El Museo de la Shoa (Holocausto) de la ciudad de Buenos Aires, exhibe estos días una exposición titulada “Visados para la libertad. Diplomáticos españoles ante el Holocausto”, que el mismo Museo reseña de la siguiente manera:
“Esta exposición es promovida y organizada por Casa Sefarad-Israel y está dedicada a los diplomáticos españoles que durante la Segunda Guerra Mundial, y por propia iniciativa, ayudaron a los judíos perseguidos por el nazismo”.
He remitido al Dr. Mario Feferbaum, director del Museo la siguiente carta:
“Estimado Señor:
Veo que el siempre interesante Museo de la Shoa de Buenos Aires organiza una exposición que me resulta particularmente grata en mi condición de español, titulada “Visados para la libertad. Diplomáticos españoles ante el Holocausto”. Del mismo modo, constato que a modo de reseña de la misma, añaden Vds. el siguiente texto:
“Esta exposición es promovida y organizada por Casa Sefarad-Israel y está dedicada a los diplomáticos españoles que durante la Segunda Guerra Mundial, y por propia iniciativa, ayudaron a los judíos perseguidos por el nazismo”.
Permítame protestar por la frase totalmente inadecuada utilizada por Vds. al describir la exposición a la que me refiero, y es que la actividad realizada por los diplomáticos españoles, y sin que ello redunde en modo alguno en demérito de su valiente actitud reconocida por el Yad Vashem el cual ha otorgado la condición de Justo entre las Naciones a tres de ellos, no fue realizada por propia iniciativa.
En primer lugar, por muy acorde que esté con la historiografía actual y muy a favor que corran los vientos de lo políticamente correcto, es absurdo pensar que en el momento más duro de la vida de la Dictadura del General Franco que son precisamente los de la Segunda Guerra Mundial, al Dictador se le pudiera escapar la actividad de sus diplomáticos en algunas de las más importantes cancillerías españolas en suelo europeo, más aún cuando, como sin duda no ignora Vd., la acción del diplomático Sanz Briz, destinado en Budapest, consistió precisamente en alquilar un edificio entero en el que se refugiaron varios miles de judíos. Habría que ser un dictador muy laxo para que actividad tal hubiera pasado desapercibida a quien según tantos historiadores, no dejaba volar una mosca sin él enterarse.
Por si este argumento de perogrullo que debería bastar para zanjar el tema no fuera suficiente, el propio diplomático Sanz Briz reconoció en el año 1964 “que Franco, después del derrocamiento de Horthy [el dictador húngaro filofascista derribado en 1944], le había encargado a través del Ministerio de Asuntos Exteriores salvar a tantos judíos como fuese posible”. Afirmación que no realizo yo, sino uno de los autores de referencia por lo que al tema se refiere, Bernd Rother, miembro del centro Moses Mendelssohn de estudios judíos europeos de Potsdam, investigador en la Fundación Willy Brandt en 2001, y autor del libro Franco y el Holocausto, editado por Marcial Pons, en cuya página 370 hallará Vd. la reseña de la que le hablo.
Por cierto que el mismo autor, cuya antipatía por el Régimen no disimula en modo alguno, se hace eco de esta afirmación que traslado a Vd. realizada en su día por el rabino Maurice Perlzweig -a quien por cierto, define como “liberal de izquierdas” (cf. pág. 395 op.cit.)-, Presidente del Comité Político del Congreso Mundial Judío (CMJ) y de su sección británica, quien en un debate en la Northwestern University Chicago radiotransmitido a todo Estados Unidos el 9 de mayo de 1943, dos años antes de que finalizara la Guerra Mundial, declaró:
“A pesar de que lo digo con renuencia [desconozco la versión original, pero me da la impresión de que habría sido más correcto traducir “con pena”], países como Suiza o España [...] en proporción a sus recursos y poblaciones, han hecho una gran labor, mejor que la de Gran Bretaña y los Estados Unidos” (pág. 385).
Por otro lado, tampoco desconoce Vd. que la labor realizada por la Dictadura franquista en pro de los judíos perseguidos por el nazismo no se limitó a la desarrollada a través de sus legaciones internacionales, en las que se pudo salvar un número indeterminado de judíos nunca inferior a los siete mil, sino que se desplegó también en suelo patrio, adonde les fue permitida la entrada a través de la frontera de los Pirineos, instrumento mediante el cual, el número de judíos rescatados de una muerte segura fue muy superior al de los salvados en las chancillerías españolas. El cálculo más cicatero que conozco sobre el número de judíos salvados por este procedimiento lo proporciona el historiador judío Haim Avni, quien en una obra, España, Franco y los judíos, en la que su antipatía por el Régimen se manifiesta aún más patentemente que en el caso de Rother, reconoce sin embargo:
“Se puede calcular que se salvaron pasando por España durante la primera mitad de la guerra unos 30.000 judíos” (op.cit. pág. 89).
“El número de judíos salvados en España durante 1944 puede llegar a lo sumo a 1.500, y por tanto, entre el verano de 1942 y el otoño de 1944, el máximo será de 7.500” (pág. 123).
Cálculo que muchos historiadores elevan hasta los setenta mil y algunos más entusiastas hasta los cien mil.
Entre los rasgos que caracterizan al pueblo judío, destaca sobre los demás el de la gratitud, particularmente notable cuando de reconocer la labor de cuantos trabajaron en su defensa en los años difíciles de la Segunda Guerra Mundial se trata, labor fructífera en la que se afana, entre muchos otros, el ya citado Yad Vashem. Por todo lo cual, requiero a Vd. para suprimir en la reseña descriptiva de la exposición que organiza actualmente en Buenos Aires de una frase que es tan injusta como inductora de confusión.
El análisis de la labor y las realizaciones del Régimen franquista es, como sin duda Vd. no desconoce, altamente controvertido en España, y posiblemente aún haya de pasar mucho tiempo antes de que mis compatriotas y los historiadores españoles disfruten del sosiego a los que la tarea obliga. Pero dicho debate es un debate en el que el pueblo judío, entre cuyos defensores y amigos me encuentro, no debe desvirtuar con enfoques oportunistas y sectarios, porque lo que es el pueblo judío como tal, se halla, como espero haber demostrado a Vd. suficientemente, en deuda patente con la figura de Francisco Franco.
Atentamente
Luis Antequera”
No se trata de hacer una trasnochada defensa del Régimen, con el cual tengo nula vinculación, y desde luego, infinitamente menor que la de tantos de los prebostes del pesoísmo. Se trata de defender la verdad histórica, porque la historia es la que es, no la que nos gustaría que fuera.