El día de la clausura del Año Santo, el Domingo de Pascua de 1984, el Papa entregó esta cruz a los jóvenes del Centro San Lorenzo, de Roma, y les dijo: “Al acabar el Año Santo os confío el signo de este año jubilar: la Cruz de Cristo. Llevadla al mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo, el Señor muerto y resucitado, hay salvación y redención” (Roma, 22 de abril de 1984). Los jóvenes acogieron el deseo del Santo Padre y la han hecho recorrer el mundo entero.
 
Casi veinte años más tarde, en 2003, al final de la Misa de Domingo de Ramos, el mismo Juan Pablo II quiso regalar a los jóvenes una copia del Icono de María Salus Populi Romani diciéndoles: “A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el Icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este Icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida” (Ángelus, 13 de abril de 2003).
 
Esta cruz y este icono regalados por Juan Pablo II a los jóvenes llegan a la Diócesis de Osma-Soria en los próximos días. Del 10 al 12 de octubre, los dos símbolos de las Jornadas Mundiales de la Juventud recorrerán la geografía soriana, visitando los pueblos y parroquias más grandes, para reunir a su alrededor a tantos hombres y mujeres -jóvenes, adultos y mayores- que han descubierto la locura de la cruz de Cristo y saben reconocer en el Crucificado al Resucitado que llena de vida y alegría sus vidas.
 
La llegada de la cruz y el icono de María se produce en un momento en el que el Ejecutivo central ha anunciado que la tan esperada Ley de libertad religiosa (como si ésta no existiera ya realmente en España) queda relegada al olvido. Una de las grandes apuestas del Gobierno socialista se cae del elenco legislativo del partido en el poder por una mera cuestión táctica. No es el momento. No se pueden permitir que la sangría de votos que están padeciendo según todas las encuestas se convierta en un torrente sin solución. Ahí demuestran, una vez más, que el problema no es la libertad religiosa (si no, no deberían abandonar su definitiva redacción, aprobación y puesta en marcha) sino su obsesión cuasi-totalitaria hacia el hecho religioso, particularmente el cristiano católico.
 
Se empeñan, junto con sus adláteres, en correr a quitar los crucifijos del espacio público mientras se postran ante la presencia pública de símbolos de otras confesiones religiosas (algunos profundamente vejatorios hacia las mujeres y su dignidad que dicen defender). Se olvidan que los símbolos religiosos no contradicen la laicidad del Estado y son la verdadera garantía de la libertad religiosa. La laicidad bien entendida requiere que el Estado valore positivamente las creencias religiosas de los ciudadanos e, incluso, que evite que se excluya del espacio público un signo tan esencial en la cultura, historia y valores sobre los que se asienta nuestra civilización occidental como es el crucifijo, la cruz.
 
Porque ¿hay un símbolo con tanta trascendencia como el de la cruz? Es verdad que en su nombre se han cometido verdaderas tropelías en el pasado. Tropelías enjuiciables sin olvidar el contexto histórico, es cierto, si bien muchas de ellas absolutamente condenables. Pero éstas no restan un ápice de carga positiva a la cruz. ¿Hay mayor ejemplo de auténtico amor que el de la cruz? ¿Hay mayor ejemplo de perdón que el de la cruz? ¿Hay mayor ejemplo de entrega hasta el final por una causa de forma desinteresada? ¿Hay, en definitiva, algo negativo para el ser humano, de hoy, de ayer y de todos los tiempos? ¿Hay una sola enseñanza que pueda ser sacada de aquel maravilloso pasaje del Gólgota que no pueda ser aprovechada por cualquier hombre y mujer de buena voluntad, creyente o no?
 
Parafraseando al Arzobispo de Sevilla, Mons. Asenjo Pelegrina, llega a la Diócesis y a la provincia de Soria un símbolo religioso, la cruz (juntamente con el icono de María) que es el símbolo y el emblema de los más grandes valores humanos: la entrega, la solidaridad,  la piedad, la misericordia..., la fraternidad universal expresada en la figura de Cristo, que a todos nos abraza con los brazos abiertos. En efecto, el crucifijo es un símbolo del amor universal y de la acogida, no de exclusión.
 
Hoy más que nunca la sociedad española, también la soriana, está necesitada de estos valores que manan de la cruz. De esa cruz de la que pendió hace casi dos mil años el Hijo único de Dios que tanto amó a la Humanidad que se entregó por ella para salvarla. Por ti y por mí.
 
Ecce lignum Crucis. Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo: venid, adoradlo.