Intervención de S.E. Mons. José Luis del Palacio, Obispo de la Iglesia Católica en el “Congreso Mundial de Líderes Religiosos”, celebrado dentro del marco de la “Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático”. Organizado por las Naciones Unidas en Bakú (Azerbaiyán)
5 - 6 de noviembre de 2024
Con la asistencia de 200 delegados, representantes de las principales confesiones religiosas del mundo
Agradezco al Presidente de la República de Azerbaiyán, Ilham Alíyev, y al Sheikh ul-Islam, Allahshukur Pashazadeh; su invitación a participar en este importante Congreso Mundial de Líderes Religiosos.
La crisis ecológica planetaria, que es una crisis de civilización, encuentra en el fenómeno del cambio climático su expresión más amenazadora. ¿Quién es el responsable de esta crisis, de esta amenaza planetaria sin precedentes? Es el ser humano, nos responden los científicos. El hombre, engañado por el demonio, anhela el poder y se hace Dios de sí mismo: Si el mundo gira alrededor de la economía y la economía gira alrededor del mercado, quiere decirse que este, convertido en ídolo, se cierne sobre los derechos de las personas y de los recursos de la Tierra. Se presenta como un bien absoluto. Nos encontramos dando vueltas al principal problema que tiene el hombre: la finitud, la muerte. Encontrar alternativas a esta situación es un trabajo colectivo.
La solución es compleja, difícil, pero la esperanza no podemos perderla. Será necesario fomentar proyectos políticos y culturales inspirados en valores éticos, en el sentido de la justicia, en prácticas de solidaridad y en el respeto de la naturaleza. Se trata de un desafío espiritual, de un desafío donde las distintas religiones tienen mucho que decir y que aportar.
La Iglesia presenta al hombre dos caminos: la vida (el Bien) y la muerte (el Mal). El camino de la Vida es la dignidad de ser hijos de Dios que regala la Iglesia, a través del anuncio de la Buena Noticia.
Desde la perspectiva cristiana, la protección de la naturaleza, de todos los seres vivos, tiene un gran valor, pero no se trata de un valor opuesto al de la persona; por el contrario, el valor de la vida animal y vegetal adquiere su pleno sentido sólo si se pone en relación con la vida de la persona humana. El hecho de otorgar a la persona el valor principal, lejos de implicar un perjuicio para la naturaleza, es el fundamento de su verdadera valoración. En palabras del Papa San Juan Pablo II, «Si falta el sentido del valor de la persona y de la vida humana, aumenta el desinterés por los demás y por la tierra».
Somos herederos de generaciones pasadas, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán después de nosotros. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad internacional. La Iglesia Católica, en este sentido, inculca el amor, la caridad (agapé) y la unidad para que el hombre se transforme y la sociedad tenga sentido.
Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada, sin duda, por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Necesitamos cambiar nuestro modo de vida para no dañar la creación, no dañar la naturaleza, sino ser administradores responsables de ella. Ésta es la tarea que Dios encomendó a la humanidad cuando la creó. El hombre fue el culmen de la Creación. Dios se enamoró de ella hasta el punto de que se encarnó para rescatarle del poder del demonio.
En este sentido, el papel de la religión es educativo y transformador y el medio ambiente puede protegerse desde la fe. Por eso, hace falta un compromiso social y una responsabilidad individual. Y en esto la labor de pedagogía de las religiones es clave. Una labor que se puede fortalecer desde un mayor trabajo conjunto entre todas las confesiones religiosas. Sería un grave error dejar de lado a las tradiciones religiosas en la labor de concienciación y transformación de nuestras sociedades. El poder del anuncio de Jesucristo, trasmitida a la familia, es transformador, es el mejor “Ministerio de Educación”.
Los católicos nos preocupamos por el cambio climático porque sus efectos repercuten sobre todos los seres vivientes, de manera mucho más grave sobre los más vulnerables. Como dice el Papa Francisco, estamos llamados desde la fe a cuidar la creación, pues ella es reflejo de la grandeza y el poder de Dios. Ya San Agustín (354-430), nos decía que: “El cuidado de la Creación es contemplación de Dios”. El hombre, que es un ser contemplativo, es el rey de la Creación, por eso exulta, glorifica y bendice a nuestro Dios que se ha hecho hombre.
La conversión ecológica no es un proceso puramente humano, sino un encuentro con Dios que lleva a un cambio del corazón como una forma de que las personas de fe empiecen a avanzar hacia un mundo mejor, sin olvidar las raíces éticas y morales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Este cambio de corazón significa quitar el engaño, la mentira y la corrupción del hombre, es decir, el pecado original. Esta es la Misión de la Iglesia a través de la Iniciación Cristiana. A través de la institución catecumenal, enseña a renunciar al hombre viejo, esclavo del pecado, para que renazca en él la naturaleza divina: el ser hijo de Dios.
Termino con unas palabras del Papa Francisco en su encíclica Laudato si´: El desafío urgente de proteger nuestra Casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca da marcha atrás en su proyecto de amor. La Iglesia está llamada a ofrecer al hombre y la mujer la felicidad plena, viviendo y poniendo en práctica el Sermón del Monte, como afirman los Evangelios de Mateo (Cap. 5, 6 y 7) y Lucas (Cap. 6), que otorgan gratuitamente virtudes sobre naturales.
Que esta reunión, que tan acertadamente ha convocado el Gobierno de Azerbaiyán, el Sheikh ul-Islam de Azerbaiyán y de Todo el Cáucaso, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. Muchas gracias.
+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao