No estaría de más celebrar un concurso de manera que se aportasen proyectos de reforma en la celebración. De hecho vemos que hay algunos intentos para mejorar la celebración eucarística. Va habiendo experiencias al margen de lo aprobado por la Iglesia. Pero, dado que muchos celebran sin guardar lo preceptuado por la Iglesia, ¿no nos estará diciendo el Señor que la Iglesia debiera plantearse el cambio de las normas litúrgicas para que los fieles entren más de lleno en el misterio eucarístico? ¿no podría esto repercutir en el futuro para un mayor fruto de la celebración? Y otra pregunta ¿Cambiará la celebración dentro de unos años? No son pocos los que piensan que sí.

De ahí, el título del artículo. Un concurso ayudaría a ver con más claridad la diferencia entre cómo estamos hoy celebrando y cómo podría ser la nueva celebración que se presentase como más positiva. Algo así como hizo el último Concilio, pero más a fondo. ¿Qué pienso yo sobre esto? Vamos a reflexionar.

Si recordamos, como expuse en el artículo anterior, que la misa que hoy celebramos tiene el mismo contenido que hace casi 2000 años, ¿puede por ello decirse que habrá que cambiarla? ¿Quién se siente capaz de proponer un esquema con mejor contenido, sin que falte nada de lo esencial, de lo que en sí es la eucaristía? Siempre podrá cambiar lo accidental como así ha ocurrido en diferentes etapas de la historia. Que no nos guste la misa no es culpa de la misa, sino de nuestro modo de participar en ella. Sin fe y amor, es imposible que se valore en su justa medida.

Porque el esquema de la celebración, en líneas generales es el siguiente:

Nos reunimos como Iglesia y nos sentimos pecadores;

le pedimos perdón al Señor.

Escuchamos su palabra, y la explicación de la misma;

le ofrecemos a Dios nuestros dones

y viene la gran oración en la que está la consagración

y que acaba con la doxología a la que todos contestan, aceptando, con el AMÉN, la glorificación del Padre por Cristo en la unidad del Espíritu Santo.

Después, la participación en la comunión

y la oración de acción de gracias.

Lo va a tener muy difícil quien quiera presentar un esquema tan completo y mejor.

Creo que los problemas clave a plantearnos son cuáles son los valores básicos que nuestra sociedad está viviendo y el problema de si estamos celebrándola con dignidad.

En cuanto al primero, no son los valores religiosos los que están en primer plano de la vida social. Sobre todo, en el caso de los jóvenes, que están apuntando a un mundo distinto del nuestro. En nuestra sociedad secularizada se ha perdido el sentido de lo trascendente, de lo religioso y, por tanto, de lo sagrado. Esto ha afectado a la misma Iglesia, no en su doctrina ni en la validez de su moral, pero sí en cuanto a que se ha encontrando con un mundo nuevo, distinto al que ha vivido anteriormente.

Es lógico también que los sacerdotes hayamos bajado de tono en nuestra vivencia de lo sagrado, bien sea por la rutina en que fácilmente podemos caer, bien sea por haber dado por supuesto que la sociedad era la misma de nuestra infancia, y haber estado más pendientes de reuniones y de actividades parroquiales, que de vivir y de ayudar a vivir la Eucaristía, a pesar de que la Eucaristía es lo primero y lo fundamental.

Y en cuanto a lo segundo, si la Eucaristía es fuente y cima de toda evangelización, deberíamos tomarnos muy en serio su celebración. Dice el Concilio Vaticano II: "Los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización" (P O, n° 5).

Casi nada lo que se dice en este párrafo.

Por muy secularizada que esté nuestra sociedad y por mucho que le resbale todo lo que hace referencia a lo sagrado, para la Iglesia esta dimensión en la que hunde sus raíces, no sólo es importante, sino lo principal.

Son también de notar las siguientes palabras: "Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. (Sacr. Conc. 7)

A pesar de estas palabras, a la hora de evangelizar, con frecuencia actuamos como si todo dependiera de nosotros. Es triste reconocerlo, pero es así; de no buscar esta unidad y de no centrar toda nuestra acción pastoral y apostólica en la celebración eucarística, seguirá habiendo la tradicional desconexión entre fe y vida; más aún, la fe quedará reducida a saber cuatro cosas, sin haber intentado siquiera relacionarse personalmente con el Señor; con lo cual iría en aumento el desánimo que va cundiendo en ciertos ambientes ante la ineficacia de nuestra acción pastoral. ¿No está ya sucediendo algo de esto en la actualidad?

Hay algo que me llama la atención, es que si vamos de calle en reuniones con grupos para formación y con actividades apostólicas a pesar de que son muy pocos los que asisten, ¿por qué no darle a la celebración todo su contenido de oración y formación, cuando tenemos en la misa mucha más gente que en cualquier otra reunión parroquial?

Vemos a cada paso incongruencias muy graves como, por ejemplo, el hecho de desconectar catequesis y misa durante la preparación sacramental. Si unos no asisten a misa durante la preparación, y los que asisten no la entienden, ¿nos puede extrañar que muchos de ellos, apenas recibido el sacramento de la confirmación, se desconecten de la Iglesia? Esto es muy serio y no nos podemos quedar en inútiles lamentaciones; hay algo muy importante que mejorar.

Para conseguir unas celebraciones dignas es necesario cambiar la actitud de sacerdotes y fieles. Aunque la celebración se haga correctamente, si la gente va a misa para cumplir y nosotros orientamos nuestras celebraciones para que cumplan, no llegaremos muy lejos. Nunca deberíamos olvidar aquello de "Agnoscite quod agitis et imitamini quod tractatis". (Reconoced lo que estáis haciendo e imitad lo que realizáis). Y es que si queremos que los fieles participen debidamente, hay que celebrar dignamente.

No es cuestión pues, de concursos sino de tomarnos en serio la celebración eucarística. Pienso proponer en el próximo blog algunas acciones concretas para ello.

José Gea