Hermanos, hoy celebramos el Domingo de Ramos. La primera Palabra que es del Profeta Isaías dice: “El Señor me ha dado lengua de iniciado, me ha abierto el oído”. Dios nos abre el oído como a Abraham, a Moisés, a los profetas, a Elías y a todos los apóstoles. ¿Para qué? Para no resistirnos al mal. Escuchar es el primer mandamiento que nos da Jesús, la primera palabra que hemos escuchado en el Sinaí. Por eso respondemos con el Salmo 21 que recita Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Por eso la segunda Palabra que nos da la Iglesia de San Pablo los Filipenses, dice: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango”. Qué importante, hermanos, este despojarse que realiza Jesús. Cuando nos toca despojarnos de nosotros mismos, lo que sale de nosotros es criticar, maldecir, murmurar; esta ha sido mi experiencia muchas veces. Pues este Jesús que se rebajó hasta someterse incluso hasta la muerte, una muerte de cruz, entregándose a sí mismo, abriendo un camino por encima de la muerte, ofreciéndonos la resurrección; es el Señor para gloria de Dios padre, porque se ha hecho humilde, se ha hecho tierra, se ha hecho hombre, ha tomado nuestra condición humana.
Por eso el Evangelio, que es la pasión de Jesús, donde se ofrece a Jesús a sí mismo como un cordero, ya no hay que realizar más sacrificios y se rasga el velo del templo. Jesús es el verdadero cordero y ofrece la nueva Pascua, no se presenta con armas, sino montado en un pollino, trayendo la paz. Habéis visto qué distinto es lo que nos presenta la sociedad: el poder, la imposición, el éxito, las guerras, etc. Ojalá en la Iglesia nos presentemos así, humildes, no solamente ante las instituciones internacionales, sino también en la familia donde ponemos nuestra exigencia y vamos con nuestras armas ofreciendo violencia. Por eso toda la pasión expresa la misión de Jesús y la misión de la Iglesia. Esta Pascua es una cena muy importante, donde el Señor va a ofrecer su cuerpo como pan sustancial del hombre y del mundo. Ojalá el Señor en esta Pascua, transforme nuestro ser, por eso no tenemos que escandalizarnos si entre nosotros hay esta negación de Dios, del mesías, de Jesús. Somos hombres débiles y pecadores. Fijaros la muerte de Jesús, cómo muere hasta el extremo. El verdadero Monte de Dios es la cruz de Jesucristo. También nosotros como cristianos estamos llamados a ofrecer nuestro cuerpo, ofrecer nuestra vida para salvación del mundo. Hermanos, que este Espíritu nos ayude y que el Señor nos dé su gracia
¡Feliz Pascua!
Que la bendición de Dios esté con todos ustedes.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao