“Para subir al Cielo, la oración debe salir de un corazón humilde, pobre. Y, por tanto, también nosotros, al término de este evento eclesial, deseamos ante todo rendir gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que Él no ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de Él y sólo con su Gracia se realizará todo cuanto el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos ‘volver a casa’ verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las vías del Señor.
Tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en la región medio-oriental y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desánimo, el estado de tensión y, a veces, el miedo. (...) El grito del pobre y del oprimido encuentra inmediato eco en Dios, que quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de liberad, un horizonte de esperanza.
En efecto, aunque poco numerosos, los cristianos son portadores de la Buena Nueva del amor de Dios por el hombre, amor que se reveló precisamente en Tierra Santa en la persona de Jesucristo. Esta Palabra de salvación, reforzada con la gracia de los Sacramentos, resuena con particular eficacia en los lugares en los que, por la divina Providencia, fue escrita, y es la única Palabra capaz de romper el círculo vicioso de la venganza, del odio, de la violencia. De un corazón purificado, en paz con Dios y con el prójimo, pueden nacer propósitos e iniciativas de paz a nivel local, nacional e internacional.
Nunca debemos resignarnos a la falta de paz. La paz es posible. La paz es urgente. La paz es la condición indispensable para una vida digna de la persona humana y de la sociedad. La paz es también el mejor remedio para evitar la emigración de Oriente Medio. ‘Invocad la paz sobre Jerusalén’, nos dice el Salmo (122, 6). Oremos por la paz en Tierra Santa. Oremos por la paz en Oriente Medio, esforzándonos para que este don de Dios ofrecido a los hombres de buena voluntad se difunda por el mundo entero”.
Destacamos algunas palabras del Papa durante la comida de finalización del Sínodo:
“En este momento damos gracias al Señor por la comunión que nos ha dado y nos sigue dando. Hemos visto la riqueza, la diversidad de esta comunión. Siete Iglesias de ritos distintos que forman, sin embargo, junto con todos los demás ritos, la única Iglesia católica. Es hermoso ver esta verdadera catolicidad, que es tan rica en diversidad, tan rica en posibilidades, en culturas distintas; y, con todo, precisamente así crece la polifonía de una única fe, de una verdadera comunión de los corazones, que sólo el Señor puede dar. (…)
La comunión católica, cristiana, es una comunión abierta, dialogal. Así estábamos también en permanente diálogo, interior y exteriormente, con los hermanos ortodoxos, con las demás comunidades eclesiales. Y hemos sentido que precisamente en esto estamos unidos aunque haya divisiones exteriores: hemos sentido la profunda comunión en el Señor, en el don de su Palabra, de su vida, y esperamos que el Señor nos guíe para avanzar en esta comunión profunda. (…)
Nosotros estamos unidos con el Señor y así –podemos decir – somos “encontrados” por la verdad. Y esta no cierra, no pone límites, sino que abre. Por ello estábamos también en diálogo franco y abierto con los hermanos musulmanes, con los hermanos judíos, todos juntos responsables del don de la paz, de la paz precisamente en esta parte de la tierra bendecida por el Señor, cuna del cristianismo y también de las otras dos religiones. Queremos continuar en este camino con fuerza, ternura y humildad, y con el valor de la verdad que es amor y que se abre en el amor”.