Después de mi primera Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, agosto de 1989, conocí la existencia del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, y más concretamente la historia de su fundador, el padre Kentenich. Recordé un caso estremecedor que cada año nos relataba nuestro padre espiritual en el Seminario de Toledo: se trataba del único joven ordenado sacerdote en un campo de concentración. Karl Leisner, que así se llamaba, pertenecía a este movimiento. El reto de conocerlo me llevó a escribir mi primer libro. Me lo titularon: Los mártires de Hitler. Se titulaba: Victor in vinculis.
 

 
Hoy deseo que este blog dedicado a los mártires de la Iglesia Católica sea altavoz de lo expresado por el Venerable Juan Pablo II en el nº 41 de Novo millennio ineunte: “La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida… La memoria jubilar nos ha abierto un panorama sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. En ellos la palabra de Dios, sembrada en terreno fértil, ha fructificado el céntuplo (cf. Mt 13,8.23). Con su ejemplo nos han señalado y casi « allanado » el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas”.
 
 
En la foto, sobre estas líneas, aparece la tierra del campo de concentración de Dachau (Baviera, Alemania) sobre el que se levantaba el barracón 26 donde fue ordenado sacerdote el Beato Karl Leisner… y para el blog recupero el título de Victor in vinculis (vencedor en las cadenas)… fue el lema que se grabó en el báculo de encina para el obispo francés Piguet que ordenaría al joven Leisner. Juan Pablo II lo beatificó en 1996.
 
Beato Karl Leisner, vencedor en las cadenas
 
Antes de finalizar el verano de 1944, ingresó en el campo de concentración el obispo francés de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet. Por primera vez, se piensa en la posibilidad de ordenar al diácono Leisner, prisionero en el campo de concentración de Dachau por su oposición firme, a pesar de su juventud, frente al nazismo. Relaciones subterráneas van y vienen, se pide la documentación y los permisos necesarios al Cardenal Miguel von Faulhaber, Arzobispo de Munich y al obispo de Münster, Clemens-August von Galen.
 
Hacia finales de año, Carlos María empeoró visiblemente en su proceso de tuberculosis. Se fija el 17 de diciembre, Domingo Gaudete, como día para la ordenación. El diácono ensaya en la enfermería con un cáliz tallado en madera. Hace para sí, callados ejercicios espirituales. Dos días antes de la ceremonia de ordenación, puede levantarse y abandonar secretamente la enfermería.
 
Pero dejemos este histórico momento, contemplado con inusitado gozo por los ángeles, a la excelente pluma del sacerdote Don José María Javierre:
 
 
"El obispo Piguet se ofreció a ordenar a Carlos sacerdote. Los esbirros de Hitler no podían sospechar qué juego misterioso se traían entre manos los fantasmas de Dachau, cuerpos miserables, roídos de hambre y de piojos; más que personas, aquellos prisioneros parecían sombras. Hubo que conseguir sigilosamente los instrumentos. Primero, el permiso canónico del obispo de Carlos, Clemente von Galen, lo que llaman los clérigos las dimisorias: "Doy feliz el permiso, pero pongo las condiciones de que procedáis cuidadosamente a cumplir el rito y que así pueda en el futuro demostrarse sin dudas la ordenación".

Mujeres de Dachau y de Múnich sirvieron de enlace secreto con el cardenal de Múnich, aquel otro titán que fue Faulhaber.
 
Llevaron los óleos santos, el libro pontifical. Los prisioneros recortaron un mitra, tallaron en madera de encina un báculo con la inscripción: Victor in vinculis (Vencedor en las cadenas), ajustaron un pectoral, un anillo. Todo de puntillas. Hasta tuvieron ensayo general.
 
Domingo Gaudete del Adviento de 1944. En la habitación número 1 del grupo 26, las primeras luces han sorprendido una ceremonia que los guardianes hubieran creído una farsa, pero los ángeles contemplaron atónitos. El obispo vestía capa y mitra. Los sacerdotes y el diácono, andrajos. Sólo ancianos fueron invitados, de los cuatro mil sacerdotes, por no levantar sospechas. Y treinta estudiantes de teología, también presos del campo, supieron aquel amanecer la grandeza de la misa.
La contemplaron en un cuerpo frágil vestido a rayas de preso. ¡Ven, Espíritu Santo!, susurraron entre lágrimas los asistentes, mientras el obispo imponía las manos sobre la cabeza de Carlos, consagrado para siempre. ¡Ven, Espíritu Santo!, mientras le ungía las manos; ¡ven! y le confería el poder y la gloria. El abrazo. La bendición.

Desayunaron de fiesta lo guardado de días anteriores: un ágape, un almuerzo de amor" [1].

La habitación número 1 del grupo 26, a la que hace referencia Javierre, no es si no, un espacio habilitado como Capilla. Desde enero de 1941 existía una capilla en el campo de concentración de Dachau, gracias a las enérgicas exigencias de los obispos alemanes, a quienes Himmler, el jefe de las S.S., no había podido oponerse.
 
Sólo podía ser utilizada por el clero del Bloque 26 -de más de veinte nacionalidades, destacando el núcleo numeroso de sacerdotes alemanes- ya que, a los sacerdotes polacos de los bloques 28 y 30 les estaba prohibido su acceso.

Un testigo presencial describía posteriormente los hechos de aquella jornada gloriosa: "El diácono yace extendido con su blanca alba delante del altar. El Obispo y los sacerdotes presentes, cantan las invocaciones de las Letanías de los Santos. Muchos de los presentes recordarían, en ese preciso instante, como habían sido obligados, a punta de pistola, a arrastrarse por la plazoleta del campo de concentración, desde la entrada, sin usar las manos, para que supieran que desde ese momento abandonaban su condición de seres humanos. Este, empero, que yace allí está elegido para ser más que un hombre; una dignidad inefable le será conferida. Después el Obispo y en seguida todos los sacerdotes presentes, ponen encima de él sus manos. El Espíritu Santo desciende. Carlos María Leisner es sacerdote por toda la eternidad".
 
Después de la ceremonia de ordenación, las fuerzas del recién consagrado están agotadas. En su duro saco de paja respira con dificultad. Pero ¿qué pueden la terrible miseria y abandono de un perseguido, acosado, enfermo, martirizado, contra las magnificencias del sacerdocio y de la gracia que se habían derramado sobre Carlos María?
 
El día de San Esteban, 26 de diciembre de 1944, el sacerdote de Jesucristo y prisionero número 22.356 de Hitler, Carlos María Leisner, celebró en una barraca de Dachau su primera y última misa. Ultima en el mundo, que no en los cielos.
 
Todos vosotros -escribe a sus compañeros de grupo schoenstattianos- estabais espiritualmente allí. Después de más de cinco años de oración y espera, horas y días del más dichoso cumplimiento de mis esperanzas. Todavía no puedo comprender que Dios nos haya escuchado de manera tan extraordinariamente bondadosa y especial, por la intercesión de Nuestra amada Señora. Desde hace catorce días sólo puedo rezar conmovido: "Dios, cuán bueno y grande eres. El símbolo del grupo me agrada, me recuerda todas las horas de prisionero y el gran amor y fidelidad de la Madre Tres Veces Admirable en este largo período; así pude experimentar profundamente en las pasadas semanas algo de la primicia del ser triunfador, de ser vencedor en las cadenas. Después de la Consagración en la primera Misa, fue para mí como si estuviera ante nuestro Rey, como su caballero y triunfador. Y antes me encomendé enteramente a la amada Madre de Dios. Fue para mí, como si Ella, como protectora, dirigiera y bendijera cada paso y cada movimiento de la mano. Creo no haber sido nunca jamás tan feliz.
           
Propiamente el drama había terminado. Desde aquel lejano arresto en noviembre de 1939, había permanecido prisionero durante casi seis largos años. Su cuerpo se había desplomado físicamente. Después del 26 de diciembre, cuando ya se veían en él, evidentes, los signos de muerte, acudió a los bloques 28 y 30, donde residía el clero polaco, a impartirles la bendición de su primera Misa.
 
Tras la ceremonia de ordenación, las fuerzas del recién consagrado están agotadas. En su duro saco de paja respira con dificultad. Pero, ¿qué pueden la terrible miseria y abandono de un perseguido, acosado, enfermo, martirizado, contra las magnificencias del sacerdocio y de la gracia que se habían derramado sobre Carlos María?
 
El día de San Esteban, 26 de diciembre de 1944, el sacerdote de Jesucristo y prisionero número 22.356 de Hitler, Carlos María Leisner, celebró en una barraca de Dachau su primera y última misa. Ultima en el mundo, que no en los cielos.
 
 
[1] Jose María JAVIERRE, Boletín Diocesano de Vocaciones Aldaba (Toledo 1988) nº 146-147.