No hace mucho tiempo que terminé mis comentarios en este blog diciendo que la caída del dólar iba a barrer del mapa a muchos economistas y las universidades donde han estudiado. El último que desea añadirse a la lista es Víctor Álvarez González, analista del programa radiofónico Cierre de Mercados. En su intervención del jueves, 30 de septiembre, calificaba el mercado del oro como “la burbuja perfecta”. ¿Pero de qué burbuja estamos hablando? ¿Desde cuándo un mercado en el que tan sólo el 5 % de los inversores tienen alguna participación está en burbuja? Vamos, ni aunque fuese el doble, no existe tal burbuja.
Según informaciones de Jeff Clark, editor del Gold & Resource Report de la empresa Casey Research, tan solo un 5 % de los inversores y ahorradores en EEUU tienen alguna forma de inversión en oro en estos momentos. En el último proceso de quiebra de la deuda similar al actual, que sucedió entre el año 1972 y el año 1980, el oro experimentó exactamente los mismos cambios que está sufriendo ahora y alcanzó su máximo en torno a los 800 dólares la onza –aproximadamente 2.400 dólares de hoy teniendo en cuenta la inflación-. Entonces, el porcentaje de inversores que habían entrado en este mercado llegó al máximo del 45 %. ¿Cómo se puede hablar de burbuja cuando en realidad los inversores interesados en este mercado siguen siendo una minoría? Por definición, una burbuja es un mercado en el que la inmensa mayoría está o quiere estar. Cuando el porcentaje de inversores haya alcanzado esos niveles del año 80, entonces sí podremos empezar a hablar, si acaso, de media burbuja en el mercado del oro.
Este analista sigue con su argumentación diciendo que el oro, “según los libros”, tiene que subir cuando las cosas “van mal, en situaciones de guerras o cuando hay inflación” y ahora parece que al oro “todo le va bien”. El problema de este analista es una cuestión de error de interpretación de los datos que proporciona el mercado. ¡Ah, es que resulta que la economía ya se ha saneado y está todo bien! Que Irlanda tenga, por poner un ejemplo, a sus bancos al borde de la quiebra es una prueba de que la economía está plenamente recuperada; la caída en picado del valor del dólar, liquidando el valor de las reservas de todos los Estados también la hemos soñado. ¿Y quién dice que no hay inflación? Es que esta depreciación de las divisas respecto a todo lo demás es precisamente la inflación; es lo que hace que suba el oro y todos los metales preciosos; es lo que provoca que, entre junio y el día de hoy, el índice $CRB que mide la evolución de una cesta de 19 materias primas básicas, haya subido un 19 %; es la causa de que la Unión Europea haya empezado a plantearse controlar los mercados de derivados sobre inversiones en productos agrícolas porque tienen datos fehacientes de que estos precios se están disparando –e incautos ellos porque esas medidas no evitarán que los precios suban-; y es el origen de que las bolsas suban para compensar la depreciación del confeti –alias divisas-.
Efectivamente los precios finales al consumidor no han subido, todavía. Pero es que el IPC no es la inflación. La inflación es el incremento de la cantidad de dinero con respecto a la cantidad de bienes y servicios disponibles en el mercado. El IPC es simplemente el último indicador en enterarse de la inflación y, por lo tanto, la peor manera de medirla. Peor aún, cuando el IPC refleja la inflación, ni siquiera sabemos de cuánta inflación estamos hablando puesto que son datos cocinados por los gobiernos que son, precisamente, quienes la provocan –son tan fiables como la autopsia de un médico forense asesino sobre una de sus víctimas-.
Para terminar su intervención, Víctor Álvarez admite que al oro le queda la mitad de recorrido, eso sí, insistiendo en que el oro es una inversión para “inversores agresivos”. ¿Agresivos? Yo no he visto a ningún inversor dándole mamporros a nadie. Aquí los únicos que se les ocurre poner un puño cerrado como emblema, que sólo sirve para dar puñetazos, es a algunos partidos políticos que todos conocemos. Por lo demás, todas las profesiones se hacen con la mano más o menos abierta y relajada y hay de aquel que se le ocurra coger un pico o una pala con demasiada tensión en las manos –prueba de que algunos afiliados a los partidos y sindicatos del puño cerrado no han visto una herramienta de trabajo ni de lejos-. Obviamente se refiere a arriesgado y nos quiere convencer de que el oro lo es porque “no es líquido”. Según Víctor Álvarez, los bonos basura de los Estados deben de ser mucho más líquidos porque aumentan a capricho por millones y las agencias de manipulación –en inglés “ratings”- los califican con una triple A. ¡Qué curioso, la misma calificación que daban a los paquetitos de hipotecas subprime antes del crack del 2008! ¿Y para qué sirve la liquidez de un activo que por poderse aumentar a capricho y sin control al final no vale nada? Mi pronóstico es que esperen ustedes a que quiebre la deuda municipal en España y se podrán dar un baño con “bonos líquidos” en lugar de con agua.
No voy a recomendar que compren oro o no lo compren, lo cual no es el objetivo de este blog, pero simplemente termino diciendo que efectivamente estamos en una burbuja pero no en el oro, sino en los bonos basura gubernamentales, las divisas, el gasto público y el empleo ficticio creado a expensas del sector productivo. ¿Quieren apostar sobre lo que está o no en una burbuja? Pues hagan sus apuestas.