Marcos tiene 38 años, está casado y tiene dos hijas. Marcos quiere a su mujer, nunca le ha sido infiel; es cariñoso, atento y jamás le dirige un mal gesto. Sus hijas son lo siguiente en importancia para él; les dedica tiempo todos los días, aunque esté cansado. Las educa en valores y se lo enseña con su ejemplo.
Cree que ser buen profesional le hace ser mejor persona, y así lo transmite a sus compañeros. Sus vecinos le aprecian y sus amigos le tienen como modelo, siendo siempre el centro de la diversión. Es socio de una ONG, en la que colabora en su tiempo libre.
Podemos decir que Marcos es un buen cristiano. ¿O no?
Pues no, porque Marcos no es creyente.
He oído con frecuencia describir a un buen cristiano de la manera que hemos descrito a Marcos, y en todas esas ocasiones me he hecho la misma pregunta: ¿Y dónde está Dios?
¿Se puede describir a un cristiano sin mencionar nada sobre su amor a Dios? La respuesta es no, porque es el amor a Dios precisamente lo que le distingue.
Marcos es una buena persona. Y pongo este ejemplo para mostrar que no hay que identificar buena persona con buen cristiano. Afortunadamente, buenas personas como Marcos hay cientos de millones en el mundo. Pero no todas ellas son buenos cristianos, porque son cosas diferentes.
Por tanto que no nos confundan: el distintivo de un cristiano es que ama a Dios y que trabaja para que crezca ese amor, y no que sea sólo una buena persona. Está claro que haciendo lo primero seremos lo segundo, pero al revés no está tan claro.
En resumen, que no te den gato por liebre: sin amor a Dios no hay buen cristiano que valga.
Aramis