El pasado noviembre la Congregación para las Causas de los Santos hizo pública la aprobación por el Papa Francisco de los Decretos de Martirio de los Siervos de Dios Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros mártires del Seminario de Oviedo asesinados por odio a la fe; los seis primeros en la Revolución del 7 de octubre de 1934, y los tres restantes dos años después, ya en guerra, en los años 1936 y 1937. Serán beatificados este sábado en la Catedral de Oviedo.
LOS SEIS SEMINARISTAS MÁRTIRES EN LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS DE OCTUBRE DE 1934
Ángel Cuartas Cristóbal. Nació en Lastres, octavo de nueve hijos de familia humilde de la que su padre era pescador y su madre ama de casa. Su amigo Benito afirmaba de él que era igual que un santo, nunca tenía una mala palabra. Desde el advenimiento
de la República era consciente de que su vida corría peligro. Estaba en quinto de Teología y era ya subdiácono a sus 24 años cuando fue asesinado.
Gonzalo Zurro Fanjul. Nacido en Avilés, marchó con su familia a Mieres cuando su padre entró a trabajar en la mina. Ingresó en el Seminario porque quería ser misionero. Cursaba segundo de Teología. Tenía especial devoción a la Virgen. Fue el primero en morir, a sus 21 años, dando el grito de: ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España católica!, que secundaron sus compañeros.
José María Fernández Martínez. Nació en Muñón Cimero (Pola de Lena). Alumno del colegio de los Maristas, entró con su hermano en el Seminario en 1927. Consciente del peligro que corrían por la situación política, escribía a sus familiares que en el patio del Seminario desde la calle les insultaban y tiraban piedras. Estudiaba primero de Teología cuando lo fusilaron el 7 de octubre de 1934 a sus 19 años.
Mariano Suárez Fernández. Nació en la parroquia de San Andrés de Linares (El Entrego). Su padre era capataz de minas. Ingresó con su hermano en el Seminario. Su padre, conocedor de los movimientos sociales, en el año 31 les advertía: Mirad que entran tiempos difíciles y será perseguida la Iglesia. Cursaba cuarto de Teología cuando le mataron a sus 24 años.
Jesús Prieto López. Nació en Bodecangas (Tapia de Casariego), séptimo de once hermanos de familia campesina. Entró en el Seminario pagándole el párroco los estudios. En las vacaciones daba catecismo a los niños. Su hermana Benigna recuerda que era cariñoso, amable, y muy bueno, porque para él todo estaba bien; nunca discutía. Era alumno de tercero de Teología cuando fue asesinado a sus 22 años.
Juan José Castañón Fernández. Nació en Moreda de Aller, ingresó en el Seminario menor de Valdediós, donde por su aspecto aniñado le llamaban Castañín. Cursaba
tercero de Filosofía. Tenía especial devoción a la Virgen. Es el más joven de los ahora beatificados, con 18 años cuando fue fusilado.
Octubre de 1934 en el Seminario de Oviedo
Los revolucionarios, tras haber incendiado el Palacio Arzobispal de Oviedo, invaden e incendian también el antiguo convento de Santo Domingo en que estaba el Seminario diocesano. A primera hora del sábado día seis los alumnos habían asistido a clase, y acabada ésta, el secretario de estudios don Aurelio Gago, les dirigió palabras de aliento al martirio, si el Señor les llamaba; gloria a la que él se sabía también llamado.
Los mineros habían venido de las Cuencas y, a eso de las cuatro de la tarde sonaron tiros contra el seminario. Se les ordenó dejar la sotana y vestir de paisano. En una pausa en el tiroteo un grupo optó por escapar saltando por una ventana trasera y la tapia de la huerta hacia la vía del tren. Se ocultaban de día entre los maizales y por la noche se encaminaban hacia sus pueblos.
Tres superiores y treinta y cuatro seminaristas se refugiaron en una casa vacía en la colindante Travesía del Monte de Santo Domingo, pero denunciados por su dueño, una hora después eran descubiertos. La multitud pedía que los mataran, pero el miliciano jefe dispuso llevarlos en un camión a Mieres, donde fueron recluidos en el teatro Orfeón convertido en cárcel. En una parodia de juicio, por ser curicas, les sentenciaron a pena de muerte.
En la sala donde estuvieron recluidos dos semanas, los milicianos habían colocado una carga de dinamita, que los seminaristas pudieron desconectar el día 19 momentos antes de ser liberados por la Legión. Otros siete seminaristas con el dominico P. Esteban, se refugiaron en un húmedo sótano del callejón lindante al seminario sin agua ni comida. Escribe el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz que pasaron la noche en oración y se prepararon para morir como mártires haciendo ofrecimiento de su vida; conscientes de que aquel sería su último día, recibieron la absolución y se despedían hasta el Cielo momentos antes de salir del refugio, sin odio en su mirada porque se asomaban a la vida verdadera desde los ojos del Señor. Mantuvieron hasta el fin la voluntad de sufrir hasta la muerte por fidelidad a la fe.
A la mañana siguiente Gonzalo Zurro salió a buscar algún alimento, pero, apenas traspuesto el callejón, unos milicianos le dieron el alto espetándole: -Ya caíste, pájaro, ¿dónde están los otros? Bajo la promesa de que les garantizaban la vida, les condujo hasta el sótano. El P. Esteban y Juan Alonso se escondieron en el hueco de la escalera, pasando desapercibidos. Los otros seis subieron a la calle donde les esperaba una multitud que chillaba: ¡Matailos, matailos! Anduvieron unos pasos, y casi a las puertas del Seminario les ordenaron ponerse contra la pared. Relata el sacerdote Andrés Pérez que «al ver que iban a ser asesinados, César Zurro, recordando el martirio del Padre Pro, gritó: ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España católica!, secundándole los demás con un ¡Viva!».
Eran las primicias del martirio de 182 sacerdotes y religiosos asturianos.
En El Siglo Futuro
El 23 de octubre de 1935, El Siglo Futuro titulaba de forma errónea: niños seminaristas fusilados hace un año por los revolucionarios. Suponemos que sin mala intención, pero dejándose llevar por los retratos que de los seminaristas aparecen en el periódico (debían ser de su etapa de minoristas lo que les llevaba a pensar que eran niños), titulan así la noticia. Los seminaristas que van a ser beatificados tenían entre 18 y 25 años.
Los tres seminaristas martirizados durante la guerra
La sangre de jóvenes seminaristas asturianos volvía a correr dos años después, ya en guerra, el 4 de septiembre de 1936, regando su tierra durante quince meses de persecución.
Luis Prado García, décimo de trece hermanos, nació en San Martín de Laspra, hoy Piedras Blancas, en el seno de familia humilde. Sacristán de la parroquia, entró en el Seminario en 1930 gracias a una beca. Su hermana Paz recuerda que, al conocer el martirio de sus compañeros seminaristas en octubre de 1934, se mostraba orgulloso de ellos y decía que sería feliz siendo mártir.
Al estallar la guerra se escondió en casa de unos familiares en Avilés, pero denunciado por ser seminarista, el 3 de septiembre fue llevado detenido a la cárcel de Salinas. Confió a sus compañeros que “le parecía estar bien preparado para morir. En la madrugada le sacaron de la cárcel. Entregó a un compañero un escrito en el que decía: Comuniquen mi muerte a mis padres y al señor Rector del Seminario. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica! Su cadáver fue hallado en el cementerio de Gijón. Le habían disparado once tiros, como suscribe el médico que certificó su muerte. Tenía 21 años.
Manuel Olay Colunga, séptimo de los doce hijos de una familia de labradores de Noreña, entró en el seminario a sus 15 años. Cuando supo del martirio de sus compañeros seminaristas en octubre del 34, ofrecía en su memoria la santa Misa los días 7 de cada mes. Era subdiácono e iba a cursar quinto de Teología. Estuvo once meses escondido en el desván de su casa junto a Máximo Prieto, recién ordenado sacerdote, hasta que el 18 de julio de 1937 los descubrieron y llevaron detenidos a La Iglesiona de Gijón, y luego a hacer trincheras en San Esteban de las Cruces de Oviedo. Le mataron de un tiro en la cabeza en Villafría en la noche del 22 de septiembre de 1937. Tenía 25 años. Su cuerpo no apareció.
Sixto Alonso Hevia, nacido en Poago (Gijón), era el mayor de nueve hermanos y vivía con su familia en Luanco. Había concluido tercero de Filosofía cuando comenzó la guerra. Sus hermanos recuerdan que les decía a sus padres: Si a mí me pasa algo, ustedes tienen que perdonar. A su padre le metieron en la cárcel por católico, y a él por seminarista. Fue movilizado y enviado al frente en el Puerto de Ventaniella. Sabiéndole seminarista, le hacían la vida imposible, hasta que el 27 de mayo de 1937, le apuñalaron hasta matarlo. Tenía 21 años.
Los seminaristas asesinados en Asturias en la persecución religiosa durante los años 1934 a 1937 fueron catorce. Ahora se beatifica a nueve de los que se ha podido recoger documentación fehaciente, pero ante el trono del Rey de los Mártires a todos ellos, degollados por la palabra de Dios, les fue dada una túnica blanca y con palmas en las manos, clamaban: ¿Hasta cuándo, Señor, no juzgarás y vengarás nuestra sangre?… y les fue dicho que estuviesen callados un poco de tiempo aún, hasta que se completara el número de sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos (Apocalipsis 6,9-11).
[El texto es de Hispania Martyr y las fotografías de Mundo Gráfico y El Siglo Futuro]