Nada. Con la fe ocurre lo mismo que con la amistad, que no la tenemos cuando queremos. Esta pregunta equivaldría a esta otra: ¿Qué hay que hacer para tener amistad con alguien? Si alguien te ofrece su amistad y te decides a aceptarla, lo que hay que hacer es empezar a tratarle como amigo. La fe supone entrar en el ámbito de la amistad con Dios. El se nos ofrece como amigo y desde ese momento, si lo aceptamos, iniciamos nuestro camino de fe.
Lógicamente, la fe y las obras van juntas. Dios es serio y no se presta a ser un juguete en nuestras manos. Una cosa es que nos quiera entrañablemente ofreciéndosenos como amigo y otra, que se preste a ser un juguete en nuestras manos. Sencillamente, nos toma en serio y quiere que le tomemos en serio también. Por ahí va el camino de la fe.
¿Cómo y cuándo sale Dios a nuestro encuentro? No lo sabemos; como tampoco sabemos el momento concreto en que alguien nos toma tan en serio que se decide a establecer relaciones de amistad con nosotros. Es posible que ese alguien sea un conocido; pero la amistad va más allá del mero conocimiento entre dos personas.
Dios ha iniciado su camino de amistad con nosotros de tal manera, que en Jesús tenemos la máxima expresión de la amistad que es dar la vida por el amigo. Si nuestras obras son también de amigos, y nos vamos acercando a El, iremos sintiendo cada vez más la necesidad de compenetramos con El como la sienten los verdaderos amigos. Y cuanto más nos vamos distanciando, más vamos prescindiendo uno del otro. Las obras de amor y de caridad con el prójimo van adentrándonos en la fe, y la fe nos va llevando a las obras.
Nuestra fe va tomando cuerpo en la medida en que vamos intensificando nuestra amistad con Jesús. De manera insensible vamos profundizando en la amistad entre nosotros.
Tomar en serio a Dios significa que hemos de implicar nuestra vida en la fe. La fe seria no va por un camino y la vida por otro. Por eso quien tiene fe se preocupa de que su vida esté de acuerdo con su fe. Y quien lleva una vida no de acuerdo con la fe, pone en cuestión su fe. Y no me refiero aquí a las apariencias. Porque hay personas que parece que tengan mucha fe por tener muchas prácticas religiosas, pero sus obras no son obras de fe. San Juan ya nos dijo que quien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano es un.mentiroso. La fe lleva a un determinado tipo de vida.
Por otra parte, nuestra fe cristiana pasa necesariamente por la persona de Cristo. Jesucristo nos dice que si creemos en Dios, creamos también en Él. Por eso nuestra fe no se centra tanto en verdades como en la persona de Jesús, el Dios cercano, el Dios con nosotros. A través de Jesús llegamos al Padre y nadie puede ir al Padre sino a través de Jesús.
A Dios lo llevamos dentro. Somos morada de Dios desde nuestro bautismo. Esta presencia de Dios en nosotros es como una semilla sembrada en nuestro interior. El Espíritu que nos prometió Jesús y que ha sido infundido en nuestros corazones, es el que va haciendo germinar y fructificar esta semilla. Nos va haciendo comprender el misterio de Jesús, nos va dando claridad en sus palabras y en sus doctrinas, nos va haciendo ver que nuestra fe, aunque no es demostrable, es razonable. Nos va fortaleciendo y nos va dando el gozo de vivir la fe que profesamos. Lo nuestro es dejarle actuar en nosotros, es dejarnos guiar y conducir por El hacia nuevas metas de amor y de amistad con Jesús y con los hermanos.
Que Dios está en el corazón de cada persona, es claro; cada uno somos un proyecto de Dios; no somos como miembros informes e impersonales de una humanidad abstracta. Si Dios está en el corazón de cada hombre, está buscando precisamente su amistad con él. Por esa presencia de Dios podemos tener la impresión de que la fe depende de nosotros cuando es Dios quien toma la iniciativa en la amistad que empieza por la fe. Lo nuestro es responder y actuar; actuar según nos inspire Dios: sirviendo gratuitamente a los hombres al estilo de Jesús.
José Gea