Soy un gran partidario del cine-de-humor-que-te-hace-pensar.
Si estos dos elementos se unen con talento me interesa mucho el resultado, pues estoy convencido de que el humor es una audaz manera de enfrentarte “desinteresadamente” a la realidad.
La película “Las verdes praderas” (J. Luis Garci, 1979) es buen ejemplo de ello.
Ayer la vi de nuevo (la tengo grabada) y no he podido resistir escribir sobre ella. Es un logradísimo retrato de vida de 4ª clase. La historia de un españolito (Jose Rebolledo) que contra todo pronóstico se empieza a plantear qué clase de vida lleva. ¡Y no le gusta!
Si la anterior expresión en negrita sugiere al lector simples categorías socio-económicas, va descaminado. No está relacionada la misma con tener más o menos dinero, mayor o menor posición social, sino que pretende describir una vida de afectos, familia, diversiones, entorno, metas e ilusiones... todos de 4ª categoría. Situación y grado en la que se encuentra cualquiera que simplemente se deje llevar en su vida por el ambiente.
Esta sorprendente constatación que descubre Rebolledo (Alfredo Landa) en su benemérita vida queda magistralmente plasmada en un monólogo sin desperdicio con un castizo “que m’equivocao, coño, que m’equivocao” como broche final. De verdad, no se lo pierdan.
He podido comprobar que hay en general dos tipos de espectadores ante esta película: los que inesperadamente “retratados” con la simpática parodia, se reconocen y se preguntan si su vida es (o va camino de ser) así. Y los que no.
Finalmente, valoren el incendiario desenlace que el guionista da a la historia del matrimonio Rebolledo… y, sobre todo, no esquiven la pregunta que se hacía un internauta ¿espectador de un tercer tipo? que dando un paso más se hacía una pregunta clave: “¿… cuál es la alternativa?”.
Vean la película, rían, piensen. Y no dudemos en atrevernos a ¡buscarla!
Porthos