Reconozco que saludé con optimismo su nombramiento un buen día del aciago año 2004 en que ZP asumió el poder en España. En un Gobierno formado de mediocres en la que la única preocupación del Presidente parecía ser la de que ninguno de sus miembros le hiciera sombra en mediocridad, Moratinos era, al menos, un profesional, un hombre que había superado una durísima y hermosísima oposición, la de diplomático, al que cabía suponer, en consecuencia, conocimiento de lenguas –sólo él hablaba, seguramente, más que todo el resto del Consejo de Ministros-, y al que, como se suele decir, precedía su fama, gracias a la labor realizada como mediador europeo en Oriente Medio, nombramiento que logró curiosamente con el apoyo de Aznar.
Excusé sus nulos resultados iniciales aceptando que con un jefe como el suyo, que había entrado en la escena internacional con la misma delicadeza de un elefante en una tienda de porcelana, era difícil, muy difícil, hacer faena alguna.
Pero la cosa cambió en seguida. A ZP apenas le da tiempo a darle las tres bofetadas a Bush –la sentada en el retrete del aciago desfile de las fuerzas armadas (y luego quiere que le agasajen en él), la desleal retirada de las tropas en Irak, y la invitación tunecina a todos los países de la coalición a hacer lo mismo-, y en seguida le coge miedo a una escena internacional en la que su desconocimiento de idiomas le pasa factura, y en la que ni en español se siente capaz de aportar nada. De modo que, progresivamente, es su canciller el que toma el relevo. Entonces es cuando tristemente conocemos a Moratinos, digna criatura de quien le nombró.
Moratinos sólo ha tenido una máxima en su acción internacional, máxima que, por cierto, comparte con quien le nombró: la rendición preventiva de España como fin, la genuflexión de España como medio. Una política que puede sonar, y de hecho suena, absurda, pero a la que no es tan difícil llegar cuando el desafecto a la patria, -como en España ocurre, y en el segmento ideológico en el que el Sr. Moratinos se desenvuelve, aún más-, es algo de lo que hasta se hace alarde.
Moratinos no le ha ahorrado al país del que es nacional y cuya política exterior ha dirigido, humillación posible alguna. A Moratinos y a España les ha humillado el Sr. Chávez difícil decir las veces, una de ellas, llegando deliberadamente tarde a su encuentro con el Rey (¡qué se habrá creído el mozalbete!), otra de ellas interrumpiendo el discurso de quien ha sido su jefe, el Sr. Zapatero, y varias no presentándose a las citas acordadas. No menos le ha humillado el Sultán marroquí en cuantas ocasiones se le ha encartado y en cuantas formas se le ha ocurrido, y hasta el admirado Obama, que no se ha sonrojado en cancelar, una tras otra, cada cita planetaria que le proponía ZP. Moratinos se ha presentado en Cuba sin saber quién le iba a recibir. Moratinos se ha plantado en Gibraltar –primer canciller español en la historia que lo hace- sin saber ni para qué; Moratinos ha recibido a un petulante consejero de una región española como si de un Ministro de Asuntos Exteriores se tratara... Moratinos...
El resultado de todo ello no es otro que el buscado de antemano: una España que se pasea de rodillas por la escena internacional, y que pinta menos en el mundo que en toda la historia de nuestra democracia. Sin alianzas en la Unión Europea –benditos los tiempos del eje Madrid-Londres-Roma-Varsovia-, donde sólo se acuerdan de nuestro país para dictarle la política económica a seguir; tan lejano de los Estados Unidos, -desengañémonos-, como en los peores días de Bush; sin la influencia que siempre tuvimos en Oriente Medio; despreciados en Iberoamérica, donde no hay Gobierno que haya ahorrado escupir a la otrora madre patria; vapuleados por Marruecos como si fuera un títere... ¡¡¡humillados hasta en Somalia o Mauritania!!!
Reemplaza a Moratinos la Gran Derrotada, una señora que tiene la extraña habilidad de cobrar por derrota, y cuya única aportación en materia de política internacional hasta la fecha, es aquella visita de infausto recuerdo que realizara con ZP a Marruecos, en plena y gravísima crisis diplomática, tan grave que terminó en guerra aunque se tratara de una “guerra pequeña”. En la que, por si todo fuera poco, el Sultán de los bereberes la recibió a ella y a su jefe bajo un mapa de Marruecos en la que se le birlaba a España dos ciudades y una entera comunidad autónoma. A la vista del nombramiento, cabe preguntarse qué habría ocurrido si la señora en cuestión hubiera ganado las elecciones primarias a las que se presentó, ¿una nueva espantada quizás? No habría sido la primera vez.
Esta es al día de hoy, nuestra política exterior... y sin embargo, ¡qué le vamos a hacer!