nosotros la desviación...”
Tales afirmaciones están en total concordancia con la doctrina tradicional de la Iglesia que es muy clara al respecto. El mismo Concilio Vaticano II la repite insistentemente y menciona a Satanás, el Demonio, el Maligno, la serpiente antigua, el poder de las tinieblas y el Príncipe de este mundo hasta 17 veces. La constitución Gaudium et spes lo menciona cinco veces. En este documento, los Padres del Concilio escriben: “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final” (no. 37).
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:
“Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44), “Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9), es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, la Creación entera será “liberada del pecado y de la muerte” (MR, Plegaria Eucarística v). “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda y el Maligno no llega a tocarlo. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno” (1 Jn 5, 18-19):
“El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del Diablo que os combate para que el Enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio — “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31) - San Ambrosio, sacr. 5, 30.
De lo anterior, podemos concluir:
.— el Demonio es un ser, espiritual y perverso;
.— quien niegue su existencia se aparta de la doctrinacontenida en la Sagrada Escritura y enseñada por la Iglesia;
.— el Demonio fue creado por Dios como ser bueno y aunque ahora está alejado de Dios no es un ser autónomo;
.— el Demonio no es únicamente la personificación del mal.Es un ser concreto, una potencia concreta que amenaza al hombre.
El hombre, por sí mismo, no tiene la fuerza suficiente para oponerse a Satanás; pero éste no es otro dios. El hombre, unido a Jesús, puede estar cierto de vencerlo. Cristo ya lo venció, El tiene el poder y la voluntad de liberarnos. Unidos a Jesús tenemos la seguridad de vencerlo. Elpríncipe de este mundo nada puede lograr contra Jesús. Nuestro Señor mismo lo afirmó antes de Su pasión:
“Ya no hablaré muchas cosas con vosotros porque viene el príncipe del mundo que en mí no tiene nada” (Jn 14, 30).
El demonio fue derrotado definitivamente por Cristo en la Cruz. Jesús mismo dijo que “el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado” (Jn 16, 11).
Por su parte, San Juan nos dice: “El Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3, 8) y “El que está en vosotros es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Jn 4, 4).
También San Pablo repite constantemente en sus cartas a las diversas comunidades cristianas la certeza que el creyente ha de tener de la victoria de Cristo sobre el demonio.
“El desarmó a los poderes de arriba, los humilló ante el mundo entero y los llevó cautivos en el cortejo triunfal de la
cruz” (Col 2, 19). “El Dios de la paz pronto aplastará a Satanás con sus pies”
(Rom 16, 20).
No obstante, el triunfo de Jesús sobre el diablo y sus huestes culminará al final de los tiempos, como lo enseña San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses:
“Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado del medio. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida.” (2 Tes 2, 7-8)