Todos los cristianos habremos rezado miles y miles de veces cada uno, a lo largo de nuestra vida, la inigualable oración que el Señor Jesús nos enseñó. En ella se encierra todo cuanto necesitamos para dar gloria a Dios y para nuestra salvación y santificación.
Al rezarla como una fórmula más, quizás no se repara en la riqueza espiritual y en la profundidad insondable que encierra cada palabra. Almas santas hay y ha habido, que sólo con la meditación de la primera invocación, al llamar a Dios (el Absoluto, el Ser Necesario, el Infinito, el Creador) “Padre”, se quedan arrobadas y embelesadas sin que cuente el tiempo.
Nadie en absoluto puede presumir de conocer bien el mar. Solo algunos se atrevieron a bucear-Cousteau entre ellos- a centenares de metros y algo nos pudieron mostrar de las maravillas descubiertas. Así pasa con esta insondable plegaria. Para todo iniciado en la oración, merece la pena “atreverse” no solo a rezarla vocalmente, sino a profundizar en ella. De las 7 peticiones de que costa, la que produce un abismal respeto es “Hágase tu voluntad”…Invito a cualquiera, que intente meditar la glosa que Charles de Foucauld hacía de esta petición, al dirigirse a Dios así: “Padre, en tus manos me pongo. Haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más.” He aquí la clave de la vida cristiana y de la santidad.