Cuando nos piden ser padrinos de bautismo, ya se sabe que hay que acudir a la parroquia para una serie de charlas o pláticas. Lo normal. Y, de hecho, está muy bien, pues es importante profundizar en la fe, conocerla, asimilarla, etc. El problema está -y esto por desgracia es demasiado común- cuando el que las imparte no cubre el perfil adecuado y dice cosas que no tienen nada que ver con el pensamiento de la Iglesia y que además resultan ofensivas. Por ejemplo, el caso de una catequista que decía que Jesús “odiaba a los divorciados” o que “los niños solamente deben ver canales de televisión que sean católicos”. Dichas expresiones y consideraciones lastiman a la comunidad, pues evidentemente Jesús es incapaz de odiar y resulta falso afirmar que solamente los canales de contenido estrictamente religioso forman. Cuando eres una persona de fe y te topas con estas cosas, sigues adelante y tratas de nunca caer en algo así, porque reconoces que el error de uno no echa abajo el valor del resto ni pone en tela de juicio la confianza en Dios; sin embargo, al tratarse de personas alejadas pero que están haciendo un esfuerzo por volver y participar, esta clase de reacciones y “metodologías” acaban por confirmarlas en su percepción de no regresar.
Alejar a las personas de Dios es algo grave e injusto. Por eso, es necesario capacitar mejor a los que impartirán los cursos. Si tenemos la formación adecuada, ¡podemos ofrecer algo de nuestro tiempo para encargarnos de algún taller y no dejar al párroco solo! Así, nos implicaremos mejor en el reto de generar experiencias de formación que sean coherentes con el magisterio de la Iglesia y, al mismo tiempo, amenas, claras, cultas y abiertas a todos. Los cursos deben motivar a volver, en vez de ser una nueva razón para aumentar los prejuicios contra la fe. Necesitamos formadores con un perfil adecuado.