La estadística la escuché ayer en una homilía en mi parroquia, Santa María de Caná en Pozuelo, de labios de don Nicolás, el cual decía que a ese ritmo en diez años no tocaría ni a un cura por parroquia en Madrid.
Me recordó a lo que el cardenal Lustiger les dijo a mis amigos de Alpha Francia cuando le visitaron por primera vez allá por los noventa, hablándoles del radical cambio que experimentaría la Iglesia en los diez años venideros, debido a la falta de reemplazo en las vocaciones sacerdotales.Yo estoy seguro de que cualquier obispo español es bien consciente de esta realidad, como lo son los superiores de órdenes religiosas y como también debieran empezar a serlo los líderes de los numerosos movimientos que existen.
Por supuesto el magisterio lo tiene muy claro y por eso lleva tiempo hablando de la Nueva Evangelización; por eso recientemente se ha puesto en marcha un nuevo dicasterio, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Ahora bien, concediendo que la teoría nos la sabemos - “hay que evangelizar”- y que el Magisterio nos lo lleva pidiendo desde que se lanzó la propuesta de la Nueva Evangelización, ¿cuál es la realidad que se palpa en nuestras iglesias a pie de calle?
Ciñéndome a lo vivido en los últimos dieciocho años, el tiempo desde que me convertí y comencé a participar activamente en la Iglesia, la realidad es que pocas cosas han cambiado.
En general en mi barrio, como en cualquiera de los sitios que conozco, se dan las mismas misas, se hacen las mismas actividades, y van las mismas personas, con la excepción de los que ya nos han dejado.
Eso significa que el edificio de la Iglesia sigue igual, pero cada vez hay menos gente para llenarlo- la feligresía ha disminuido y está envejecida- y también cada vez hay menos gente para “promocionarlo” – sacerdotes, religiosos y catequistas cada vez más mayores.
Si nada ha cambiado y la Iglesia, salvo excepciones, no llega a los alejados; si cada vez tenemos menos sacerdotes, y los que tenemos están cada vez más ocupados, la pregunta que sigue es: ¿y a qué se está dedicando toda esa gente? Y con ello me refiero por igual a sacerdotes, religiosos y laicos.
La respuesta es que, curiosamente, en la mayoría de los casos, no es un problema de arrimar el hombro, pues se trabaja, y se trabaja más que antes.
El problema es más bien en qué concentramos las fuerzas, y a este respecto, de nada sirve lamentarse porque no haya vocaciones sacerdotales, si no hay nuevas conversiones.
Si rascamos un poco vemos que la respuesta común desde los púlpitos es pedir más fidelidad a los que ya están dentro, más vocaciones, más vida cristiana…pero casi nadie se dedica a hacer posible que haya más conversiones.
Es la pescadilla que se muerde la cola, atrapada en una pastoral de mantenimiento que cada vez requiere más afán de sus protagonistas, y les deja exhaustos para toda pastoral de evangelización.
Es el ejemplo clásico del cura que predica abroncando a los fieles que han venido a la iglesia, porque la gente no viene a la iglesia…
En el fondo tenemos un grandísimo problema de concepción de las cosas, de comprensión del hecho cristiano y del caminar cristiano. La mayoría de la gente que queda en la Iglesia, ha sido formada en una mentalidad preparada para una sociedad moderna, que no postmoderna, en la que lo cristiano es parte sustrato cultural de la nación y de la vida cotidiana de las familias.
El modelo de parroquias dispensadoras de sacramentos y educadoras en la catequesis, responde a la necesidad de una sociedad en la que todo el mundo era cristiano. Y si te alejabas un poco, tenías unos ejercicios espirituales para reengancharte.
Este modelo, que crea comunidades masificadas en torno a uno o varios sacerdotes que pueden con todo, está agonizando por mero agotamiento y falta de reemplazo.
Lo paradójico es que mientras el modelo agoniza, y nos lamentamos por ello, se sigue invirtiendo todas las fuerzas en el mismo, lo cual imposibilita cualquier acción que nos vaya a sacar de la “crisis”.
Es como quien tiene un coche viejo y desvencijado, y se pasa el día arreglándolo y metiéndole dinero, lo cual hace que el coche resulte cada vez más caro e ineficiente (pierde aceite, consume demasiada gasolina, le fallan las piezas). La solución más barata es comprar un coche nuevo, pero algo por dentro se resiste a dejar lo conocido.
Pero claro, en el caso de la Iglesia, no se trata de liquidar todo y partir de cero, así que podemos preguntarnos cuál es la solución a todo esto.
Pero la pregunta que antecede, es la que formulaba al principio, “¿y a qué se está dedicando toda esa gente?”
Y la respuesta es que se están dedicando a trabajar más, sin pararse a pensar si están trabajando en la dirección adecuada.
Antes de hacer nada, lo primero de todo, hace falta tener las cosas claras y no cerrar los ojos a lo que ocurre a nuestro alrededor. La matemática más simple nos dice que no está entrando reemplazo, y el Magisterio nos llama a la Nueva Evangelización.
En mi opinión han sido cuatro gatos los que han hecho la Nueva Evangelización en todos estos años, y creo que ya es hora de que nos tomemos la cuestión en serio.
Una Iglesia que se pasa el día lamentándose por la falta de vocaciones, pero que no pone toda la carne en el asador en la pastoral de los alejados, en la evangelización pura y dura, es una especie de avestruz que prefiere esconder la cabeza en lo que ya conoce, esperando que amaine la tormenta.
Sin nuevos bautizados, o sin nuevos confirmados, o sin nuevos reavivados, no habrá renovación.
Por eso, antes que dar soluciones, hace falta abrir los ojos, y no tener miedo a llamar las cosas por su nombre.
Luego vendrá la oración, la escucha de la Palabra, y el redescubrir el Magisterio; la guía de la Iglesia es tremendamente coherente con los tiempos que corren, y tenemos un tesoro en el Magisterio y enseñanzas de los dos últimos papas, que no han hecho sino desarrollar lo que el Concilio planteó.
Todo lo que no sea esto, es activismo ciego, es no querer ver los signos de los tiempos, y es esconder la cabeza ante toda la que está cayendo.
No es tan difícil…la Iglesia la gobierna el Espíritu Santo, y somos depositarios de la verdad que triunfará...tan sólo hace falta pedirle a Dios que queramos ver, como el ciego Bartimeo.
Así que en conclusión, para mí la noticia no es que fallezcan sesenta sacerdotes por cada diez que se ordenan. Sino que diez sacerdotes que se ordenan puedan tener claras las cosas y construir la Iglesia a la que Dios en el s. XXI nos está llamando, sin que tengan que dedicar su vida a lamentar no ser sesenta, ni a pretender abarcar lo que los sesenta hacían.